El gorrito de tela calado hasta los ojos, una
gabardina blanca cruzada hasta el cuello como si lloviera, unas gafas oscuras.
De tal guisa, cuidadosamente atildado para pasar desapercibido, entró en el bar
llamando poderosamente la atención.
Betty secaba vasos y ni le produjo curiosidad
tan estrambótico cliente un día de caluroso veranillo; la pelirroja levanto un
segundo la vista de su lectura y sonrió, sin que quede constancia de que fuera
por algo recién leído o por la aparición; el taxista, perdido en las
profundidades metafísicas del fondo de su vaso vacío no se enteró, como
siempre, de quien entraba o salía del bar; los empleados de telefónica si
observaron con curiosidad chusca la aparición; el portero, una mano metida en
el mono azul, otra sujetando el descafeinado de sobre en vaso de caña, miró de
arriba abajo, varias veces, como si fuera a decirle algo, al tipo que se dirigía
resuelto a la barra; Honorio, apoyado en el taburete sobre sus chanclas,
disertaba sobre el cambio de los tiempos y la deshumanización de la sociedad
sin que casi nadie siguiera sus discurso más que a instantes, o porque levantara
lavoz o porque aparecieran anuncias en la televisión encendida.
Dos detalles traicionaron el secreto del supuesto
espía, mejor dicho, tres. El primero que entre el borde del sombrerito y el
cuello de la gabardina aparecían unos engominados rizos inconfundibles. El segundo
porque habló y por lo que pidió. Le salió una característica voz entre el pito
y lo gangoso y además pidió su Mirinda.
La voz y el pedido, antes que los rizos,
dieron la voz de alerta. El taxista levantó la cabeza y abrió los ojos, la
pelirroja aparcó un instante la lectura, los de Telefónica añadieron un levantamiento
de cejas a su pitorreo inicial, el portero se rasco bajo la gorra visera; Betty
se dio la vuelta d la espalda, para que fuera evidente su negativa a servirle
pidiera lo que pidiera; y Honorio bajó del atril desde el que predicaba sin ser
escuchado, apoyó en el suelo sus chanclas y acercándose a quien pretendía
seguir pulsando la España real escondido tras semejante gabardina y gorrito de
Woddy Allen, le tocó repetidamente la espalda con su dedo índice.
-Señor mío, mentira que crezcan modernamente.
Los sueldos en España están bajando desde que están ustedes. O no se entera y
tiene muy mala leche.
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