La cita reservada era en
el hotel Ribera del Duero, entre el rio y la carretera de Valladolid, en San
Esteban de Gormaz. Pero antes de dejar el equipaje al cargo de una encantadora
chica para todo que igual es recepcionista, maître, camarera y gestora que
alarga turnos porque es sábado y el bar cierra, dejamos unas horas el Duero
para no andar cerca del Burgo de Osma sin pasearlo.
Antigua y monumental
ciudad episcopal es uno de los conjuntos históricos más notables de Castilla y
León. Sitio principal que quita a Soria poderío eclesiástico y administrativo.
Su Calle Mayor porticada la parte por la mitad como eje vertebrador, antes
sitio donde mostraban sus productos los agricultores y artesanos de la zona y
hoy paseo obligado. La recorre, en 125 columnas, un aire de calmosa ciudad de
provincias. Una vía forzoso que une La Catedral, el Palacio Episcopal, el
Hospital de San Agustín y la Plaza Mayor. Un circuito imprescindible de
soportales, pórticos, fachadas, comercios, bares y restaurantes. La presencia
de iglesias, conventos y seminarios certifican la autoridad del Burgo. El
entramado de madera de las paredes, las pilastras, los troncos que soportan los
corredores y balcones, enseñan la sobriedad, pero también la eficacia de las
construcciones castellanas.
A San Esteban de Gormaz
llegamos ya de noche y el bar Antonio estaba cerrado, como el día que pasamos
hacia el nacimiento del Duero. Estaban entonces en fiestas, pero el Antonio,
cerrado. En la terraza sí que esta el cartel, ‘Premio al mejor torrezno del
mundo’ pero empezamos a dudar no solo del galardón, incluso de la existencia de
tal manjar grasoso elevado a las alturas gastronómicas desde lugar tan poco glamuroso como la panceta
del cerdo.
Tuvimos que esperar a
otro viaje, semanas después, para encontrarnos con el establecimiento abierto y
una torre de torreznos sobre la mampara de cristal de la barra del bar. Los
sorianos dicen que le han quitado la grasa al tocino y lo han convertido en
barritas energéticas. A cuatro euros, la piel crujiente, la carne suave y la
grasa resbalosa. Seguiremos comparando si son los mejores del mundo o deben
conformarse con tener también la categoría de exquisitos.
También anduvo por aquí
El Cid, se lee en el poema Mio Cid que a San Esteban fueron las hijas tras la
afrenta del robledal de Corpes. El pueblo además tiene pasado romano y huellas
medievales en iglesias y restos de murallas. Queda una idea clara de lo que fue
el castillo, elevado en un altozano con forma alargada y estrecha. Lo habrían
construido los árabes en el siglo X y habría sido reformado por manos
cristianas en su reconquista. Queda un lienzo de la muralla, como un tabique
imposible, el otro debió estar sobre la roca vertical. En el centro de la villa
hay restos del recinto fortificado, un cubo musulmán y un torreón, muy cerca de
lo que hoy es la plaza mayor, rodeada de soportales.
Arrimado al castillo alargado
encaramado en lo alto del cerro, cobijado se muestra el pueblo. Se ve que
estuvo protegido por la fortaleza que formaba línea defensiva y fronteriza con
la de Berlanga, la de Osma y la de Gormaz. Una línea de conexión nada
imaginaria, visual. La villa miraba a la fortificación y hoy se refleja en el
rio que lo baña, que lo vertebra, del que saca hilos de nuevo rio, sosegado,
arcilloso en su color, que atiende a playas urbanas, pesqueras y molinos. Dos zonas
distintas de playa fluvial que proponen asueto, paseo y descanso.
Un semáforo regula el
paso por el puente de los 16 ojos que se convierte en guardián del lugar, el
que decide quién entra, y cuando, y quien sale. Lo llaman medieval atendiendo a
su origen, aunque fue restaurado y modificado, dicen que tenía una torre en el
centro que a su vez contenía una virgen llamada de la Cántara. Es lugar de
paso, partido judicial y centro administrativo de la comarca lo que le da un
movimiento y una cierta vida comercial que no tienen la mayoría de los pueblos
de esta España despoblada. Municipio con atractivo turístico, propone rutas de
interés viajero, andarín y antropológico: la del vino, la del románico, la del
adobe y la piedra, la de las vegas.
A la sombra del castillo,
bajo su suelo, en las laderas este y oeste, se extiende un mapa de bodegas. Un distrito
subterráneo que merece visita. Todo un barrio, parece que han trescientas
galerías o excavaciones, de distintas formas y tamaño. El hueco que cada vecino
iba abriendo en la tierra dependía de su esfuerzo, de la dirección de la del
vecino y de la roca que se encontrara delante, así que el resultado es un
laberinto seco y fresco. Se guardaba ahí el vino, se envejecía. De alguna de
ellas sale el buen vino que se puede probar en las fiestas, ensayando
habilidades con el manejo del chorro del porrón. Con el tiempo se han ido
convirtiendo las bodegas en lugar de reunión, merendero y hasta segundas
viviendas. Singulares, atractivas, frescas. Alguna de ellas se vende. Hay una
que se anuncia en el idealista y piden 6.000 euros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario