Entró el portero diciéndolo
-¿A que no sabéis quién entraba ahora en el
bar de La Otra?
-Como si nos importara.- Reacciona Betty
mientras repasa el mostrador con una spontex recién estrenada.
El taxista levanta la vista del fondo de su
vaso, gordo ha de ser lo que oye si ha sido capaz de sacarlo de su obsesiva
atención a lo profundo de su vacío.
La Otra es la mujer que no se nombra en el
bar de Betty, es decir, Loli, que regenta un bar, de parecidas características
físicas, por el tamaño, y estéticas, por la ornamentación, justo en el otro lado
de la plaza. Nadie sabe a ciencia cierta, cada uno tienes una especulación, una
idea, una parte de la historia, lo que pasó exactamente entre Betty y Loli. Se
conoce que en algún momento fueron íntimas y se puede constatar que en la
actualidad son enemigas irreconciliables.
El hecho de que ambas regenten sendos bares
equidistantes y equivalentes, por la distancia, por la estética y por el nivel
de negocio, no deja de ser una paradoja algo perversa. Lo único que es imposible
compartir son los clientes. No se puede pasar por el bar de la uno y luego por
el de la otra, o al contrario. Eso todos los saben. Uno a cada lado de la
plaza, parecida disposición, casi idénticos decorado, incluso la mismas especialidades
no en vano tuvieron las dos tantas cosas en común en un pasado no tan lejano.
Honorio mira con atención al portero, sabedor
de que si sale el nombre de Loli, aunque sea sin pronunciarlo en lo de Betty
debe ser realmente singular.
Y como Honorio, el taxista, los de la
Telefónica, la chica de la ORA e incluso la pelirroja, que levantó los ojos de
su libro para atender al portero, como si estuviera a punto de soltar una bomba
informativa.
-Montoro.
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