Vinuesa,
al este de Salduero y Molinos, es villa medieval y el hecho de que sea la
cabeza de la comarca de Pinares y sea el núcleo de mayor población, unos
ochocientos habitantes, le da un cierto aire de capitalidad, de centro
administrativo de estos parajes que visitó Antonio Machado. Las calles, las
construcciones, las plazas, hasta el silencio del pueblo tiene un aire
señorial. Muestran un pasado de esplendor que se remonta hasta la Edad Media
con un esplendoroso comercio de madera y lana. Lo primero se adivina por los
bosques que rodean el término. En el siglo XVII Carlos III concedió el título
de villa con sus fueros y el símbolo del Rollo juristicional, lo que le otorgó
una nobleza que se observa hoy en las calles vacías y da testimonio el crucero
que se alza en la plaza Plazuela, una columna de piedra sobre cinco escalones
circulares. El monumento indicaba la jurisdicción, el limite territorial y
hacia funciones de ajusticiamiento. Eso acabó con las cortes de Cádiz en 1812,
pero en aquellos pueblos de Castilla que tenían alcalde podían juzgar y
condenar a muerte, aparte de castigar y pagar penas menores como azotar a los
delincuentes y exponerlos a pública vergüenza.
Entre
Salduero y Molinos empujan al rio a que se acerque a Vinuesa, un hilo gastado
tras dejar el ímpetu en los dos pueblos anteriores pero que engorda en cuando
pasa al lado el viejo puente romano y anega el antiguo pueblo que se resiste a
dejar de mostrar el campanario de su iglesia hundida para convertirse en el
gran pantano que hoy es. Se había planeado en 1923, pero el 9 de septiembre de
1941 el embalse de la Cuerda del Pozo se tragó al pueblo de la Muedra. Un
pantano que regula el Duero y es la principal fuente de agua potable para
ciudades como Soria y Valladolid y una superficie que se convierte en playa
inmensa a la vera de los pinos, Playa Pita y las Cabañas, como otra oferta
turística y de deportes náuticos de unas tierras privilegiadas, una costa de 65
kilómetros, un mar interior también vacío. Por el borde del rio se mira al
puede romano que resiste y pide una restauración y la calzad romana en
dirección a Molino.
También
se ve poca gente en Vinuesa pero el paseo que lleva al rio, pasando por el
campo de futbol se muestra movido, unas cuantas cabezas van y vienen cruzando
el gran puede que lleva al romano. Secos y cercados por pareces pequeña,
apareces prados verdes que en tiempo de crecida quedarán anegados y si se
retira la marea resulta apetitosos sitios para el ganado vacuno y bobino que se
observa.
La
casa rural la Muedra nos da cobijo y ofreció menú apetitoso, aunque nos
quedamos sin probar las patatas con setas que prometía. Debió ser el plato más
demandado porque el comedor estaba lleno y la chica de Duruelo no daba abasto. Tras
sobremesa en la terraza del establecimiento, un buen mirador sobre los montes
que rodean a Vinuesa, se impone paseo de reconocimiento de la villa. Y sus
calles vacías de casas cerradas persianas bajadas, hablan de un pasado insigne.
Saliendo de la Plazuela, por la calle doña Sofía nos espera la calle Luenga,
una larga cuerda que serpentea como su nombre hasta encontrarse con la calle la
Peña. En el inicio del recorrido que cruza el pueblo por la mitad, el gótico
renacentista de la iglesia de nuestra señora del Pino y su retablo rococó en su
interior. Abierta pero vacía, claro, apenas los viajeros como únicos
visitantes. Y aparece la Casa de los Ramos, un edificio emblemático y
representativo de un pasado de esplendor, de dos plantas con jardín delantero
cerrado por valla de piedra trabajada terminada en pico, como un reguero de
pequeñas pirámides sembradas enfrente de la casona, guardándola. Una balconada
de madera que la recorre en toda su fachada. Justo enfrente. También gran
portalón y tres balcones y su escudo tiene el Palacio de don Pedro Neyla,
parece que arzobispo de Palermo que levantó tal casona que más tarde sería
donada al pueblo para convertirse en la escuela que hoy es. Cada rincón muestra
unas piedras bien puestas, gruesas, firmes, que hablan de una arquitectura y
una economía potente. Se ve que el comercio de la madera y de la lana dieron
buenos rendimientos. Cada calle presenta una sucesión de palacetes, caserones y
casonas como mansiones.
El
paseo que sale del pueblo a encontrarse con el embalse pasa por el campo de
futbol y se acerca al misterio que ofrecen las aguas en función de su nivel,
los restos del puede romano, desportillado y milagrosamente en pie aparece y
desaparece en función de la subida o bajada de las aguas, como los prados que
quedan anegados o húmedos y llenos de hierba. Las caminatas son atractivas, a
la calzada romana que aún conserva sus cuatro kilómetros en buen estado, o la
Fuente el Salobral, parece que, con propiedades para el cuidado de la piel, a
la que se llega por una pista forestal y ubicada en un refugio con un merendero.
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