El codo del Duero se
tuerce hacia el norte para buscar Toro y dejar una vega fértil atestada de
viñedos. El plan es llegar a la hora de comer y hacerlo con un menú rico y
acompañado con un vino bueno del lugar. Así que aparcamos los más cerca posible
del centro, con cuidado de que no fuera zona de estacionamiento regulado. No
parecía, pero tampoco nos acararon las personas a las que preguntamos. Justo al
lado de la calle principal, casi esquina en una perpendicular. La calle Corredera
une dos antiguas aduanas, la Puerta Corredera y la Torre del Reloj, y es la vía
comercial y de ocio de la ciudad. Imprescindible. Hay un bar con una terracita.
En realidad, unas mesas en la acera de una calle estrecha y fresca en un día de
calor. Además, tiene nombre con reminiscencias, La Bodeguita. Sirve, porque
está camino de la catedral y de la Colegiata de Santa María la Mayor. Los
nombres y los títulos de estas tierras de Castilla, incluso en su aspiración de
grandeza, se van repitiendo en pueblos y ciudades mostrando su arraigo
religioso.
La oficina de turismo del
ayuntamiento organiza dos visitas guiadas a las que nos apuntamos junto con
otro puñado de viajeros y curiosos. Se trata de una bodega y una plaza de
toros. Es el tributo que pagamos, más o menos desganado, al desarrollo
turístico de los lugares por los que nos lleva el Insignia en su quehacer de
perseguir el Duero. Se saca una suerte de billete en el mostrador de la oficina
y en la plaza la chica que guía convoca y reúne a los incautos, porque la hora
y el calor no aconsejan una ruta así. La encargada de la visita es simpática,
atenta, discreta. La bodega es toda una construcción impensable hacia abajo.
Empinadas escaleras, prensas y cubas imposibles de meter ahí, por esas galerías.
Más interés arquitectónico e histórico que vinatero. La plaza pasa por ser una
de las más antiguas de España. Pero lo singular es que desde la calle pasa
desapercibida. Nada hace pensar que dentro de esas paredes de una estrecha
fachada haya un coso taurino. Apenas si se fija uno ve dos arcos de medio punto
y en su lateral un hueco que en realidad son las taquillas. Como un tesoro
escondido. Así que si no es por la visita guiada no nos enteramos de que
pasando el arco se encuentra un ingenio de madera y adobe, en un patio largo y
estrecho que enseña el exterior del anillo, con aljibes aun en uso, un patio de
caballos, los toriles, un antiguo desolladero donde la gente de Toro podía ir a
comprar la carne de los toros después de lidiados. Hay también una pequeña
capilla con la virgen del Canto, que es la patrona de la ciudad.
Tiene cerca de doscientos
años, con sus gradas de madera, en realidad largas vigas divididas en cortitos
espacios numerados. Pasó por varias manos, hasta que la carcoma y los hierbajos
se la fueron comiendo, hasta que el ayuntamiento la recuperó y rehabilitó
corrales y chiqueros y las graderías y las barreras. Ahora es un Bien de Interés
Cultural, como una especie de corral de comedias. Sus graderíos bajos, su
inmenso redondel y sus balconcillos.
Otra particularidad de
lugar tan disimulado es que comparte sitio, no espacio directo, con el teatro.
A los terrenos de la plaza de
toros se incorporó el teatro de la ciudad y su liceo, de manera que forman
ambos espacios un conjunto único de la arquitectura popular en España. Donde
había un corral de comedias y un antiguo salón de bailes, en la plaza San
Francisco, hoy este curioso espacio que no se ve desde la calle y alguien tienes
que decir que está ahí, tras el arco y la puerta cerrada.
Recorrimos la colegiata, los puentes, el paseo del Espolón, la torre
del reloj, de nuevo la calle Corredera y junto a la puerta, ya en la Ronda
Corredera, está la tienda de Uge. Una señora simpática que vende productos de
la tierra, fruta, verduras, hortalizas. El local es amplio, abierto a la calle,
lleno de colorido por los géneros que oferta. Proporciona tanto buena
conversación como posibilidad de buen material gráfico. Pesa con romana, las
paredes están llenas de carteles y de aperos antiguos. Se fija, y admira, en
los ojos de mi compañera de viaje, admira y pondera su verdosa luz. Cuenta sus
cuitas comerciales, la merma de viajeros y de clientes, el tiempo que lleva con
la puerta de su comercio abierta. Le decimos que buscamos vino y dice que
vayamos a la tienda de Manolo, que le digamos que nos ha mandado ella. Y el
establecimiento de Manolo está volviendo a cruzar la muralla, en la misma calle
Corredera. El dueño acepta de buen grado el recado de Uge porque tiene un
surtido interesante de vinos de Toro y del Duero. Lo primero que hace es
demandar presupuesto, que te quieres gastar, dice. Y entonces aconseja.
Vino y dulces va siento el mayor gasto que hacemos en este comercio de
proximidad que procuramos practicar. Y son elementos que precisamente en estas tierras
del Duero abunda y compiten en cada parada. Tortas, perrunillas, tartas,
rosquillas y luego las firmas de cada vio que han lanzado al Duero en una
especie de mina de oro, pastel grande del que todos quieren participar. La
ribera es la denominación de Origen y el principio de de todo. Pero se van conquistan
vaguadas y oteros, cada vez más lejos de la orilla, como si todo fuera rio,
como si cualquier cacho de tierra se pudiera transformar en viña. Se observa
una suerte de rebatiña, de pronto todos vinateros. Quizá sea una solución al
vacío de estas tierras, pero no puede ser todo exquisito. La sugerencia de
Manolo sí lo fue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario