jueves, 24 de agosto de 2017

De trenes y de burros


-Hemos ido a inaugurar el burrotren- Anuncia encantada la hija de Betty. Usa un tono de voz lo suficientemente alto como para que la oigan todos, es decir, su madre, Honorio, el amigo de éste en todo menos en el mus, el zapatero, el hijo, la pelirroja y el portero. No es seguro que el taxista, ensimismado sobre su vaso vacío, preste atención, diga lo que diga la joven.
Es Honorio el primero en reaccionar y preguntar qué es eso.
‘Eso’ es el proyecto de un soñador comprometido y quienes habían ido son ella y la chica de la ORA, parece que reconciliadas de sus antiguas diferencias. Vuelven del oeste de Salamanca, cerca de la raya con Portugal, donde hay gente empeñada en recuperar sabidurías perdidas, en hacer cultura, en dar vida a pueblos abandonados, en frenar que los jóvenes se vayan de esos sitios olvidados.
-Mira, este debería ir a Bogajo- Dice la chica de la ORA mientras ojea el periódico en la barra del bar de Betty. Se refiere a Sergio del Molino, que está rescatando historias de vida y de cultura en El País. ‘Resurrecciones de la España vacía’, se llama su serie, y entiende que lo que ellas vieron el lunes, 21 de agosto, justo unas horas antes del eclipse, es tema de reportaje para el escritor.
Bogajo es el sitio del oeste donde hay una vía del tren abandonada, una veintena de burros felices y un soñador. El lugar tiene una estación olvidada y derruida, entre la Fuente de San Esteban y La Fregeneda, junto Portugal. Allí se tomaba el tren hace treinta años para ir a Salamanca o al país vecino.



Hoy la vía y las estaciones están cegada por retamas, culebras, zarzas y carrascos. La maleza se ha adueñado del camino que pudo ser verde y la vía y los pueblos han sido olvidado por las corporaciones. RENFE primero y ADIF, después, la diputación de Salamanca y los gobiernos de Castilla y León, han dejado que se pudran las construcciones, que se ciegue la senda. Por desidia o por pereza arrinconaron la oportunidad de darle uso a esos caminos de hierro.
Las administraciones locales y provinciales se suelen quejar de que sus pueblos se mueren. Hacen declaraciones grandilocuentes, fariseas, del dolor que supone tal abandono, pero cuando nace una idea, si alguien propone un sueño, miran a otro lado. Y lo peor, no solo no ayudan, sino que perjudican.
Las dos amigas se enteraron de lo de Chuchi porque lo vieron bailar en una boda y alguien les contó su historia. Desde entonces lo siguen a donde quiera que vaya a bailar, a una fiesta o a una clase que imparta de baile charro. Como dos fans. Fueron sabiendo de los burros que criaba, de sus ovejas, de sus quesos, de su implicación en cuando proyecto cultural o social de la zona, de su energía, de su compromiso, de su optimismo, de la cantidad de amigos que puede juntar su manera de ser, abierta y dispuesta.
También supieron de su locura. No se resigna a ver morir aquella comarca, va a Portugal y ve que allí hacen cosas, que cuidan lo suyo, que aquí las escuelas se cierran por falta de niños, que en el verano los que llegan de vacaciones no tienen una propuesta de ocio más allá de la pantalla del móvil. Le dolía lo de la vía y pensó hacer algo. Algo para los niños, con los burros y, por qué no, paseos por la vía. Diseñó una suerte de carreta que pueda desplazarse por las vías abandonadas. Lo contó en el ayuntamiento de su pueblo, en ADIF, en la Diputación. Las respuestas circularon entre la no respuesta, el desprecio o el juicio: imposible.



Año tras año allí estaban las traviesas de madera, pudriéndose. Así que sacó el tiempo de donde no lo tenía y con sus manos, él solo, ha limpiado dos kilómetros largos de vía. Palmo a palmo, eliminado zarzas y carrascos, recomponiendo traviesas podridas, levantando piedras, partiéndose la espalda. Con paciencia ha ido enseñando a los burros a tirar del vagón, a no tener miedo del carril de hierro. Y cuando ha hecho tan titánico trabajo, ADIF, le dice que hable con la Diputación, la Diputación no contesta o afirma que tiene otro proyecto (desde hace 30 años) su ayuntamiento o no dice nada o pone mala cara. Es más, le manda un mensaje indirecto, porque celebra una semana cultural de recuperación de las tradiciones, y no cuenta con él.
-Cuanto burro suelto- Exclama Honorio.
La paradoja de tanto despropósito es que otros ayuntamientos aplauden su idea, le prometen ayuda y financiación y le piden que lleve a su tramo de vía sus carros y sus burros. Pero el soñador quiere realizar su sueño en su pueblo, quiere pasear por las vías abandonadas a los niños de su pueblo.
Así que la tarde del 21 de agosto, tres horas antes de que la luna apareciera mordiendo el globo solar, un centenar de personas, jóvenes, niños y mayores, acompañaban a Chuchi a la solemne inauguración de su burro-tren. Habían sido convocados por whatsApp y el boca oreja. Entre ellas la hija de Betty y su amiga la chica de la ORA.
-No nos lo perdíamos ni locas.



En un paisaje de zarzas disparatadas, con la ruina de la estación de fondo, sobre el pasto seco y el calor de agosto, montaron en los burros y pasearon por unas vías que revivieron durante unas horas.
-Y el alcalde ni apareció. -Da por hecho Honorio.
-Claro que no. Pero estuvo la concejala de cultura del pueblo.-Aclaran las dos al mismo tiempo.
-Gente así merece un monumento. Dice Betty mientras saca los vasos del lavaplatos.

Entonces pasa algo sorprendente: los presentes, a una, se ponen a aplaudir. Incluso el taxista ensimismado.



1 comentario:

  1. Que iniciativa más bonita, hasta parece ciencia ficción volver a ver esa infraestructura después de años de abandono y desidia volver à servir y ser recuperada para ocio y disfrute de los pueblos y, todo por las manos de personas que no quieren ve como los pueblos se abandonan por la dejadez de las administraciones. !!Enhorabuena y bienvenido el tren-burro ¡¡

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