sábado, 28 de febrero de 2015

Perdidas en ARCO


Beatriz y Jeny volvieron al bar de Betty mareadas sin saber por qué. Hasta que no comieron y bebieron no se les pasó y cuando eso ocurrió tampoco acertaron a explicárselo. Lo acacharon al cansancio y puede que fuera cosa del arte: probablemente habían sufrido el síndrome de Stendhal sin tomarlo ni beberlo.
Todo empezó, como tanta cosas para las dos amigas en los últimos meses, con Podemos. Concretamente con la manifestación de la marcha por el cambio. Como ya se dijo aquí, la hija de Betty acogió en su casa a unos manifestantes que llegaron de fuera y con ellos recorrió la calle Alcalá, hasta Sol, aquel domingo festivo de enero. Bien, pues sus invitados correspondieron, además de con su agradecimiento y amistad para siempre, con unas entradas para ARCO. Las mujeres las agradecieron y fueron. Nunca habían ido a una cosa así y son dispuestas a probar. Se alegraron todavía más de la extraña invitación cuando en la Feria comprobaron el precio: 40 euros cada una.



-¿Cuarenta euroco por ver cuadros?. Preguntó Honorio cuando las oyó contarlo
-Bueno, cuadros y esculturas y fotografías y videos y montajes.. empezó a explicar Jeny.
-Y ovejas- Dijo entre carcajadas Beatriz.
Honorio y el zapatero, de ascendencia rural, se interesaron mucho por eso de las ovejas. Y fue como las dos amigas explicaron que se trataba de un video colgado en la pared de la Feria de Arte Contemporáneo, que en él se veía un cercado y dentro un montón de ovejas. Y entre las ovejas, una chica desnuda, a cuatro patas. La verdad es que llamaba mucho la atención.
-Seguro que una película porno.- Se adelantó a interpretar la mujer que entraba cada día al bar a meter lo suelto en la tragaperras. Nunca tomaba nada pero siempre se mostraba desconfiada y no perdía ocasión de hacer un comentario.
-Que no, señora, que es arte.- Cortó Honorio con picardía, mirando con intención a su amigo zapatero. Con lo que ni a la señora ni a las amigas y a ninguno del bar le quedó claro si el jubilado aclaraba, contextualizaba, explicaba o confundía más el asunto de las ovejas.
 Beatriz es la hija de Betty y Jeny en realidad se llama Jenifer Maria Clara, es la chica de la ORA. Ésta en el barrio no tiene ninguna simpatía, sobre todo cuando se la ve mirando los coches aparcados y tomando notas, pero desde que las dos se supieron de Podemos, se hicieron uña y carne. Juntas esperaron pacientes y expectantes para entrar en ARCO; del brazo recorrieron los pasillos; a la vez entraron y salieron de los stands; ambas disfrutaron y se dijeron sentir el arte; las dos se confesaron no entender muchas cosas; una y otra descubrieron que les gustaba lo que veían y que tenían más cosas en común que la política y la edad.
Coincidieron en observar que en las galerías, es decir, la gente que anda alrededor, quizá artistas, acaso dueños, o clientes o representantes o amigos, era gente elegante.
-Elegante y guapa.- Corroboró Jeny.
También observaron que en los pasillos, mirando, admirándose o exhibiéndose había muchos tipos con barba. Barba larga y cuidada, pelo corto bien rapado, también elegantes.
-Son hípsters.
-¿Eso qué es?.
A Beatriz le gustaron sobre todo las fotografías, igual las urbanas que las de paisajes. A Jeny lo que más le impactó fueron los cuadros grandes. Su atractivo parecía estar siempre en relación a las dimensiones de su propia casa. Y por esa regla de tres solo le podrían caber los pequeños y de estos, pocos. Hubo más coincidencias: colores, formas, acabados, provocaciones, en las que coincidieron, en las que se pararon. Y como ambas se confesaron enseguida que no entendían y por tanto no se atrevían a decir qué era bueno y qué no, eso sirvió para profundizar en su amistad y para disfrutar la visita. Rieron, admiraron, se asombraron, dijeron “qué tontería”, o, “vaya mierda”, o “alucinante”.
-Vamos a ver las bragas- Oyeron de pronto decir a alguien.


Y se pusieron a buscar. Les daba corte preguntar, así que recorrieron pasillos, entraron en galerías que ya habían visto, y se las encontraron cuando estaban a punto de irse. Un cuadro grande, rojo, armado con un centenar de bragas en círculo, de todos los estilos, tamaños y formas. Jeny leyó el nombre de la autora, Pilar Albarracín, y Beatriz no entendía por qué la gente se hacía fotos delante del cuadro. La chica de la ORA quedó decepcionada con la obra, le gustó mucho más, como para llevárselo a casa, dijo, un cuadro que estaba próximo, grande, de la cara de una mujer con sombrero rojo, de Alex Katz. A la hija de Betty lo que más la impresionó fue una escena compuesta por un hombre y varias mujeres desnudos y como amenazantes, con cuchillos largos, de  Enrique Marty.


Ellas volvieron al bar con una sobredosis de arte y los parroquianos quisieron saber qué habían visto. Pero ninguna supo explicarlo y se atropellaron cuando lo intentaron. Que había cosas que se veía que estaban curradas, es decir que se notaba detrás un esfuerzo; también cosas que molaban mucho; y gilipolleces, o sea que no las pondría en mi casa ni loca; pero muy interesante todo; y cantidad de gente a pesar de los 40 euros dela entrada.
-Lo que no entiendo del todo es lo de las ovejas. Razonó Honorio

martes, 24 de febrero de 2015

Blázquez


-Vengo de despedir a Blázquez. Dice el viajero a Betty
La mujer deja los vasos, se seca las manos, se aparta el pelo de la cara, se acoda en la barra y escucha.
Blázquez era el más fuerte, el más grande, el más veloz. Ganaba las carreras de atletismo y metía goles como jugador de balonmano. Formaba parte de un casual grupo de niños inocentes, asustados, listos y pueblerinos que se juntaron con once años y convivieron en el internado hasta los dieciséis. Unos becarios, otros no, todos se fueron descubrieron dentro de aquellas paredes encaladas al lado del río. Crecieron sin darse cuenta, aprendieron, espabilaron.
Luego pasaron casi cuarenta años y apenas llegaron noticias aisladas de qué fue de los componentes de aquel grupo. Quien siguió, quien se perdió. Y de pronto alguien tuvo la idea de reencontrarse. Los teléfonos, correos electrónicos y WhatsApp ayudaron y quedó organizada una comida en el pasado mes de septiembre. Un encuentro de reconocimiento, entre la expectación y la duda, entre el para qué y el quizá: todos habían cambiado. Ni se reconocieron al principio. Aunque a medida que transcurrieron los primeros apretones de manos, los asombros, el aperitivo, el menú compartido, los breves discursos en los que cada uno resumía qué había sido de su vida, se podía ir comprobando que no habían cambiado tanto. Eran los mismos chicos inocentes y listos, tal vez menos asustados, quizá no tan pueblerinos. Se habían convertido en médicos, profesores, funcionarios, empresarios del campo, periodistas, comerciantes o regentaban restaurantes o eran músicos. Y cada uno era lo que de alguna manera se tenía que haber visto entonces. Como si una cierta lógica demostrara que cada cual había acabado siendo lo que apuntaba por más que todos parecieran igual de perdidos. Además, fijándose bien, más allá de los evidentes cambios físicos, cada uno se reía igual, o era igual de avispado o miraba igual o era igual de torpe que en aquel tiempo
Blázquez había vuelto al pueblo y parece que se organizó bien. Estaba contento con la vida, con el trabajo, con la familia, y no tenía motivos para quejarse si no fuera por la maldita quimioterapia. Llevaba un tiempo y le quedaban algunas sesiones más. Hablaba sereno, tranquilo, cachazudo, sin miedo. Y enseguida preguntaba detalles de la vida de los otros. Curioso, solidario, encantado de saber qué hizo cada uno. Si estaba bien. En la foto del grupo de diecisiete aparece a la izquierda, en la segunda fila, sonriente, camisa de cuadros blancos y azules, las manos en los bolsillos.
El 16 de febrero el grupo de WhatsApp dio la voz de alarma: Perdemos a Blázquez. Oncología, planta 4ª, habitación 488. Pasó una semana escasa. Cada día estaba un poco peor a pesar de su fortaleza, de aquella fortaleza del más grande. Sedado y sin dolores, le reconfortaban las llamadas de aquellos chicos que se habían hecho grandes después de cuarenta años. Decía su mujer que se acordaba de todos, que reconocía a todos. Cogía el teléfono y contaba cómo fue su Nochebuena, en el hospital, y su Nochevieja, en casa. Repetía que estaba bien, que no tenía dolores. Y todos se iban alegrando de que no sufriera
La iglesia del pueblo estaba atestada, el camino hasta el cementerio fue una procesión multitudinaria, se trataba de acompañar en su último paseo a un buen tipo que se ha ido demasiado pronto. Una de las coronas de flores rezaba: “Tus compañeros del Fabrés”
Blázquez tiene hoy una mujer apenada y dos hijos llorosos, uno de ellos clavado a él. Idénticos. Lo miras y aunque triste ves la cara de aquel chico grande, bueno, y un poco menos asustado que el resto.

Los chicos del Fabrés abrazaron a los tres, los tres agradecieron las atenciones, el haberlos acompañado. No, ha sido Blázquez quien los ha acercado, quien los ha unido, quien ha sacado sensaciones y sentimientos que no sabían que estaban.

jueves, 12 de febrero de 2015

Filtrador profesional


Entra agitado, con prisa, con la corbata naranja, el abrigo sobre los hombros del traje azul, las orejas disparadas -más si cabe- las gafas de pasta cuadradas, un rizo rebelde sobre el cuello, un gorrito para el agua cuando no va a llover, quizá para pasar desapercibido, y lo que parece ser una sed infinita. Antes de contar los tres pasos que separan la puerta de la barra, Betty ya ha dispuesto un vaso con un hielo y una Mirinda.
Él toma la botella y la vacía casi de un trago, mientras con un gesto de la mano pide otra a la mujer tras la barra. Esa segunda Mirinda es la que escancia en el vaso con un hielo dispuesto en la superficie de aluminio.
Los dos guardaespaldas con su pinganillo se quedan a la puerta, custodiándola. De hecho la franquean para que el zapatero salga de estampida, como hace cada vez que aparece el ministro por el bar. En el televisor sale la imagen de Montoro, de modo que resulta una cierta perversión que la misma figura, la misma corbata y el mismo personaje se encuentre en la pantalla y al mismo tiempo apoyado la barra del bar de Betty. Como un truco de un prestigiador caprichoso.
-Hay que joderse.
Honorio da un codazo al aire, porque el zapatero, su par, hace treinta segundos escasos que ha salido a escape, como cada vez que entra el Gollum del gobierno. Acaso no se da cuenta de que se ha marchado o no quiere dársela, por despiste o por interés, el caso es que se pone a hablar en voz alta. Muy alta. También puede ser que tenga apagado el sonotone, o puesto el volumen la mínimo, cosa que hace con ostentación cuando algo no le interesa. La cuestión es que el jubilado de las chanclas y los calcetines de colores intercambiados habla como si diera un mitin, declamando en una suerte de imitación de Fernando Fernán Gómez en el Viaje a ninguna parte. Señoritoooo.
-Menuda semana que lleva este.
Hace aspavientos y podría parecer que no se sabe a quién se refiere si a la imagen de la tele o al hombre de la barra que toma su refresco. Pero acaso se trate de una ambigüedad calculada por parte del viejo, puesto que habla de éste y no de ése. El negocio es  hablar de Montoro pero sin dirigirse a él, castigándolo con el látigo de la indiferencia.
-Los del cine, que baje el IVA y él contesta que no ha ido contra el IVA de la cultura. Con el Monedero, ese no veas, filtrando que si tiene que si no. Con los inspectores de Hacienda, cabreados. Si es que no para de hacer amigos
-Cumplo con mi deber señor mío- Dice el ministro sin mirar a Honorio, como si fuera una reflexión en voz alta, como si le devolviera el feo..
-Sera el deber de su partido. No te jode. El deber del IVA, los de la lista esa del banco suizo. Aqui solo pagan los de siempre. Los amigos de estos, ni uno.
Lo de Honorio es provocador. Acciona con los brazos, engola la voz, la eleva como si anduviera irritado. Se dirige a la imagen de plasma con alarde, ignorando ex profeso al de la barra, como si fueran cosa distinta.
Montero quiere explicarse e intenta organizar su discurso. Debe pensar que el bar de Betty es el parlamento y que le han dado el turno de palabra
-Escúcheme usted.
-Cuidadito que aquí no manda ¿eh? No oigo nada, ¿alguien oye algo?
Betty sospecha que Honorio está un poco sobre actuado y le avisa
-No te pases
-Escúcheme usted. Si me va a entender.
Pero Honorio, como un sordo loco, agita los brazos y exagera, dando a entender que ni oye ni piensa escuchar. Quien escucha atentamente es la chica de la ORA, que quiere decir al ministro a ver qué demonios tiene con Podemos. Que los deje en paz, que mire a los verdaderos defraudadores.
Ya se ha dicho que a ella no le cae especialmente bien Monedero, o sea que ella es de Pablo, pero no puede consentir la inquina de un ministro de Hacienda que filtra el nombre de un ciudadano y le amenaza con tomar represalias. Piensa decírselo y sabe que si no lo hace se arrepentirá, que lo tiene delante. Pero no lo dice porque no tiene regularizada su situación personal, ni la nacionalidad ni la residencia. La propia hija de Betty le hace un gesto, al llevarse el dedo a los labios. Así que no dice nada y no se lo va perdonar.
Tampoco dice el portero que, al contrario que el zapatero, él en realidad no tiene nada contra ese señor de los rizos en el cogote que aparece por el par de Betty a conocer la España real, como dijo un día. Así que oye a Honorio, por el siente simpatía, aunque cree que es un exagerado, pero ni corrobora nada ni dice nada al ministro. Tampoco lo mira, no vaya a dirigirle a él el discurso.
La pelirroja no dice nada porque sigue enfrascada en su lectura, así que ni sigue la perorata de Honorio ni las explicaciones del ministro.
El taxista por su parte mira el vaso vacío, puede que busque en su fondo el sentido de la vida. Paqui está en silencio, sentada en un taburete, las uñas un poco descascarilladas, el pelo rubio con falta de una visita a la peluquera, el bolso colgado de su codo, el rímel bien perfilado. A prudente distancia del taxista.
Betty los mira. Esta mañana no le interesa el discurso de Honorio, mucho menos el del ministro. Solo está atenta a que el jubilado no se pase porque ha de velar por la filosofía del bar. Un bar debe estar abierto, acoger a quien pase para beber o para decir o para hacer tiempo. Un bar no tiene que ser un sitio acogedor, que todo el que entra esté a gusto. Eso lo sabe porque es una profesional. A todo cliente, un respeto, tanto los de confianza como los que no. Así que está pendiente de que Honorio no se pase. Pero lo que ella mira es el espacio que hay y no hay entre el taxista y Paqui. No va a preguntar, pero sabe que cuando la cadena se rompió en la Marcha del Cambio, la rubia y el taxista siguieron juntos. Ese eslabón no se soltó, aunque ahora, mientras el ministro y su imagen televisiva parlotean, parezca que hay una distancia insalvable.
-Permítame usted- Intenta decir el ministro.
-Qué coño voy a permitir yo. Dice Honorio
Y como un resorte, como si hubieran sido llamados, aparecen los dos guardaespaldas que se colocan en posición de combate –defensa o ataque- al lado del ministro.
-Tranquilos, señores.
En la pantalla del televisor un diputado a la salida del Parlamento dice a un micrófono que el ministro es un filtrador profesional. Que filtra a conveniencia de sus intereses. 

domingo, 1 de febrero de 2015

Veinte y los de Podemos


 A Betty le hizo gracia un cartel que decía “Nos enterraron sin saber que éramos semillas”. A la hija de Betty le gustó todo: “Está hoy en Madrid media España”, dijo. El zapatero se pone malo cada vez que oye lo de: “PSOE, PP, la misma mierda es”, y le volvió a pasar; Honorio miraba encantado y sonriente desde sus gafas de culo de vaso: “Como todos sean de Podemos, arrasan”. A la pelirroja, el libro guardado en el bolso y un gorro de lana tapando rizos y orejas, se la oyó gritar con fuerza: “Si se puede”. El taxista miraba con curiosidad, aunque sin decir nada. Se sumó al grupo sin dudarlo y caminaba como si buscara a alguien en la masa que se movía en los alrededores de Cibeles y subía por Alcalá.
Había sido la hija de Betty quien informó de la Marcha del Cambio. “Eso qué es”, preguntó el portero, dispuesto siempre a completar la información. La chica de la ORA lo explico desde fuera de la barra, porque también está en Podemos. De hecho, desde que descubrieron las dos militancias y pertenencias, se han vuelto íntimas. Las dos fueron aportando detalles y se puede decir que los habituales del bar fueron los mejor informados, tanto de la organización de la marcha como de las intenciones. La camarera no hablaba de otra cosa y cada vez que aparecía una noticia o una imagen subía el volumen del televisor con su mando a distancia. Y la colombiana aportaba lo que se le olvidaba a su correligionaria. Las dos jóvenes se han hecho muy amigas y ambas parecen estar igual de entregadas a la causa. Aunque a la vigilante le guste más Errejón y a la bodeguera mucho más Pablo Iglesias. Coinciden ambas también en que Monedero no cae bien y en que hace o dice cosas que perjudican. También convienen en que Alegre es blando y Bescansa tiene algo de antipático.   
Y así llevan un tiempo midiendo atractivos, y mensajes, y estrategias y puestas en escena e importancias. Uno de los de la Telefónica les dijo un día que se estaban liando, que el que valía realmente, el de mejor cabeza de todos, era el de la silla de ruedas, “pero lo han dejado de lado”. Pero ellas hacen caso omiso a otras preferencias que no sean las que las unen y así han ido asentando su amistad y su militancia política. De hecho la chica de la ORA a veces se queda a dormir en casa de la hija de Betty, o sea justo encima del bar, que es donde vive Betty.
Cuando las dos hablan de los líderes de su partido, Honorio les dice que lo hacen como si fueran clientas de la peluquería de Loli. “Los vais a sacar en las revistas del corazón”,  porque se centran mucho en estéticas, en maneras de hablar, en atractivos. Incluso suelen comentar las relaciones sentimentales de cada uno. "No le pega Tania". La señora que prueba suerte en la tragaperras sin hablar con nadie dijo un día ”son todos iguales”. La pelirroja suele sonreír mientras lee, no se sabe si por lo que está leyendo o por los comentarios de Honorio antes las preferencias de las dos de Podemos.





Fue Honorio quien propuso ir todos juntos a la Marcha del Cambio. Es verdad que Betty últimamente se anima mucho a salir y manifestarse, así que cuando ella dijo, vamos, todos se  apuntaron. Por el tirón de la propia Betty, por apetencia, por novedad, por indignación, por militancia, por rabia... Y porque el sábado 31 de enero, “por descanso del personal”, el bar estaría cerrado. “Si el bar se cierra, qué vamos a hacer”, dijo el zapatero. Durante la semana estuvieron preparando la cita. La hija de Betty decía que tenía que atender a sus alojados. Así dijo: “a mis alojados”, porque había ofrecido la casa de su madre, o sea la suya, para que se alojaran algunos de los que llegarían a Madrid en autobuses. “Como venga Montoro, lo llevamos”, avisó el jubilado Honorio. Pero justo esa semana el ministro no apareció por el bar.
Del bar de Betty salió hacia el metro un grupo compacto y ruidoso, liderado por la propia Betty y Honorio. Junto a ellos la hija de Betty y la chica de la ORA, sus tres alojados, el zapatero, el portero, los de la Telefónica, el de la Cocacola, la pelirroja, el de la Caja, ahora Bankia, dos chicas de la peluquería de Loli, el taxista, Paqui, la mujer del portero y el Chispas, este hablando con las peluqueras y sin cambiar palabra con sus padres. Antes de ponerse en marcha el grupo, Honorio le dijo al bancario que se quitara la corbata, “donde crees que vas”. Y el de Bankia la guardó en el bolsillo del abrigo.


Los veinte manifestantes llegaron a La Cibeles cuando la multitud ya había ocupado calle, aceras y parterres. Se quedaron mirando la masa de cabezas que se movía lentamente, las pancartas, las músicas, las voces, los dibujos de tijeras recortadoras: “Si se puede”, “2015 empieza el cambio”, “Políticos, el pueblo está despertando”, “Esta marcha empieza en Cibeles y acaba en Moncloa”,  “El pueblo unido jamás será vencido”, “Luego diréis que somos cinco o seis”, “Esto  no hay quien lo pare”, “Sí se puede”, “Es ahora”, “No nos representan”, “La casta, enemiga del pueblo”, “Unidos sí podemos”, “Somos más”, “Hay que echarlos”, “Pablo presidente”, “El viento del cambio”, “Hay que soñar”. El grupo de Betty dudó si entrar en la marea, si seguir mirando, si aplaudir. Como si llegar allí hubiera necesitado un consenso, y luego una decisión. “Y ahora qué”.
 “Aquí nos vamos a perder”, apuntó el portero. Y Honorio habló de agarrarse del brazo para ir todos juntos. A todos les pareció bien y se anillaron. La casualidad hizo que Paqui tomara del brazo al taxista, lo que provocó que Betty y Honorio y el portero se miraran con intención. Marcharon apenas veinte pasos y la cadena que formaron los veinte quedó hecha añicos. Intentaron recomponerla, pero fue imposible. “Nos vemos en Sol”, acertó a decir Honorio, junto a Betty. La masa se tragó a los eslabones que quedaron rotos. Algunos consiguieron seguir juntos: La hija de Betty y la chica de la ORA con sus hospedados. La pelirroja con el Chispas y las peluqueras... Dicen que Paqui no soltó el brazo del taxista en todo el recorrido, y que este no hizo nada por soltarse; que llegaron a Sol juntos y que sin oír a los líderes se fueron juntos.

El domingo por la mañana sí abrió Betty el bar. Bajaron a desayunar Honorio en chanclas, el portero y el zapatero. Los cuatro se fijaron en el lugar donde el taxista suele mirar ensimismado el fondo de su vaso, vacío.
En la tele del bar de Betyy hablaban de lo que cobra Monedero y de la beca de Errejón.