Esta es la bonita historia de dos
semanarios que fueron protagonistas en el periodismo español de los últimos
cuarenta años. Nacieron en buen momento, crecieron mucho, se llenaron de buenos
periodistas, hicieron buen periodismo de investigación (a veces también lo hicieron
malo), y acaban de morir porque se han ido haciendo pequeños, insignificantes
ya, se llenaron de pérdidas y dejaron de ser rentables para sus dueños.
Hubo un tiempo en que sí que fueron
rentables. La década de los ochenta y de los noventa se entenderán sólo leyéndolos.
Las hemerotecas son testigos de sus méritos, de las historias que publicaron,
de los personajes que se asomaron a sus páginas. Por ellas, por las páginas de
Tiempo y de Interviú, se podrá conocer cómo era este país y qué le pasó.
Llegué a Tiempo joven, aprendí de
los que estaban y disfruté del periodismo. Conté historias que pude investigar,
propuse ideas que pude desarrollar, hice,
creo, buenas entrevistas a gente
increíble: Gabriel García Márquez, Felipe Alfau, Paul Bowles, Salman Rusdie, Oriana
Fallaci, Juan Carlos onetti, Jose Saramago, Nadine Gordimer, Vargas Llosa, Michael Ende, Ken
Follet. La lista es interminable, fueron años felices.
Pero, aparte de lo personal, hay que
decir que esos dos semanarios hicieron periodismo, formaron periodistas y
fueron vigilantes de la democracia. Cuarenta años dieron lugar a muchas cosas.
A soñar, a mandar, a temer y a caer. Ambos medios soñaron con ser grandes. Sus
referentes eran la revista tocaya, Time, pero también el New York Times, el New
Yorker, y Le Monde, y La Republica.
Algunos de sus directores se
atrevieron a pensarlo y muchos de sus reporteros lo creyeron. Se pusieron a
ello entregados al periodismo, a la búsqueda de la verdad, a la buena
escritura, empeñados en intentar caminos diferentes, en mirar más allá de la
evidencia, en descubrir.
Los lectores, agradecidos, acudían
cada semana a los kioscos en busca de las historias que les contaban, con
pasión y honestidad, Tiempo e Interviú. El negocio parecía funcionar, había
lectores, periodistas, un empresario audaz y cosas que contar. Aumentaron las
tiradas, fluía la publicidad, se pagaban buenos sueldos. Trabajar allí era un
honor y una envidia para los compañeros de profesión.
¿Cómo es que rompió ese bonito
cuento.?Lo de Tiempo e Interviú es la crónica de una muerte anunciada. O cómo
la crisis, o lo que sea, fue adelgazando hasta la anorexia a unas cabeceras
saludables.
Dicen que las nuevas tecnologías
cambiaron el periodismo y que los medios no encontraron el modelo de negocio
que se ajustara a los nuevos tiempos. Así han cerrado cientos de periódicos y
se han ido a la calle miles de periodistas. Pero, ¿todo por la crisis? ¿Por no
encontrar el negocio? ¿Por el escaso dinero de la publicidad? ¿Por los grandes
buscadores que se han quedado con el pastel? ¿Y el periodismo?
Esas revistas, como otras, tuvieron
miedo y abandonaron el periodismo. Quedaron en manos de gestores, administradores,
consejeros, gerentes, expertos en márquetin que intuyeron que venían tiempos
duros. Como visionarios males, decidieron que
aquello se arreglaba dejando de lado al periodismo. Ellos decidían qué poner en
las portadas, qué investigar, qué contar. Y tales decisiones iban encaminadas a
no molestar, no incomodar, a quienes repartían la publicidad, fuera unos
grandes almacenes, un banco o un gobierno. No incomodar.
También usaron su lógica, su única ley:
si se reducen gastos, se pierde menos. ¿Que
a cambio baja la calidad, perdemos independencia, vivimos con miedo…? eso a los
gestores cortoplacistas les da igual. Se encomendaron a los recortes, redujeron
plantillas y prescindieron de los reporteros más caros, de los más inconformistas.
Aplicaban un entendimiento aplastante: con el sueldo de uno podían tener cuatro
becarios. Claro, como la crisis no escampaba, el siguiente paso fue no pagar y
seguir recortando de donde ya era casi imposible.
La crisis se ha dejado por el
camino muchas vidas rotas, mucho dolor, muchos derechos adquiridos, tanto en el
periodismo como en la propia sociedad.
De modo que la bonita historia del
Tiempo e Interviú, después de cuarenta años, se acaba porque se fueron haciendo
cargo de ellos unos gestores mediocres que se dedicaron a recortar, a querer complacer a los dueños del
sistema y a matar el periodismo. Pero
también fuimos responsables los periodistas, por dejarnos, por aceptar, por no
exigir.
Cuando aparecía una nube de crisis
en esas revistas, recuerdo que a alguna de esas lumbreras se le ocurría cambiar
el diseño, lavarle la cara. No hacerlo mejor, no arreglar lo que no funciona,
no contar mejores historias, no investigar más. No: Cambio de cara. Y esos
gestores incluso se pusieron a competir con la televisión: como la gente no
lee, cavilaron, no le demos lectura, publiquemos fotos grandes, poco texto, y
regalemos a los compradores de la revista un DVD, un disco, una película, una muestra
de colonia.
Aquellos recortes, aquellas
concesiones, aquel abandono del periodismo, aquellos miedos, aquella entrega al
poder, aquellos intentos de regalar cosas en lugar de contar historias,
trajeron estos lodos. Lloramos el cierre de Tiempo e Interviú. Como el de
tantos medios que no supo defender el periodismo.
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