martes, 18 de junio de 2024

8. Soria

 

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Cada tarde, tras el acompañar diario al devenir del Duero, mirando cuál será su siguiente destino, internet ayuda a fijar la próxima parada. No es temporada alta para reservar hotel, así que la única preocupación iba siendo el precio, la ubicación con respecto al centro, la presumible comodidad. Esas cosas, no necesariamente en ese orden. Pero me temo que en los lugares, pueblos y ciudades de la ribera del Duero, siempre es temporada baja. El siguiente paso de este hilo conductor del recorrido del rio es el camino a Soria desde Vinuesa. Va hacia el Este, bajando un poco hacia Hinojosa de la Sierra, hasta Garray y ahí es cuando se dirige al sur para buscar la capital.

Pero tras dejar los bártulos en la cómoda y amplia, y alejada, habitación del hotel elegido, Campos de Castilla. realmente la primera visita a Soria es a Numancia. En Garray tienen una maqueta inmensa con el asedio de los romanos a los numantinos construido a base de figuras de play móvil. Reconstruido con aprovechamiento el Cerro de la Muela, donde se extendería la población celtibera rodeada por las legiones romanas. El yacimiento está vacío, parece que los empleados esperan inútilmente la llegada de turistas y curiosos. Mano sobre mano, asomados al yacimiento. Pero no informan, para eso está el audio guía.

 La aplicación bien pensada pero mal resuelta, prevé la existencia de las cercas, el asedio de Publio Cornelio Escipión, los baños, el desagüe, el entramado de calles, el aljibe, la recreación de la casa romana, la muralla defensiva celtíbera, el patio porticado, los barrios, los molinos de mano… pero el aparato no funciona. Explica el invento de guía tecnológica apenas el primer paso y vuelve a inicio. Así que un empleado debe ir y venir continuamente a rechetearlo, es decir, reiniciarlo. Y cuando se va, se vuelve a parar. Es un yacimiento curioso, ventoso, solitario, un mirador imponente que muestra los cuatro puntos cardinales. Como en el resto del Duero, de esa España que se ha ido vaciando, no tiene gente que vaya, a pasar de las vallas que lo anuncian con gran cartelería en las carreteras y de la Maqueda con las figuritas de plástico.

La Plaza Mayor soriana es rectangular y portalada, aparece tras recorrer la arteria principal de la ciudad, la calle del Collado, estrecha y comercial. La Casa del Común, la de los 12 linajes, la Fuente de los Leones, la Torre de doña Urraca, la iglesia de Nuestra señora la Mayor donde Machado se casó con Leonor y le ofició el funeral apenas tres años después. La silla donde los visitantes se sientan para hacerse la fotografía. Toda una muestra de qué ver en la capital soriana en doce horas se reúne en tan estrecha calle comercial y tan alargada plaza mayor.



 Para evitar el aparcamiento vigilado optamos por el alojamiento a las afueras y así dejamos el Insignia fuera de la zona del ORA, pero como, era previsible no es difícil cruzar la ciudad siguiendo la huella de Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer y Gerardo Diego. Las guías, los folletos, los planos se encargan de irlo recordando a cada paso, la casa donde vivió, la iglesia donde se casó, la silla donde se sentó. 

Anima, tan cercana, patear la ciudad paso a paso. Su parque urbano, La Dehesa, aporta sosiego y relajo por sus praderas, sus castaños, la Alameda de Cervantes y el señor que da de comer a su ardilla. Parece suya porque es la única que se le acerca, le da una almendra, la ardilla la toma confiada, salta a enterrarla entre la hierba del parque y vuelve a por otra. Hay confianza entre ellos. Cerca del Árbol de la música. Un templete con un agujero en medio para darle espacio al troco del castaño de indias. De modo que la rareza hace pensar que hubo antes, el árbol o  el templete. Parece que antes había un Olmo centenario. Buen maridaje, música y naturaleza.



El claustro de San Juan de Duero, a punto de cerrar, pero esperan algo impacientes a que demos la vuelta a esa sinfonía de arcos de curioso entrelazado, tan bien conservados, lo único que queda del antiguo monasterio. Se llega cruzando el río por el puente de piedra, en su margen izquierda, ahí estaba la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Duero. Un claustro misterioso y la iglesia. Los porteros se armaron de paciencia mientras nos emborrachábamos de un rápido repaso fotográfico que les hizo comerse una parte de su descanso.



Así como se ha hecho más que hora de comer, la terraza del Fielato, tan cercana, parece una buena opción. En la terraza la oferta en contundente y nos dejamos llevar a costa de hacer pesada la digestión. El vagabundeo por el Duero en Soria es un rito obligado pero el rio se ha hecho mayor y cruza la ciudad dejando una oportunidad de gozo: su paseo machadiano por una y otra orilla es un lujo, aunque el camino a San Saturio, recién degustadas las alubias negras es un trabajo más que un placer. La iglesia encaramada en la roca, sus pasadizos, su cortado peñascoso, la historia de sus santeros, y del propio eremita patrono de Soria merecen un rato. Como la subida al parador a ver la escultura de Machado y Leonor, la silueta de ambos como una ventana mirando Soria desde lo alto. Ciudad de provincias, pequeña, tranquila, 40.000 habitantes, abarcables y paseables.



La subidas y bajadas, desde el Duero, hacia el Duero suponen un rompepiernas que apacigua los márgenes. Estos llevan por orilla plácida una capital pausada que mira al rio, que lo ha transformado en zona de esparcimiento y ocio con praderas, fuentes y columpios. Aunque quizá sea discutible la licencia artística de sembrar el río de esculturas de plástico. Hay un cangrejo que debe extrañar a las tranquilas aguas. Pero fuera de esa dudosa idea, sí que es una senda diseñada para estar, para pensar, para disfrutar, para aislarse y dialogar con un cauce ancho que forma la curva de ballesta que abraza a la ciudad.

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