Almazán
es el sitio conde el Duero vuelve definitivamente al oeste. Tras Soria emprende
un camino sinuoso, creciente en su caudal, de hoces y curvas primero con
querencia al este, tras pasar Los Rábanos, y luego vuelta al sur para acercarse
a Ribarroya. De modo que da un rodeo buscando su sitio, como si dudara. Toma
las aguas del Rituerto y aunque todavía pasa un buen tramo que mira al sur, ya,
a 30 kilómetros de la capital, parece decidirse por occidente. Una atalaya se
levanta sobre el rio que cruza un puente de piedra de trece ojos y una entrada
estrecha, de arco ojival, bajo la torre del reloj saluda a la villa haciendo
dudar a los viajeros si dentro de esa muralla y de esas arcadas se podrá pasar con el coche.
Se
pasa por curiosidad más que por conocimiento y por calle tan estrecha se llega
a una magnifica plaza castellana, en la que hay una iglesia románica, un
palacio señorial, una estatua, unos soportales, un postigo con un paso que
encamina a un espectacular mirador sobre el Duero. Su suelo de listones de madera
invita a asomarse y atrapa el vértigo al curioso. El hotel reservado tiene
nombre sugerente, Tirso de Molina, y está en la misma plaza. Como el pueblo,
como la zona, indica que tiene más pasado que presente. El bar está justo debajo,
se entra al hospedaje por el portón de madera de al lado, inmensa, y tras
atravesar un portalón oscuro que lleva a las escaleras y al ascensor, a tientas.
La habitación, amplia y antigua, está sobre el bar y tiene un gran balcón sobre
la plaza, rotunda, la iglesia de San Miguel, enfrente, los soportales a la
derecha, el palacio de los Hurtado de Mendoza a la izquierda.
Un
paseo nocturno por calles estrechas, poco iluminadas, cerradas las puertas a
cal y canto. Se comprueba que si no se ve a nadie no es por la hora, es que se
trata de un lugar también vacío. Se ven tiendas y negocios abandonados. Almazán
es grande, tiene 6.000 habitantes, e importante, con historia, uno de los municipios
principales de la provincia, pero se deben ver en verano. Cuando llega
septiembre migran. La ciudad se construyó como si estuviera de espaldas al
Duero. La muralla y las torres separan a una y al otro, pero los diferentes
gobernantes se ve que han intervenido para acercarlos, con la pasarela que
recorre toda la orilla desde el puente y con el mirador de madera y acero, un
saliente de vértigo que parece que sale de la muralla para sobrevolar los
chopos de la orilla. Dos elementos de intervención urbana que facilitan tanto
el agradable paseo y como la atracción de asomarse al precipicio. Si bien la
estética de tan elevado mirador puede chirriar porque rompe con los otros
elementos arquitectónicos de villa, con las trabajadas piedras de hospitales,
murallas, iglesias, palacios y conventos. La plataforma se eleva saliendo de la muralla y
se abalanza sobre el Duero, seguramente tiene tanto de atrevimiento en romper
de manera penosa el entorno de villa medieval como de oportunidad de servicio
al turismo. Las vistas son impresionantes, pero la estridencia de ese
trampolín, también.
La
caminata nocturna de descubrimiento del lugar transcurre en silencio, una leve
brisa recorre las calles empedradas del casco histórico. Las risas de unos
adolescentes encienden un poco las apagadas luces. Los pasos resuenan en estas
correderas, las plazas, los espacios vacíos. En la oscuridad se adivina un
pasado si no de esplendor sí de categoría, de poblachón principal, tanto
administrativo como eclesiástico y nobiliario. Hay espacios culturales como el centro
Tirso de Molina, palacios, casonas bien armadas con grandes portalones y
puertas cerradas con llaves de cuento.
La
mañana lleva claridad a las calles que continúan tan vacías como por la noche.
La dueña de la panadería de la plaza mayor, bajo los soportales, oferta
rosquillas, pastas de limón, magdalenas, paciencias, una torta artesana y
perronillas. Elegimos las pastas y la torta, que el compromiso de seguir el Duero
lleva consigo la busca y el consumo de productos locales. La amabilidad de la
panadera, lo llevará consigo el negocio de comercio, choca con la frialdad,
desinterés e impaciencia de la encargada de la oficina de turismos, al otro
lado de la plaza.
Y
recorremos senda que sigo la orilla del rio, siete kilómetros, que discurren
desde la pasarela que parecía un pegote a los cuidados campos de deporte donde
entrena un equipo de futbol femenino. Un grato paseo por el que circula una
bicicleta y una mujer joven haciendo footing. Se llega a una plantación de
chopos, alineados con cartabón, no claro si se trata de repoblación o de vivero.
Y al otro lado del rio una pradera que acoge a un polideportivo. Los campos de
futbol son de hierba natural, frondosa, y por ellos corretean un grupo cumplido
de futbolistas de todas las edades, de prebenjamines a juveniles.
De
camino al siguiente destino, el hotel Ribera del Duero, de San Esteban de
Gormaz, el plan del día era comer en Berlanga de Duero y luego visitar el castillo
de Gormaz.
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