jueves, 20 de junio de 2024

11. San Esteban de Gormaz. El mejor torrezno del mundo

 

La cita reservada era en el hotel Ribera del Duero, entre el rio y la carretera de Valladolid, en San Esteban de Gormaz. Pero antes de dejar el equipaje al cargo de una encantadora chica para todo que igual es recepcionista, maître, camarera y gestora que alarga turnos porque es sábado y el bar cierra, dejamos unas horas el Duero para no andar cerca del Burgo de Osma sin pasearlo.

Antigua y monumental ciudad episcopal es uno de los conjuntos históricos más notables de Castilla y León. Sitio principal que quita a Soria poderío eclesiástico y administrativo. Su Calle Mayor porticada la parte por la mitad como eje vertebrador, antes sitio donde mostraban sus productos los agricultores y artesanos de la zona y hoy paseo obligado. La recorre, en 125 columnas, un aire de calmosa ciudad de provincias. Una vía forzoso que une La Catedral, el Palacio Episcopal, el Hospital de San Agustín y la Plaza Mayor. Un circuito imprescindible de soportales, pórticos, fachadas, comercios, bares y restaurantes. La presencia de iglesias, conventos y seminarios certifican la autoridad del Burgo. El entramado de madera de las paredes, las pilastras, los troncos que soportan los corredores y balcones, enseñan la sobriedad, pero también la eficacia de las construcciones castellanas.

A San Esteban de Gormaz llegamos ya de noche y el bar Antonio estaba cerrado, como el día que pasamos hacia el nacimiento del Duero. Estaban entonces en fiestas, pero el Antonio, cerrado. En la terraza sí que esta el cartel, ‘Premio al mejor torrezno del mundo’ pero empezamos a dudar no solo del galardón, incluso de la existencia de tal manjar grasoso elevado a las alturas gastronómicas  desde lugar tan poco glamuroso como la panceta del cerdo.



Tuvimos que esperar a otro viaje, semanas después, para encontrarnos con el establecimiento abierto y una torre de torreznos sobre la mampara de cristal de la barra del bar. Los sorianos dicen que le han quitado la grasa al tocino y lo han convertido en barritas energéticas. A cuatro euros, la piel crujiente, la carne suave y la grasa resbalosa. Seguiremos comparando si son los mejores del mundo o deben conformarse con tener también la categoría de exquisitos.

También anduvo por aquí El Cid, se lee en el poema Mio Cid que a San Esteban fueron las hijas tras la afrenta del robledal de Corpes. El pueblo además tiene pasado romano y huellas medievales en iglesias y restos de murallas. Queda una idea clara de lo que fue el castillo, elevado en un altozano con forma alargada y estrecha. Lo habrían construido los árabes en el siglo X y habría sido reformado por manos cristianas en su reconquista. Queda un lienzo de la muralla, como un tabique imposible, el otro debió estar sobre la roca vertical. En el centro de la villa hay restos del recinto fortificado, un cubo musulmán y un torreón, muy cerca de lo que hoy es la plaza mayor, rodeada de soportales.



Arrimado al castillo alargado encaramado en lo alto del cerro, cobijado se muestra el pueblo. Se ve que estuvo protegido por la fortaleza que formaba línea defensiva y fronteriza con la de Berlanga, la de Osma y la de Gormaz. Una línea de conexión nada imaginaria, visual. La villa miraba a la fortificación y hoy se refleja en el rio que lo baña, que lo vertebra, del que saca hilos de nuevo rio, sosegado, arcilloso en su color, que atiende a playas urbanas, pesqueras y molinos. Dos zonas distintas de playa fluvial que proponen asueto, paseo y descanso.

Un semáforo regula el paso por el puente de los 16 ojos que se convierte en guardián del lugar, el que decide quién entra, y cuando, y quien sale. Lo llaman medieval atendiendo a su origen, aunque fue restaurado y modificado, dicen que tenía una torre en el centro que a su vez contenía una virgen llamada de la Cántara. Es lugar de paso, partido judicial y centro administrativo de la comarca lo que le da un movimiento y una cierta vida comercial que no tienen la mayoría de los pueblos de esta España despoblada. Municipio con atractivo turístico, propone rutas de interés viajero, andarín y antropológico: la del vino, la del románico, la del adobe y la piedra, la de las vegas.



A la sombra del castillo, bajo su suelo, en las laderas este y oeste, se extiende un mapa de bodegas. Un distrito subterráneo que merece visita. Todo un barrio, parece que han trescientas galerías o excavaciones, de distintas formas y tamaño. El hueco que cada vecino iba abriendo en la tierra dependía de su esfuerzo, de la dirección de la del vecino y de la roca que se encontrara delante, así que el resultado es un laberinto seco y fresco. Se guardaba ahí el vino, se envejecía. De alguna de ellas sale el buen vino que se puede probar en las fiestas, ensayando habilidades con el manejo del chorro del porrón. Con el tiempo se han ido convirtiendo las bodegas en lugar de reunión, merendero y hasta segundas viviendas. Singulares, atractivas, frescas. Alguna de ellas se vende. Hay una que se anuncia en el idealista y piden 6.000 euros.

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