sábado, 15 de junio de 2024

7. Laguna negra.

El desayuno en el hotel la Muedra es copioso. Se termina enseguida la tortilla de patatas y el bollo casero pero lo reponen rápido. Ayuda a empezar con energía la visita a la Laguna Negra. Larga pista en subida tras salir de Vinuesa en dirección a Montenegro de Cameros, hacia el norte. Unos once kilómetros hasta el aparcamiento. En épocas de mucha afluencia se corta el paso, pero nosotros pudimos llegar dos kilometros más cerca, hasta la propia laguna que se muestra como una aparición. Aguas verdes o azules, oscuras, casi negras a veces, depende desde donde se miren, misteriosas siempre, comprimidas en paredes imposibles. Un parque natural en los circos glaciares del Urbión. Un camino cómodo hasta en lago grande, tranquilo, encajado, profundo, casi circular, rodeado de rocas enormes, de pinos, de robles, de acebos. Una pasarela de madera con miradores sembrados en su recorrido lo bordea para pasearlo, para fijar las imágenes que aparecen, y aparece una cara diferente dependiendo del punto en que se mire.

Impresionante lugar, saco de leyendas y de historias Las recogió Antonio Machado en La tierra de Alvargonzalez, y se adivinan en ese paraje amenazador, ese socavón misterioso cerrado por altas paredes donde anidan las rapaces y sobrevuelan amenazadoras. Está a dos mil metros de altura y dicen que tiene una profundidad de entre ocho y diez metros, aunque el aspecto que muestra es que no tiene fondo. De ahí que circule la especie de que en ese no fondo vive una monstruo que se traga a quien osa bañarse. Leyenda que no parece arredrar a algunos bañistas, los que la cruzan en una competición que parece que se celebra en agosto, aunque sí a otros.  El día que pasamos ni se nos ocurrió y tampoco vimos a nadie que lo hiciera.  Machado pone en su poema a los dos hijos miserables que dan muerte a su padre y arrojan el cadáver a la laguna, si bien el remordimiento les hace volver al lugar y también son tragados por el “agua de la laguna sin fondo”. De ella también habló Pio Baroja en ‘El Mayorazgo de Labraz’, donde cuenta que en el fondo de la laguna vive una mujer que mata a quien se acerca a su laguna y a quien mira esa agua siniestra. También dicen que, aparte del monstruo, de ese fondo infinito salen todas las tempestades, o que de ahí emerge una misteriosa y emponzoñada niebla. De esa fascinación salen los mitos y las leyendas que hoy siguen seduciendo y seguimos buscando.



En invierno parece que la superficie suele estar helada. Su belleza va pareja con la fuerza que emana, una suerte de amenaza telúrica. Cuando llegamos a primera hora la luz le daba un tono azulado, según avanzaba el día se iba tornando en una superficie verdosa, cuando se instaló encima unas nubes que se fueron cerrando hasta amenazar lluvia se volvía negra. Bordeándola, cruzando el río que alimenta la laguna por un estrecho puente de madera, una señal indica una subida casi vertical hacia el pico de Urbión. Trabajosa, un zigzag empinado, ayudados por los bastones, temiendo que la vuelta por el mismo sitio, con las piedras mojadas si se confirma la amenaza de lluvia, será peor. No es distancia larga, quizá no llega a trescientos metros, pero es ascensión dura por la pendiente. Sin embargo, a cada vuelta del culebreo del ascenso en piedras sueltas, el pedregoso canal, y tierra apretada aparece un enfoque espectacular, asomando la laguna, entre el vértigo del abismo, brotan los pinos albares, y los negros y las hayas los frutos rojos del enebro. Una subida lenta penosa, dura, si bien compensada por cada mirada a la laguna, en cada recodo, en cada metro de ascensión hasta la línea de los grandes pedruscos que la bordean y la encierran. Por ahí alcanzamos la parte alta, los impresionantes cortados que la envuelven. Se alcanza un punto que proporciona seguramente las mejores vistas de la laguna, las que dan una sensación más oscura y misteriosa.



Es el canal empinado del Portillo de la Laguna Negra, es la puerta a los glaciares de los Picos de Urbión, se dejan atrás los árboles y empieza una cuerda de desniveles y territorio de montaña. Pastos y helechos y turba y regatos. El parte meteorológico anuncia fuertes lluvias sobre las dos de la tarde y las nubes que se juntan y se oscurecen parecen confirmar la previsión. A la salida de la encaramada grieta por la que hemos subido con esfuerzo aparece un sendero que se bifurcará más adelante, uno indica la laguna Larga y otro la Laguna Helada, el primero, el de la derecha, también nos llevará al mismo pico de Urbión, justo por el otro lado al que lo atacamos hasta calarnos hasta los huesos desde Duruelo. Es el que tomamos. Una senda ascendente que cruza un valle con zonas de pasto de montaña y franjas de piedras. Riscos y collados y valles van apareciendo y a los lejos el pico que identificamos con el Urbión, el sitio donde nos calamos. La pendiente va ascendiendo y a media que avanzamos se va endureciendo, a la izquierda un sendero llevará a la Laguna Helada, enfrente el pico Urbión, en el camino la Laguna Larga, una suerte de ibón pirenaico, en la que nace el rio Revinuesa. Alargada, llena de algas, como pajas que la van copando. Dudas de seguir hasta el pico, temor a las lluvias anunciadas. Así que volvemos hacia la Laguna Helada, más pequeña que la larga, también con algas, cómodo sendero que la recorre por toda la orilla. Las vistas, las pendientes, el anfiteatro del glaciar, son espléndidos. Vamos bajando con cierta premura los tres kilómetros que quedan para el punto de partida por el temor a una lluvia que no acaba de aparecer. De modo que el peligroso regreso por el sendero vertical a la Luna Negra es menos penoso, pero se observa que mojado ese carril de barro y piedras sería peligroso, quizá más bajando que subiendo. Así que para celebrar que ni las previsiones ni temores eran fundados, un plátano y una manzana contemplando el espectáculo que forma la laguna recompusieron ánimo y fuerzas.



Dejar la serranía y volver al hotel para recoger maletas y seguir acompañando el Duero. Pero antes de abandonar Vinuesa, cruzamos el puente que lleva a los restos de la construcción romana y tratar de cruzar por una senda, entre calor y moscas de otoño, para llegar a La Muedra, sus torre del campanario en mitad del pantano Cuerda del Pozo, asomando libre por entre las aguas inundadas,  camino de Soria, al hotel Campos de Castilla. Es la tarea de cada día, mirar donde alojarnos al siguiente.



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