viernes, 12 de abril de 2013

El ministro en la competencia




Entró el portero diciéndolo
-¿A que no sabéis quién entraba ahora en el bar de La Otra?
-Como si nos importara.- Reacciona Betty mientras repasa el mostrador con una spontex recién estrenada.
El taxista levanta la vista del fondo de su vaso, gordo ha de ser lo que oye si ha sido capaz de sacarlo de su obsesiva atención a lo profundo de su vacío.
La Otra es la mujer que no se nombra en el bar de Betty, es decir, Loli, que regenta un bar, de parecidas características físicas, por el tamaño, y estéticas, por la ornamentación, justo en el otro lado de la plaza. Nadie sabe a ciencia cierta, cada uno tienes una especulación, una idea, una parte de la historia, lo que pasó exactamente entre Betty y Loli. Se conoce que en algún momento fueron íntimas y se puede constatar que en la actualidad son enemigas irreconciliables.
El hecho de que ambas regenten sendos bares equidistantes y equivalentes, por la distancia, por la estética y por el nivel de negocio, no deja de ser una paradoja algo perversa. Lo único que es imposible compartir son los clientes. No se puede pasar por el bar de la uno y luego por el de la otra, o al contrario. Eso todos los saben. Uno a cada lado de la plaza, parecida disposición, casi idénticos decorado, incluso la mismas especialidades  no en vano tuvieron las dos tantas cosas en común en un pasado no tan lejano.
Honorio mira con atención al portero, sabedor de que si sale el nombre de Loli, aunque sea sin pronunciarlo en lo de Betty debe ser realmente singular.
Y como Honorio, el taxista, los de la Telefónica, la chica de la ORA e incluso la pelirroja, que levantó los ojos de su libro para atender al portero, como si estuviera a punto de soltar una bomba informativa.
-Montoro.