El
Duero deja atrás Zamora, plácido y ancho, para apuntar al oeste, pero a unas
docenas de kilómetros la orografía le hace torcer a la derecha y dirigirse al
norte. Se ensancha más porque lo espera el embalse de San Román, pero lo que el
río propone es una cabriola, un meandro que resulta de acercarse peligrosamente
al Mirador de los Infiernos. Llega hasta él, lo muestra y vuelta a dirigirse al
sur. Como si fuera una visita traviesa, un ir y venir repentino y caprichoso.
El resultado en su paisaje paradójico, pleno de variantes geológicas. Puede
pasar en unos cientos de metros de una plácida pradera a un abrupto barranco.
Una carretera estrecha, sin espacio para cruzarse con otro coche en ocasiones y
sin sitio para parar a mirar, para dejar el Insignia y extasiarse.
De
pronto aparece como una gran presa que cruza todo el rio y una construcción sorprendente
de piedra que divide el Duero, una de las dos partes del azud termina con dos
estrechas callejas para desviar parte del rio. Son los Cañales de Charquitos, el
ingenio de la época de los romanos para pescar. Los peces estaban en el
ensanchamiento y construyeron esos dos canales con los que provocaban en
estrechamiento del rio y los pescados se obligaban a entrar en ellos, como un
pastoreo natural. Costumbre que han llevado hasta hace no mucho los lugareños
de estas tierras inhóspitas. De hecho,
Charquitos, que pone apellido a los cañales, fue uno de los últimos pecadores.
El rio deja a su paso pequeñas playas de arena y verdes praderas. En la ribera,
chopos y fresnos, en la laderas peñascos, encinas y carrascos. El rumor del
agua, el viento encajonado, la dehesa y un anuncio de arribes.
Parece
que el nombre de los Infiernos, no atiende ni a la carretera ni a los abismos
que desde ella se contempla, viene de una leyenda en la que algo tuvo que ver
el diablo. En un recodo un cartel con letras blancas sobre fondo morado,
perjudicado por las pintadas anónimas, anuncia un puente singular, casi
escondido, un único arco de piedras y maleza que podría confundirse con uno de
los caminos, como parte de él, que cruzan estas sendas: Puente de la Joyalada o
los Infiernos, siglos XVIII-XIX Almaraz de Duero.
Almaraz
de Duero tiene una orografía accidentada y contradictoria, concilia en su
término los infiernos con las tierras planas de cereal. Antes se llamaba
Almaraz del Pan, como muchos otros pueblos de la comarca que llevan ese
apellido: Villaseco del Pan, Muela del Pan. El Duero los recorre, los riega, va
dejando cascadas y saltos hasta que recibe las aguas del Esla y tras el salto de Villalcampo se dirige al
norte para buscar la raya con Portugal. Otro salto, de Castro, lo dirige al sur
corriendo toda la linde, constituyendo la frontera.
Los
saltos siguen acumulando agua y turbinas y cables. Muchos tienen casas para los
ingenieros y trabajadores. Pequeños chales con su jardín. Lugares de recreo.
Pues están todos cerrados. Pero lo curioso es que tienen puertas y ventanas
tapiadas, encementadas.
Fermoselle
es un laberinto. Calles estrechas, imposibles para el Insignia que trepan sin
descanso y puede que no tengan salida. De la plaza, porticada, que desaparece
en las fiestas con los tenados de madera para hacer las gradas, parten tres
calles. Las tres empinadas, las tres hacia arriba, pero hay que volver y
orientarse en la maraña de callejas y callejones. Buscamos el castillo de doña
Urraca, pero está cerrado tanto el edificio como el jardín, al final de una de
las tres calles. Debajo de toda esa piña de casas subidas en ese promontorio
hay mil bodegas, es un pueblo horadado. Las calles empedradas, las paredes de
granito y adobe, las arquitecturas serranas, una villa que ha sido construida
en función de las dificultades para perforar el granito, de modo que unas
construcciones pueden aprovechar una roca para asentarse o para apoyarse o para
delimitar el espacio. De manera que esas calles desniveladas, esas paredes
pueden ser construcciones o grandes rocas de granito aprovechadas para la
ocasión. Calles sinuosas y con nombres evocadores, la Amargura, El Guapo,
Portal del Villar, Tenerías, Nogal, Montón de tierra…. Requejo es la que cruza
la villa y va a la Plaza Mayor.
Todo
Fermoselle es un mirador y hay muchos desde todos los puntos cardinales. Cada
uno de ellos, elevado, proporciona un paisaje espectacular, desde una atalaya
que se ve le Duero, que se ve Portugal, los pueblos de las Arribes. El del
Torojón, el del Castillo, el de Terraplén, el de las Peñas, el de los
Barrancos, el de las Escaleras, subir a cada uno de ellos es un esfuerzo, pero
todos proporcionan la recompensa de una vista inmensa y espectacular.
El
siguiente destino será Torre de Moncorvo, ya en Portugal, pasando por Bemposta
el primer pueblo del país vecino tras pasar la frontera. Otro pantano, un salto espectacular. Y luego
el Duero recibe un hilo de agua del Tormes, que ahí llega consumido del pantano
de Almendra
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