martes, 18 de junio de 2024

9. Almazán

 

Almazán es el sitio conde el Duero vuelve definitivamente al oeste. Tras Soria emprende un camino sinuoso, creciente en su caudal, de hoces y curvas primero con querencia al este, tras pasar Los Rábanos, y luego vuelta al sur para acercarse a Ribarroya. De modo que da un rodeo buscando su sitio, como si dudara. Toma las aguas del Rituerto y aunque todavía pasa un buen tramo que mira al sur, ya, a 30 kilómetros de la capital, parece decidirse por occidente. Una atalaya se levanta sobre el rio que cruza un puente de piedra de trece ojos y una entrada estrecha, de arco ojival, bajo la torre del reloj saluda a la villa haciendo dudar a los viajeros si dentro de esa muralla y de esas arcadas  se podrá pasar con el coche.

Se pasa por curiosidad más que por conocimiento y por calle tan estrecha se llega a una magnifica plaza castellana, en la que hay una iglesia románica, un palacio señorial, una estatua, unos soportales, un postigo con un paso que encamina a un espectacular mirador sobre el Duero. Su suelo de listones de madera invita a asomarse y atrapa el vértigo al curioso. El hotel reservado tiene nombre sugerente, Tirso de Molina, y está en la misma plaza. Como el pueblo, como la zona, indica que tiene más pasado que presente. El bar está justo debajo, se entra al hospedaje por el portón de madera de al lado, inmensa, y tras atravesar un portalón oscuro que lleva a las escaleras y al ascensor, a tientas. La habitación, amplia y antigua, está sobre el bar y tiene un gran balcón sobre la plaza, rotunda, la iglesia de San Miguel, enfrente, los soportales a la derecha, el palacio de los Hurtado de Mendoza a la izquierda.



Un paseo nocturno por calles estrechas, poco iluminadas, cerradas las puertas a cal y canto. Se comprueba que si no se ve a nadie no es por la hora, es que se trata de un lugar también vacío. Se ven tiendas y negocios abandonados. Almazán es grande, tiene 6.000 habitantes, e importante, con historia, uno de los municipios principales de la provincia, pero se deben ver en verano. Cuando llega septiembre migran. La ciudad se construyó como si estuviera de espaldas al Duero. La muralla y las torres separan a una y al otro, pero los diferentes gobernantes se ve que han intervenido para acercarlos, con la pasarela que recorre toda la orilla desde el puente y con el mirador de madera y acero, un saliente de vértigo que parece que sale de la muralla para sobrevolar los chopos de la orilla. Dos elementos de intervención urbana que facilitan tanto el agradable paseo y como la atracción de asomarse al precipicio. Si bien la estética de tan elevado mirador puede chirriar porque rompe con los otros elementos arquitectónicos de villa, con las trabajadas piedras de hospitales, murallas, iglesias, palacios y conventos.  La plataforma se eleva saliendo de la muralla y se abalanza sobre el Duero, seguramente tiene tanto de atrevimiento en romper de manera penosa el entorno de villa medieval como de oportunidad de servicio al turismo. Las vistas son impresionantes, pero la estridencia de ese trampolín, también.

La caminata nocturna de descubrimiento del lugar transcurre en silencio, una leve brisa recorre las calles empedradas del casco histórico. Las risas de unos adolescentes encienden un poco las apagadas luces. Los pasos resuenan en estas correderas, las plazas, los espacios vacíos. En la oscuridad se adivina un pasado si no de esplendor sí de categoría, de poblachón principal, tanto administrativo como eclesiástico y nobiliario. Hay espacios culturales como el centro Tirso de Molina, palacios, casonas bien armadas con grandes portalones y puertas cerradas con llaves de cuento.



La mañana lleva claridad a las calles que continúan tan vacías como por la noche. La dueña de la panadería de la plaza mayor, bajo los soportales, oferta rosquillas, pastas de limón, magdalenas, paciencias, una torta artesana y perronillas. Elegimos las pastas y la torta, que el compromiso de seguir el Duero lleva consigo la busca y el consumo de productos locales. La amabilidad de la panadera, lo llevará consigo el negocio de comercio, choca con la frialdad, desinterés e impaciencia de la encargada de la oficina de turismos, al otro lado de la plaza.

Y recorremos senda que sigo la orilla del rio, siete kilómetros, que discurren desde la pasarela que parecía un pegote a los cuidados campos de deporte donde entrena un equipo de futbol femenino. Un grato paseo por el que circula una bicicleta y una mujer joven haciendo footing. Se llega a una plantación de chopos, alineados con cartabón, no claro si se trata de repoblación o de vivero. Y al otro lado del rio una pradera que acoge a un polideportivo. Los campos de futbol son de hierba natural, frondosa, y por ellos corretean un grupo cumplido de futbolistas de todas las edades, de prebenjamines a juveniles.



De camino al siguiente destino, el hotel Ribera del Duero, de San Esteban de Gormaz, el plan del día era comer en Berlanga de Duero y luego visitar el castillo de Gormaz.

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