martes, 3 de octubre de 2017

No nos moverán o la historia de la radicalización de Maica


El sábado por la tarde, la víspera del referéndum, Maica estaba guardando un colegio de El Raval. Quería votar y no entendía que se lo impidieran. Por eso fue, “a defender un derecho”, eran sus palabras. Estaba dispuesta a sentarse y no moverse, si llegaban los mossos o la policía. Es colegio público donde estudian sus nietos, donde estudió su hija y donde estudió ella misma. Nunca tuvo claro lo del referéndum, en realidad, ni pensó si votaría sí o no, ni siquiera si votaría. Pero asegura que, tras las amenazas y las presiones, se fue a defender el colegio, “votar no es malo”, decía con toda la candidez de una abuela enrollada.

En el colegio del Raval estaba todo preparado, comida -“de sobra, mañana lo llevaremos a gente necesitada”- tareas de limpieza, relevos horarios, para lograr que permaneciera abierto y al día siguiente llegaran, “de algún lugar”, las urnas y pudieran votar. Se habían programado actividades docentes, juegos, cartas, y así pasarían la noche. Luego, a la cinco de la mañana, llegaría más gente, con las urnas, y votarían. Contaba Maica que los mossos iban de vez en cuando a tomar nota de la gente que estaba en el colegió. “Cumplen el requisito”. Y de manera indirecta les iban indicando qué hacer: que tendrían que intervenir en función de los que se juntaran, la hora en la que volverían, que en algún momento deberían dar el nombre de una persona responsable...


 -Pero vamos a aguantar sin dárselo, nos sentaremos en el suelo si hace falta. - Afirmaba resuelta, y contaba que la persona en cuestión ya sabe lo que tiene que hacer.
Maica sentía que su lucha merecía la pena. Se retrotraía a los tiempos del franquismo, “con los grises”, y explicaba que no pedían nada raro, “sólo queremos votar. Eso es la democracia. ¿No?”.
Eso, el sábado. El domingo Maica había pasado la noche en el colegio, votado a última hora de la mañana y, sobre todo, ya había visto las imágenes en los móviles y en la televisión, sí las de Tv3, cómo “los policías de España”, así dijo, golpeaban con saña a mujeres y niños y ancianos. “Esa violencia por votar”. Maica era tibia y tranquila el sábado y se hizo indignada y radical el domingo.
El domingo a Maica le dolían los porrazos como si se los hubieran dado a ella, no tenía ni una duda de por qué defendía su colegio y hablaba de agravios históricos, de impuestos. Afirmaba que en Cataluña las cosas cuestan más que en España, que hay copagos, que los chicos estudian una carrera y luego no tienen donde trabajar, que los salarios son miserables. Lo afirmaba empoderada, convencida de que tanta crisis tiene una víctima clara, Cataluña, y un responsable igual de claro, España. El sábado decía que los españoles deben saber “que no somos raros, solo queremos votar”. El domingo, no se sentía rara sino definitivamente agredida.

Honorio es el que le cuenta a Betty la historia de Maica. Pasó todo el fin de semana en Barcelona, invitado por Mariano, su íntimo amigo, en todo menos en el mus, a la casa de su hija. El yerno de Mariano sí es nacionalista, la hija no lo era, como Maica.
Los dos jubilados amigos, en todo menos en el mus, habían viajado a Barcelona como dos antropólogos inocentes, a ver que se cocía, a estar presentes en un día que parecía que podía ser histórico, a mirar y que no se lo contaran.
-Tú, de reportero audaz-- dice Betty pasando la spontex por el mostrador.
-Pues te digo que es muy grave lo que ha ocurrido. -O no.- afirma mirando a Mariano que asiente con la cabeza-. El pueblo está en la calle, convencido de que vive un momento histórico y que depende de ellos.
-¿Pero nadie ve que Puigdemont los utiliza?. Pregunta el zapatero.
-Mira, con la torpeza de Rajoy, han logrado simplificar los discursos: abrazan a los mossos y sólo hablan de un Estado represor que los fríe a impuestos y les manda a los antidisturbios.

Honorio, contra su habitual modo de actuar, de pontificar y de dar caña a la derecha desde el bar de Betty, igual cuando entraba Montoro, que antes con Zaplana o ahora con Hernando, intenta no especular ni siquiera señalar. Ha vuelto pensativo con la historia de Maica. Así que, para sorpresa de Betty y demás parroquianos, prefiere contar hechos.
-Mira, estuvimos el sábado en el colegio ese del Raval, la gente muy tranquila, amable, colaborativa, haciendo gala de pacifismo, acaso confundidos, pero mostramdo su pretensión que expresarse. Un aire de cuando las asambleas y las luchas de los barrios. - Ilustra.
-Ya, pero ciegos. - Interviene el zapatero.
-Espera, que te diga, luego fuimos a la Plaza Sant Jaume, donde está el Ayutamiento y la Generalitat. Allí acababan de manifestarse los españolistas.
-Ya, los fachas.
-Bueno, fachas y de todo. Lo que quiero decir es que los de las banderas españolas, sacados por todas las televisiones eran gente exaltada, con los cánticos esos de “soy español, español”, O “a por ellos” o vivas a la guardia civil,
-Claro lo catalanes más educados, con más seny.- dice Betty.
-Bueno y qué pasó.- Se impacienta el zapatero
El domingo fueron a un colegio cerca de la plaza de Cataluña, antes de volver al de Maica. En realidad, antes se dieron una vuelta por colegios de fuera, de El Masnou, de Badalona…. No paraba de llover y la gente aguantaba horas en la cola. En algunos no funcionaba el sistema electrónico porque lo había tirado abajo la Guardia Civil. ”Pero tenemos más recursos”, decían los que guardaban la cola, “Votarem”, coreaban. Muchos desde las cinco de la mañana, otros habiendo pasado la noche. “A ver si los del NO habrían aguantado tanto”, decía una muy convencida. Por los móviles se iban pasado las imágenes. Contaban en qué colegios habían actuado los antidisturbios, abrazaban a los mossos que observaban con discreción.
Y a medida que pasaba la jornada, la indignación, la emoción, el convencimiento, las noticias de heridos, iban haciendo un magma que a Honorio y a Mariano les llamó la atención. Señoras bastante más mayores que los dos jubilados metidos a antropólogos guardaban cola o mostraban con orgullo la papeleta mientras los presentes aplaudían. Porque lo que hacían todos era permanecer en los colegios después de votar, para proteger las urnas. Luego a ver TV3.

Maica no ha dudado en hacer la huelga del martes, 3. En el colegio se iban cebando unos con otros. En su cabeza están juntos todos los agravios que el argumentario independentista ha construido: ha calado el convencimiento de que la utopía es posible, de que es el momento de ser libres y felices. Y las imágenes de los antidisturbios rompiendo urnas y dando palos los cargan de razón. Honorio piensa que son muchos y que se lo creen. Escuchó, junto a Maica cómo una mujer decía convencida, “sólo faltaba que tuviéramos que dar explicaciones ante la barbarie, con una urna sería suficiente para la independencia”. Un hombre, a su lado, clamaba, iluminado: “ esto no tiene marcha atrás, ahora los españoles tendrán que ponerse a trabajar”.

Maica asentía.