El
desayuno en el hotel la Muedra es copioso. Se termina enseguida la tortilla de
patatas y el bollo casero pero lo reponen rápido. Ayuda a empezar con energía
la visita a la Laguna Negra. Larga pista en subida tras salir de Vinuesa en
dirección a Montenegro de Cameros, hacia el norte. Unos once kilómetros hasta
el aparcamiento. En épocas de mucha afluencia se corta el paso, pero nosotros
pudimos llegar dos kilometros más cerca, hasta la propia laguna que se muestra
como una aparición. Aguas verdes o azules, oscuras, casi negras a veces,
depende desde donde se miren, misteriosas siempre, comprimidas en paredes
imposibles. Un parque natural en los circos glaciares del Urbión. Un camino
cómodo hasta en lago grande, tranquilo, encajado, profundo, casi circular,
rodeado de rocas enormes, de pinos, de robles, de acebos. Una pasarela de
madera con miradores sembrados en su recorrido lo bordea para pasearlo, para
fijar las imágenes que aparecen, y aparece una cara diferente dependiendo del
punto en que se mire.
Impresionante
lugar, saco de leyendas y de historias Las recogió Antonio Machado en La tierra
de Alvargonzalez, y se adivinan en ese paraje amenazador, ese socavón
misterioso cerrado por altas paredes donde anidan las rapaces y sobrevuelan
amenazadoras. Está a dos mil metros de altura y dicen que tiene una profundidad
de entre ocho y diez metros, aunque el aspecto que muestra es que no tiene
fondo. De ahí que circule la especie de que en ese no fondo vive una monstruo
que se traga a quien osa bañarse. Leyenda que no parece arredrar a algunos
bañistas, los que la cruzan en una competición que parece que se celebra en
agosto, aunque sí a otros. El día que
pasamos ni se nos ocurrió y tampoco vimos a nadie que lo hiciera. Machado pone en su poema a los dos hijos
miserables que dan muerte a su padre y arrojan el cadáver a la laguna, si bien
el remordimiento les hace volver al lugar y también son tragados por el “agua
de la laguna sin fondo”. De ella también habló Pio Baroja en ‘El Mayorazgo de
Labraz’, donde cuenta que en el fondo de la laguna vive una mujer que mata a
quien se acerca a su laguna y a quien mira esa agua siniestra. También dicen
que, aparte del monstruo, de ese fondo infinito salen todas las tempestades, o
que de ahí emerge una misteriosa y emponzoñada niebla. De esa fascinación salen
los mitos y las leyendas que hoy siguen seduciendo y seguimos buscando.
En
invierno parece que la superficie suele estar helada. Su belleza va pareja con
la fuerza que emana, una suerte de amenaza telúrica. Cuando llegamos a primera
hora la luz le daba un tono azulado, según avanzaba el día se iba tornando en
una superficie verdosa, cuando se instaló encima unas nubes que se fueron
cerrando hasta amenazar lluvia se volvía negra. Bordeándola, cruzando el río
que alimenta la laguna por un estrecho puente de madera, una señal indica una
subida casi vertical hacia el pico de Urbión. Trabajosa, un zigzag empinado,
ayudados por los bastones, temiendo que la vuelta por el mismo sitio, con las
piedras mojadas si se confirma la amenaza de lluvia, será peor. No es distancia
larga, quizá no llega a trescientos metros, pero es ascensión dura por la
pendiente. Sin embargo, a cada vuelta del culebreo del ascenso en piedras
sueltas, el pedregoso canal, y tierra apretada aparece un enfoque espectacular,
asomando la laguna, entre el vértigo del abismo, brotan los pinos albares, y
los negros y las hayas los frutos rojos del enebro. Una subida lenta penosa,
dura, si bien compensada por cada mirada a la laguna, en cada recodo, en cada
metro de ascensión hasta la línea de los grandes pedruscos que la bordean y la
encierran. Por ahí alcanzamos la parte alta, los impresionantes cortados que la
envuelven. Se alcanza un punto que proporciona seguramente las mejores vistas
de la laguna, las que dan una sensación más oscura y misteriosa.
Es
el canal empinado del Portillo de la Laguna Negra, es la puerta a los glaciares
de los Picos de Urbión, se dejan atrás los árboles y empieza una cuerda de
desniveles y territorio de montaña. Pastos y helechos y turba y regatos. El
parte meteorológico anuncia fuertes lluvias sobre las dos de la tarde y las
nubes que se juntan y se oscurecen parecen confirmar la previsión. A la salida
de la encaramada grieta por la que hemos subido con esfuerzo aparece un sendero
que se bifurcará más adelante, uno indica la laguna Larga y otro la Laguna
Helada, el primero, el de la derecha, también nos llevará al mismo pico de
Urbión, justo por el otro lado al que lo atacamos hasta calarnos hasta los
huesos desde Duruelo. Es el que tomamos. Una senda ascendente que cruza un
valle con zonas de pasto de montaña y franjas de piedras. Riscos y collados y
valles van apareciendo y a los lejos el pico que identificamos con el Urbión,
el sitio donde nos calamos. La pendiente va ascendiendo y a media que avanzamos
se va endureciendo, a la izquierda un sendero llevará a la Laguna Helada,
enfrente el pico Urbión, en el camino la Laguna Larga, una suerte de ibón
pirenaico, en la que nace el rio Revinuesa. Alargada, llena de algas, como
pajas que la van copando. Dudas de seguir hasta el pico, temor a las lluvias
anunciadas. Así que volvemos hacia la Laguna Helada, más pequeña que la larga, también
con algas, cómodo sendero que la recorre por toda la orilla. Las vistas, las
pendientes, el anfiteatro del glaciar, son espléndidos. Vamos bajando con
cierta premura los tres kilómetros que quedan para el punto de partida por el
temor a una lluvia que no acaba de aparecer. De modo que el peligroso regreso
por el sendero vertical a la Luna Negra es menos penoso, pero se observa que
mojado ese carril de barro y piedras sería peligroso, quizá más bajando que
subiendo. Así que para celebrar que ni las previsiones ni temores eran
fundados, un plátano y una manzana contemplando el espectáculo que forma la
laguna recompusieron ánimo y fuerzas.
Dejar
la serranía y volver al hotel para recoger maletas y seguir acompañando el
Duero. Pero antes de abandonar Vinuesa, cruzamos el puente que lleva a los
restos de la construcción romana y tratar de cruzar por una senda, entre calor
y moscas de otoño, para llegar a La Muedra, sus torre del campanario en mitad
del pantano Cuerda del Pozo, asomando libre por entre las aguas inundadas, camino de Soria, al hotel Campos de Castilla.
Es la tarea de cada día, mirar donde alojarnos al siguiente.
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