martes, 31 de enero de 2012

Pelirroja

LLegó sin hacer ruido, pasos lentos, como si se deslizara. Abrió la puerta del bar sin empujarla, como si alguien le franqueara la entrada, como si estuvieran esperando su aparición. Ni se detuvo ni buscó a nadie. Entró. Cruzó el corto y tortuoso pasillo cegado de sillas y de mesas y colillas como si hubiera una alfombra roja bajo sus pies. Delgada, estirada, armoniosa, guapa, misteriosa tras sus gafas oscuras que no se quitó, llegó a la barra. Se acomodó en un taburete y sacó un libro de su mochila.
Betty, Honorio el de las chanclas, la chica de la ORA, los dos operarios de Telefónica, el portero de la finca, Montoro y el tapicero siguieron con la mirada su aparición, su desfile mágico y elección aparentemente casual del espacio junto a la barra. La miraron todos menos el taxista, que para él hacía tiempo que no existía otro mundo que el que debía encontrar en el fondo de su vaso de vino vacío.
Lo extraño fue que Betty ni se acercó a ver qué quería tomar. La había mirado tan impresionada como los otros, tan arrobada por la visión como los demás, menos el taxista, ya se ha dicho, pero parecíó como si no le hubiera extrañado tanto, como si de alguna manera la esperara. Y le pareció natural que abriera su libro y se pusiera a leer sin percatarse de que era el centro de todos los ojos. Como si fuera una presencia familiar.
Nadie preguntó nada ni a Betty ni a la recién llegada, pero todos pensaron si tendrían algo que ver.
Tras pasar una hoja del libro, la recién llegada subió una mano lenta hasta el gorro de lana que la cubría y liberó su cabellera. Una llamarada se desparramó sobre sus hombros.
Montoro, embobado, pidió otra Mirinda.
Betty se la cobró antes de servirsela.

jueves, 26 de enero de 2012

El curita

Honorio sigue yendo en chanclas al notario. Desde que hizo lo del anuncio le entró una suerte de seguridad en si mismo que le hace sobrado, incómodo, pesado y genial. Así que también pasa por el bar de Betty en chanclas, se acoda al otro extremo de la barra, justo enfrente del taxista y pontifica. Le pregunten o no, sea escuchado o no, venga a cuento o no.
-Hay que seguir la pista del Curita.
Nadie sabía a qué se refería. Salvo Betty, a quién no se le escapa una.
-Deja al curita, que lo han declarado inocente.
-No culpable, que no es lo mismo. Manda huevos, con lo que se ha oido, que le comía de la mano al Bigotes y que no lo empapelan. No sólo le ha regalado trajes, también relojes y lujos para la farmaceútica. Es que no hay vergüenza.
Nadie escucha a Honorio el de las chanclas, cada uno a lo suyo. El taxista mirando el fondo del vaso, la chica de la ORA poniendo un mensaje en su Blackberry; el portero en su portería, es decir, por una vez fuera del bar; los del garaje líados con el juego del Madrid en Barcelona.. Sólo Betty puntualiza de vez en cuando.
Así que Honorio se encara con el único quea parece sin protección: en el centro del bar, encorbatado e ignorado por todos.
-¿Y usted, qué? Sí, el de la Mirinda. ¿Es que no tiene opinión del escándalo de Valencia?
Y Montoro se pone rojo, mira al infinito y no sabe donde meterse.

martes, 24 de enero de 2012

90 metros

Dice el ciudadano Juan Carlos, en llamada a Radio Nacional, que la democracia a este país no la trajo Manuel Fraga, que la trajo el pueblo. Y añade con serenidad y conocimiento algunas gotas de la compleja, polémica y autoritaria biografía del fundador del Partido Popular.
Ignacio Escolar pide paz para los muertos, también para Fraga, pero recuerda los nombres de Julian Grimau, los de Montejurra, o Enrique Ruano, a los que precisamente ese político "de raza" no dio ninguna paz.
Javier Astasio, en su bloj, no puede dejar de rocordalo sentado en la mesa de los consejos de ministros de Franco, en los que se firmaban penas de muerte.
Rodolfo Serrano, en el suyo, no se alegra de la muerte de Fraga pero asegura que tampoco derramará una lágrima entre tanta alabanza y olvido miserable.
Son cuatro excepciones a tanto panegírico histérico. Pero lo peor de todo fue cuando los medios se lanzaron a admirar la calidad humana de un hombre tan grande que tuvo la 'delicadeza' de vivir en un piso de 90 metros. Se pusieron estupendos y titularon cosas como 'Duelo masivo en 90 metros'.
Eso sí que una falta de respeto al periodismo, a la democracia y a la ciudadanía.

lunes, 23 de enero de 2012

¿Fiar?

-No me fío.
Se oyó decir a Betty muy segura. Al principio no se supo si era un comentario en voz alta o se lo decía a Montoro, que lo tenía delante con el culo apoyado en un taburete-. Luego lo explicó.
Resulta que había entrado en el bar un poco antes que Pepe. Pero pasó desapercibido con el rechazo que provocó lo del pisotón. Casi nadie reparó en él, ocupados como estaban en condenar una actitud así. Menos Betty, claro. Ella nunca desatiende el negocio.
Le sirvió la primera Mirinda, y la segunda. Pero cuando pidió la tercera le dijo que eran 12 euros. Para entonces ya el hombre de la corbata roja había soltado la lengua. Se quejaba de que Soraya le segaba la hierba bajo los pies, que lo corregía y lo dejaba siempre en evidencia. Pero su discurso era llorón, del queno sabe beber. Y eso Betty lo corta pronto.
-Son 12 euros.
Luego, cuando el hombre se fue cabizbajo e incomprendido, Betty comentó que ella, particularmente, se fiaba más de Soraya.
Guarda los secretos del oficio y no quiso decir si Montoro le había pedido que le fiara las Mirindas.

jueves, 19 de enero de 2012

Pepe

Nadie sabe cómo llegó allí pero empujó la puesta y entró. Iba solo y dijo algo parecido a buenas tardes. Todos, extrañados, se volvieron. Menos el taxista, que seguió mirando el fondo de su vaso vacío. Junto a él y Betty, estaban en el bar el portero, la chica de la ORA, dos ecuatorianos de la obra, el cartero y un señor con traje que parecía Montoro.
Betty, antes de preguntar al recién llegado qué iba a tomar, miró al taxista. Este, como siempre, no dijo nada, ni cambió la mirada, para la dueña del bar lo entendió.
-Está cerrado, dijo.
El portero también entendío al taxista que no dijo nada:
-Tiene razón, uno del Madrid no hace eso.
El cartero también estaba de acuerdo, aunque añadió:
-Pero la culpa la tienen otros.
Así que el futbolista se tuvo que ir por donde había llegado. Nadie iba a servirle nada en el bar de Betty.

martes, 17 de enero de 2012

Betty

Por fin encuentro el bar de Betty. Tras meses de seguir pistas falsas, direcciones equivocadas, huellas mentirosas y textos ilegibles, he dado con él. No ha sido fácil. Pero una vez descubierto, tampoco es sencillo el acceso. Hay que pasar entre los coches mal aparcados, cruzar el callejón oscuro, empujar la puerta de alumino y esperar que ésta se abra. Se abre. Y la veo tras la barra del bar, fumando. El taxista mira el fondo de su vaso vacío. Ni uno ni otra prestan atención alguna a la pantalla de la televisión, donde pasan imagenes de Fraga, joven y viejo, bañadose en el mar y paseando con Franco. Alguien asegura que fue "un servidor público intachable".
-Está cerrado.
Dice Betty sin mirarme. Habrá que volver otro día.