lunes, 26 de marzo de 2012

Sonreir y aguantar





Montoro quería contar lo suyo pero a nadie le importaba. Lo que querían saber todos era qué le había pasado a Betty.Tener el bar cerrado durante cuatro días no era normal, descubrir que nadie sabía nada de ella, ni su teléfono ni dónde vivía, tampoco y sorprendente. Ella sabía de todos, cómo buscarlos y dónde, tenía si no todos los teléfonos, al menos la manera de encontrarlos. Ninguna sabía de ella.
La prueba fue cuando se presentó el que dijo ser el novio de la chica de la ORA. Apareció un domingo por el bar y aseguró que  acababa de llegar de Ecuador y buscaba a su novia, Margarita, que trabajaba en el servicio de Ordenación y Regulación de Aparcamientos del ayuntamiento de Madrid. Al principio nadie supo contestar, pero Betty enseguida se dio cuenta de a quien buscaba. Pero no se fió y le dijo que volviera por la tarde. Nadie sabe cómo lo hizo ni a quien recurrió pero logró hablar con la chica y asegurarse de que el tipo que preguntaba por ella era de ley y realmente su novio. Cuando volvió por la tarde estaba en el bar la chica de la ORA esperándolo.
Así que esa mañana estaba el bar atestado, pero no para comentar los resultados electorales con el hombre del traje oscuro y la cartera colgándole de la mano, sino para saber de Betty. Estaba el taxista mirando el fondo de su vaso, el zapatero, los de la telefónica, la chica de la ORA, el portero, la del estanco que se supone que a esa hora no podía estar, como el subdirector de la Caja de Ahorros, Honorio con sus chanclas, la pelirroja leyendo su libro, Paqui mirando con agradecimiento y pena al taxista, incluso Bernardo que hacía tiempo que no aparecía, lo que había dado lugar a muchas suposiciones.
Menos la pelirroja que parecía enfrascada en la lectura, todos los demás miraban con expectación a Betty. Ninguno preguntaba, todos esperaban una explicación. Montoro dio los buenos días a todos, mirando a los ojos de cada uno. Encontró los de todos, indiferentes, a su intento de acercamiento a la España real. En rigor, los del taxista no los encontró, que seguía mirando al fondo de su vaso vacía a pesar de la presencia de Paqui.Todos miraban a Betty.
Y como ella no pensaba dar explicaciones pasó el interés a Montoro.
-No se le veía aplaudir con mucho entusiasmo.
-¿Por qué dice usted eso? estamos muy satisfechos.
Honorio no le dejó terminar
-No nos cuente películas. Pensaban arrasar y han perdido
-En fin, en Andalucía hemos ganado, se trata de un triunfo histórico.
-Pues no lo parecía, solo había que ver las ganas de reír que teníais en el balcón.
-Al de Sevilla tendréis que darle la carta de despido, ¿no?
Ante la atención lograda, si bien no muy entregada, Montoro vio la oportunidad de congraciarse con el grupo. Podía ser un verdadera acercamiento. Tal vez por el lado de la empatía.
-En fin, ya saben ustedes que a veces hay que sonreír y aguantar.
Lo dijo ajustándose los gemelos brillantes de los puños de su camisa.
Pero el grupo no apreció el detalle de la confidencia. Honorio, el zapatero, los de telefónica y la chica de la ORA miraron con displicencia lo de los gemelos y se volvieron hacia Betty, a ver si les decía qué le pasó para tener cerrado el bar cuatro días. El resto siguió dándole la espalda.

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