jueves, 17 de mayo de 2012

Yo mato a alguien

Montoro pidió una Mirinda doble y Betty, que es más lista que el hambre, entendió que el hombre llegaba acalorado y le sacó el envase grande, el que tiene reservado para los cumpleaños de niños del barrio. Vamos, para el único cumpleaños que se ha celebrado en el bar, el año pasado, la nieta de Honorio. De hecho la botella de litro y medio sobró de entonces.
Así que el hombre de las corbatas de colores y los rizos en el cogote se tomó el primer vaso como si hubiera atravesado el desierto. Lo metió dentro sin pasar por la boca y sin respirar. Y pidio otro con un gesto.
-Sí venimos sedientos, si. ¿Es que los recortes no le dan ni para beber?, le dijo Honorio con su sorna habitual.
-No me venga con coñas, por favor.
La primera vez en meses, desde que conocían al político, que se ponía chulo. Hasta ese día se veía que el hombre quería agradar, seguramente con la pretensión de acercarse a la España real. Con torpeza, si, con desconocimiento, pero con buena voluntad.
Tragó el segundo vaso, de los de cubalibre, de Mirinda y pidió otro. Se aflojó el nudo de la corbata y pasó la mano de la frente a los rizos. Varias veces. Primero una y luego las dos.
-Pero que le pasa, hombre
Fue Betty, acostumbrada a tratar con borrachos, chulos, patosos pesados y gente peligrosa la que se lo preguntó. Su psicología, como con todos los demás, lo desarmo y lo hizo hablar. Su psicología y que el hombre llegaba apurado y con ganas de contarlo. Y contó que la señora se dirigió a él, nada más bajarse del coche. Que los de seguridad quisieron apartarla, pero que él les dijo que la dejasen. Y resultó ser una clienta de Bankia, muy preocupada y bastante fuera de sí. Esto es lo que dijo Motoro. Que le preguntó si debía sacar su dinero, si iban a quitarselo, qué qué hacía.
-Y qué le dijo usted. Preguntaba el portero, quien tampoco parecía tener cosa mejor que hacer en su portería.
-Pues intenté tranqujilizarla. Le dije que no se preocupara. Pero ella no escuchaba, solo quería saber si tenía que sacar el dinero del banco o no.
-Nos ha jodio, que queria que hiciera la pobre mujer.
-Entiendo, pero claro.
-¿Y?
-La señora se puso un poco nerviosa. Vamos que dijo que si le quitaban el dinero, mataba a alguien.
Y se metió otro vaso grande de Mirinda
-Este viene acojonao. Dijo Honorio al portero sin preocuparle ser oido por el ministro.
-Fue muy desagradable.
-¿Qué pasa que usted no tiene dinero en Bankia?
-Claro a él no se lo van a quitar.
-No es eso, hay que guardar la calma. Yo le aseguro..
Dejaron de escucharlo porque en la tele ponían unas imágenes de una mujer gritando al ministro, 'cómo me quiten el dinero, mato a alguien'

viernes, 11 de mayo de 2012

¿Cuanto se ha llevado Rato?

-Hombre, cuanto tiempo. Nos tenía usted olvidados.
Motoro experimentó un reflujo de satisfacción y no pudo ni quiso disimular que le aflorara en forma de rubor una sacudida de orgullo. Sentía que la España real lo escuchaba, la prueba estaba en que la media docena de personas que en aquel momento se encontraban en el bar lo estaban mirando y además lo veían, no como otras veces que apenas lo había mirado. Bueno, las seis no, que el taxista sólo miraba el fondo de su vaso vacío. Pero Betty tras la barra, Honorio con sus chanclas, el zapatero con su mono azul y su mandil de cuero, la pelirroja con su libro abierto en la esquina de la barra
-No tanto, señores. Vengo casi todos los días.
-Y una polla. Desde que se peleó usted con Rubalcaba no ha vuelto. Lo dijo el jubilado desde sus chanclas que ya hacia tiempo que no se quitaba.
-Es verdad, desde que riñeron en el Congreso no ha vuelto usted. Aclaró el zapatero como si su manera de decir fuera más clara, más diplomática y más apropiada que la de Honorio, que desde que salió en la tele piensa que debe superarse en despreocupación y arrojo.
El servidor público, desde los rizos sobre su cuello andaba dudando entre disfrutar el momento, el primero en que realmente se ocupaban de él, o aclarar las razones de su corta ausencia. Ya le pasó otras veces, que al intentar explicar le había vuelto la espalda aquel grupo de gente desconocida, ajena a él y a su cultura, que sabía que debía ganar, pero que desconfiaba que nunca lo lograría. Así que prefirió dejarlo estar.
-Yo quería preguntarle una cosa.
-Digame usted.
El zapatero demandaba información al hombre trajeado y este reaccionaba atento, dispuesto una vez más a ganarse la causa del  pueblo desde aquel bar de barrio.
-Lo que este quiere decirle es quien manda más si usted o Guindo.
-A ver, no creo que se pueda decir en esos términos. Cada uno tenemos un papel importante en el gobierno.
-No se me vaya por las ramas, el de Hacienda es el que más manda no?,
-Mandar, mandar, manda el presidente del Gobierno.
-Vale, y el que ha echado a Rato quien es, el presidente del Gobierno, el ministro de Hacienda, el de Economía. Esperanza o se ha ido el solito. Porque parece que el que lo ha largado es Guindos.
-Déjeme que le explique. El gobierno lo que ha hecho es tomar una serie de medidas...
-¿No te lo digo siempre? si es inútil preguntar, se va a ir por las ramas, va a contestar lo que le interesa y nada más. Hazme caso, mejor dicho, pasa de él, ni le preguntes.
-Si no me dejan que les explique, no van a enterarse.
-Oiga, que esto no es el Parlamente ni la tele. Esto es un bar. Y si un señor le pregunta usted contesta si quiere. Y punto. No venga con que es que no le dejan explicarse. Betty habla pocas veces, pero siempre interviene para fijar las normas básicas de convivencia en su establecimiento.
Montoro iba viendo que se esfumaba una oportunidad más de hacerse entender por la España real, de comprender a aquella gente a la que se había acercado con su mejor intención.
-Yo estoy dispuesto a contestarles a cualquier cosa que quieran saber. No creo que otros hicieran lo mismo. -Dijo pasando de la adulación a un cierto tono de reto chulesco.
-Vale, pues yo quiero saber una cosa.
-Dígame usted.
-¿Cuando se ha llevado Rato?
-Entiendame, lo que el Gobierno ha hecho.
-¿No te lo dije? si es inútil.
Dejaron de mirarlo. Se volvieron a la tele donde hablaban de una señora que había mandado a su hijo a un programa para buscar novia. Bueno, se interesaron por esa madre ilusionada todos menos el taxista y la perlirroja. Cada uno con lo suyo, aquél con el fondo de su vaso, ella con el libro.