jueves, 13 de junio de 2024

5. Entre Salduero y Molinos de Duero

 

 

1.  

Rio y pinares supone una ecuación con mucha magia en esas tierras de Soria vecinas de la Rioja. Al sur de la sierra de Urbión y mirando la Cebollera el Duero se ha hecho adulto y avanza visitando, o quizá formando, pueblos señoriales. Sus casas recias, blasonadas, cuidadas, cerradas, atildadas con escudos nobiliarios, denotan tanta soledad como historia. Pasa en Salduero, en Molinos de Duero, en Vinuesa, tres lugares unidos por la historia, por la administración y por la falta de cura. Ninguno tiene y lo comparten. Tres pueblos ricos en apariencia, en fuentes, en humedales, en bosques, en maderas, en pastos. Pasear por sus calles solitarias lleva a un pasado esplendoroso y a un presente cuidado, con un cierto señorío y el propósito de disfrute de fin de semana. Los pontones bien restaurados que cruzan el rio, las casas con blasones, los restos de un puente romano que sigue en pie, la huella de una calzada romana, los palacios, los soportales, las grandes chimeneas y la profusión de caserones.

Parece, está escrito en carteles conmemorativos, que en Molinos de Duero se llegaron a juntar en algún momento del siglo XVIII cerca de tres mil bueyes y más de ochocientas carretas. Era el centro de la Real Compañía de Carreteros de Burgos-Soria. A la entrada del pueblo tienen el monumento a la carreta. Una inmensa viga tallada y protegida recuerda que allá por el 1753 fue el más importante enclave de la carretería de España.



Claro, las casas y los zaguanes que se encuentran en tan cuidado pueblo, y las solanas y toda esa arquitectura recia y castellana estaban para la presencia en sus calles de tantos animales de carga. Si bien en la actualidad es difícil imaginar esa actividad carretera y vacuna paseando por sus calles anchas, acicaladas, limpias, junto a sus construcciones restauradas. Como la Real Posada de la Mesta, una joya arquitectónica construida en 1929, un caserón imponente que era la casa del presidente de la poderosa asociación de carreteros de Burgos y Soria. Edificio que nos habla de la potestad de tal corporación y de quien la presidía. Y las estancias de los bueyes, de la paja, del grano, de los carros se han convertido en restaurante, cafetería, sala de juegos y hotel. En verano, como todos los pueblos, multiplican por diez, pero fuera de agosto no alcanza los 150 molinarros. Pero debe tener mucho tirón turístico porque hay varias casas rurales y dos hoteles y restaurantes, mucha oferta para pueblo tan pequeño y tan poco habitado.

El marco natural donde se encuentra Molinos, lamido por el Duero, a la sombra de las cumbres y sobre el embalse de la Cuerda del Pozo, es envidiable. Como la historia que se adivina en sus paredes, en su arquitectura, en el trazado de sus calles. Igualmente se le adivina un pasado molinero, tanto por el hombre como por las numerosas piedras de molino que se ven en sus calles desiertas. Cuesta hoy imaginar el trasiego de bueyes y carretas y carpinteros y camineros que debió haber en el siglo XVIII.



Tanto Salduero como Molinos, desde su soledad, muestran con orgullo esa arquitectura pinariega, sus casonas de amplios zaguanes, sus entradas con arco de medio punto, sus blasones, sus balcones corridos de madera, las ventanas forjadas, los patios. Están a un tiro de piedra, comparten bosques y laderas, riqueza maderera, abundancia micológica, miradores y pasado rico. Los dos municipio pinariegos se unen en un paseo de un kilometro que recorre los márgenes del Duero y también comparten la ermita del Santo Cristo que se encuentra a mitad de camino entre los dos.

Salduero es más pequeño pero igual de empedradas sus calles. El rio se remansa y se vuelve playa natural que los del lugar han bautizado con ingenio, el Bañadero. La pasarela de piedras, una treintena iguales y alineadas, para pasar el río merecen ser recorridas, como andar sobre las aguas de un lado a otro.



Cada pueblo de la ribera de este Duero nacido hace apenas veinte kilómetros propone rutas y miradores espectaculares. Montañeros, deportistas exigentes, naturalistas y turistas tienen la oportunidad de subir a los picos de Urbión, pasear por las orillas del Duero y recordar a Gerardo Diego o recorrer los márgenes del embalse de la Cuerda del Pozo: disfrutar la llamada playa de Soria o descubrir lo que queda de las ruinas de un pueblo anegado: La Muedra. Cada caminata está marcada por la cuerda de rocas que se eleva sobre los pinos y los robles, hasta el Portillo de la Campana; pistas forestales que acercan ermitas o llevan a la Piedra Andadera, una roca en particular equilibrio. Como el que propone la fila de pontones que permiten atravesar el rio de una orilla a otra. Hay una frase, “carreteros de Salduero, ingenieros de rutas”, como inscripción paradójica de la fuente pero que quizá define a los dos pueblos.



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