domingo, 3 de junio de 2012

Que caiga España

La mujer que prueba suerte en la máquina tragaperras cada mañana ya había agotado sus existencias. Betty y el zapatero se miraron sin decir nada. Pero se comunicaron uno a otro, con los ojos, que era una pena que las personas estuvieran enganchadas al juego. Antes la señora desayunaba y con las vueltas tanteaba la fortuna. Es decir, tomaba su café y su tostada, lo pagaba, y dejaba caer el sobrante por la ranura del artilugio lleno de luces. Esperaba una música que nunca se producía, el sonido del premio, las trompetas que preceden al desbordarse de las monedas. Primero dejó la tostada.  Pedía café, dejaba inquieta un billete de cinco euros sobre el mostrador, esperaba con cierta impaciencia que Betty le cobrara e introducía las cuatro monedas, perdiéndolas. Después también dejó el café. Pedía cambiar el billete y tiraba las cinco monedas por la ranura. A veces recuperaba dos o tres, premio chico, y se le encendía el semblante. Pero también echaba en el mismo agujero la ganancia y se perdía igual.
Aquella mañana estaban solo Betty, el zapatero que el gustaba desayunar antes de abrir el taller y la mujer de la suerte esquiva que salía del bar derrotada una vez más.
Casi choca con Montoro que empujó la puerta con cierta violencia cuando ella se iba con la cabeza baja y toda la derrota en el cuerpo.
-Perdón, señora. Dijo sin soltar la cartera y sin mirarla.
Se acercó a la barra, dijo buenos días, señores, dijo aunque estuvieran únicamente en el bar Batty y el zapatero. Y pidió una Mirinda.
La vació en el vaso y sin pausa se la tragó como un sediento. Betty, acostumbrada a las sobredosis de Mirinda, ya tenía otra dispuesta. Pero el tipo, repeinado, con los rizos revoloteando sobre el cuello de su camisa,  dijo que no con la mano.
Betty se encogió de hombros y se fue al otro lado de la barra, junto al zapatero. Desde allí observaban los dos a Montoro, que se quedó atado al fondo del vaso recien vaciado con las misma mirada perdida que se le pone al taxista cuando mira el suyo. Tampoco dijeron nada, pero se miraron los dos y se preguntaron qué le pasaría esa mañana al ministro, cómo es que había ido tan pronto.
En el bar sonaba el parloteo de la televisión y la conversación de la radio tambien encendida, al mismo tiempo, a veces confundiendo las voces. Y el reclamo de la maquina tragaperras estaba programada, como sirena, para buscar incautos. Eran los únicos electrodomésticos encendidos y con capacidad de emitir sonidos y voces. Porque el frigorífico, el microondas, la plancha y el congelador tambien estaban prendidos, pero nadie hablaba a través de ellos. Bueno, la máquina de tabaco si hablaba, pero solo era para decir, su tabaco, gracias.
Bien, pues de uno de los dos aparatos posibles, es decir de la tele o de la radio, porque de la tragaperras no parece posible, salió la voz de una mujer, que se identificó como la portavoz de Coaliciòn Canaria en el Congreso. Su nombre, Ana Oramas. Se la oyó decir claramente que el actual ministro de Hacienda, Cristobal MOntoro, la presionó para que votara en contra del paquete de recortes que presentó en mayo de 2010 el entonces presidente, Rodriguez Zapatero. La mujer decía muy segura que si no se aprobaban las medidas España sería intervenida. "Que caiga España, qeu ya la levantaremos nosotros", dice que le dijo Montoro.
El hombre de la calva reluciente y la corbata roja levantó la mirada de las profundidades del vaso en las que se había perdido. Como un resorte. Betty y el zapatero lo miraron con sorpresa. Y  él  salió de estampida.
Casi atropella a Honorio, el de las chanclas, que entraba.
-Pero bueno, qué prisas. Este va a apagar un fuego o ha visto al Guindos ese.

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