El sábado por la tarde, la víspera del
referéndum, Maica estaba guardando un colegio de El Raval. Quería votar y no
entendía que se lo impidieran. Por eso fue, “a defender un derecho”, eran sus
palabras. Estaba dispuesta a sentarse y no moverse, si llegaban los mossos o la
policía. Es colegio público donde estudian sus nietos, donde estudió su hija y
donde estudió ella misma. Nunca tuvo claro lo del referéndum, en realidad, ni
pensó si votaría sí o no, ni siquiera si votaría. Pero asegura que, tras las
amenazas y las presiones, se fue a defender el colegio, “votar no es malo”, decía
con toda la candidez de una abuela enrollada.
En el colegio del Raval estaba todo
preparado, comida -“de sobra, mañana lo llevaremos a gente necesitada”- tareas
de limpieza, relevos horarios, para lograr que permaneciera abierto y al día
siguiente llegaran, “de algún lugar”, las urnas y pudieran votar. Se habían
programado actividades docentes, juegos, cartas, y así pasarían la noche. Luego,
a la cinco de la mañana, llegaría más gente, con las urnas, y votarían. Contaba
Maica que los mossos iban de vez en cuando a tomar nota de la gente que estaba
en el colegió. “Cumplen el requisito”. Y de manera indirecta les iban indicando
qué hacer: que tendrían que intervenir en función de los que se juntaran, la
hora en la que volverían, que en algún momento deberían dar el nombre de una persona
responsable...
Maica sentía que su lucha merecía la
pena. Se retrotraía a los tiempos del franquismo, “con los grises”, y explicaba
que no pedían nada raro, “sólo queremos votar. Eso es la democracia. ¿No?”.
Eso, el sábado. El domingo Maica había
pasado la noche en el colegio, votado a última hora de la mañana y, sobre todo,
ya había visto las imágenes en los móviles y en la televisión, sí las de Tv3,
cómo “los policías de España”, así dijo, golpeaban con saña a mujeres y niños y
ancianos. “Esa violencia por votar”. Maica era tibia y tranquila el sábado y se
hizo indignada y radical el domingo.
El domingo a Maica le dolían los
porrazos como si se los hubieran dado a ella, no tenía ni una duda de por qué
defendía su colegio y hablaba de agravios históricos, de impuestos. Afirmaba
que en Cataluña las cosas cuestan más que en España, que hay copagos, que los
chicos estudian una carrera y luego no tienen donde trabajar, que los salarios
son miserables. Lo afirmaba empoderada, convencida de que tanta crisis tiene
una víctima clara, Cataluña, y un responsable igual de claro, España. El sábado
decía que los españoles deben saber “que no somos raros, solo queremos votar”.
El domingo, no se sentía rara sino definitivamente agredida.
Honorio es el que le cuenta a Betty la
historia de Maica. Pasó todo el fin de semana en Barcelona, invitado por
Mariano, su íntimo amigo, en todo menos en el mus, a la casa de su hija. El yerno
de Mariano sí es nacionalista, la hija no lo era, como Maica.
Los dos jubilados amigos, en todo
menos en el mus, habían viajado a Barcelona como dos antropólogos inocentes, a
ver que se cocía, a estar presentes en un día que parecía que podía ser histórico,
a mirar y que no se lo contaran.
-Tú, de reportero audaz-- dice Betty pasando
la spontex por el mostrador.
-Pues te digo que es muy grave lo que
ha ocurrido. -O no.- afirma mirando a Mariano que asiente con la cabeza-. El pueblo
está en la calle, convencido de que vive un momento histórico y que depende de
ellos.
-¿Pero nadie ve que Puigdemont los
utiliza?. Pregunta el zapatero.
-Mira, con la torpeza de Rajoy, han
logrado simplificar los discursos: abrazan a los mossos y sólo hablan de un
Estado represor que los fríe a impuestos y les manda a los antidisturbios.
Honorio, contra su habitual modo de
actuar, de pontificar y de dar caña a la derecha desde el bar de Betty, igual
cuando entraba Montoro, que antes con Zaplana o ahora con Hernando, intenta no
especular ni siquiera señalar. Ha vuelto pensativo con la historia de Maica.
Así que, para sorpresa de Betty y demás parroquianos, prefiere contar hechos.
-Mira, estuvimos el sábado en el colegio
ese del Raval, la gente muy tranquila, amable, colaborativa, haciendo gala de
pacifismo, acaso confundidos, pero mostramdo su pretensión que expresarse. Un
aire de cuando las asambleas y las luchas de los barrios. - Ilustra.
-Ya, pero ciegos. - Interviene el
zapatero.
-Espera, que te diga, luego fuimos a
la Plaza Sant Jaume, donde está el Ayutamiento y la Generalitat. Allí acababan
de manifestarse los españolistas.
-Ya, los fachas.
-Bueno, fachas y de todo. Lo que quiero
decir es que los de las banderas españolas, sacados por todas las televisiones
eran gente exaltada, con los cánticos esos de “soy español, español”, O “a por
ellos” o vivas a la guardia civil,
-Claro lo catalanes más educados, con más
seny.- dice Betty.
-Bueno y qué pasó.- Se impacienta el
zapatero
El domingo fueron a un colegio cerca
de la plaza de Cataluña, antes de volver al de Maica. En realidad, antes se
dieron una vuelta por colegios de fuera, de El Masnou, de Badalona…. No paraba
de llover y la gente aguantaba horas en la cola. En algunos no funcionaba el
sistema electrónico porque lo había tirado abajo la Guardia Civil. ”Pero
tenemos más recursos”, decían los que guardaban la cola, “Votarem”, coreaban. Muchos
desde las cinco de la mañana, otros habiendo pasado la noche. “A ver si los del
NO habrían aguantado tanto”, decía una muy convencida. Por los móviles se iban
pasado las imágenes. Contaban en qué colegios habían actuado los antidisturbios,
abrazaban a los mossos que observaban con discreción.
Y a medida que pasaba la jornada, la
indignación, la emoción, el convencimiento, las noticias de heridos, iban
haciendo un magma que a Honorio y a Mariano les llamó la atención. Señoras
bastante más mayores que los dos jubilados metidos a antropólogos guardaban
cola o mostraban con orgullo la papeleta mientras los presentes aplaudían.
Porque lo que hacían todos era permanecer en los colegios después de votar,
para proteger las urnas. Luego a ver TV3.
Maica no ha dudado en hacer la huelga
del martes, 3. En el colegio se iban cebando unos con otros. En su cabeza están
juntos todos los agravios que el argumentario independentista ha construido: ha
calado el convencimiento de que la utopía es posible, de que es el momento de
ser libres y felices. Y las imágenes de los antidisturbios rompiendo urnas y
dando palos los cargan de razón. Honorio piensa que son muchos y que se lo
creen. Escuchó, junto a Maica cómo una mujer decía convencida, “sólo faltaba
que tuviéramos que dar explicaciones ante la barbarie, con una urna sería
suficiente para la independencia”. Un hombre, a su lado, clamaba, iluminado: “
esto no tiene marcha atrás, ahora los españoles tendrán que ponerse a trabajar”.
Maica asentía.
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