El
sitio no es palacio ni queda claro que su vista sea alegre. Tampoco ya es plaza
de toros aunque tenga forma de coso y el escenario de la asamblea de Podemos
esté ubicado en un triángulo entre los tendidos 7 y 10. El caso es que la cita
era a las diez de la mañana en el madrileño barrio de Carabanchel, en el
Palacio Vistalegre, y la convocatoria señalaba el día como histórico.
Lo
primero que sorprende es la inmensa cola que rodea el palacio multiusos,
caótica y tranquila. En realidad hay dos, una para la grada y otra para la
pista, que se juntan, que se mezclan, que se confunden, que se respetan,
calmadas. Algún colaborador con chaleco fluorescente aquí y allá, desbordado, y
un par de policías municipales desinteresados.
El
aforo del sitio marca una capacidad para 14.000 personas y hora y media después un cálculo desapasionado indica la ocupación de la mitad de los asientos.
Camisetas
moradas, leyendas alrededor de la utopía, algunas pancartas, buen humor,
paciencia, más adultos entrados en años que jóvenes –dicho esto como
apreciación más que como medición- preparativos de una megafonía atroz, unas
cuantas cámaras junto al escenario, es el paisaje desde la grada. La espera se
entretiene haciendo de vez en cuando la ola y con espontáneos “si se puede”. Y
conversaciones: “Nosotros venimos de Barcelona”, “el alquiler de palacio son
80.000 euros los dos días, ya con todo, “, “el que está es Echenique, ¿no ves
allí la silla, junto al escenario?”, “los otros no han llegado”. Hay dos
periodistas mediáticos, Elisa Beni y Alonso Merlos, micrófono en mano, que
parecen coleccionar declaraciones, como al tuntún.
A
las 11,45, con la gente en sus asientos, hacen su aparición ‘los otros’: Pablo
Iglesias, camisa blanca, al frente, revuelo de focos y cámaras, las gradas y
sillas de pista en pie, aplausos, gritos entre “sí se puede” y “a por ellos”.
El viajero tiene una sensación rara, imprecisa, de puesta en escena mediática,
de medición de los tiempos, de espectáculo. En algunas zonas del recinto el
sonido es horroroso, ni se oye ni se entiende lo que dice el líder, a pesar de
sus esfuerzos, pero se le aclama igual, “sí se puede”.
“Empezaron
a alucinar cuando los jóvenes de todo el país empezaron a organizar círculos”, “queremos
hacer un país para que vuelvan los jóvenes”, “me dijeron sois de izquierdas o
de derechas, miradme, ¿hay alguna duda de qué soy yo?”. Iglesias domina el
escenario y logra hacerse oír a pesar de la megafonía: habla de una “mayoría
social” e insiste en que CiU, el PP y el PSOE no tienen más patria que la cuenta
bancaria: “la patria es la gente”.
Luego
cuenta una historia de baloncesto: relata que le dijo Romay que en 1984, cuando la
selección española se enfrentó a la de EEUU, fue un sueño jugar, pero no había
ninguna posibilidad de ganar. Pero en 2012 casi se pudo. Y ahí la metáfora: “hay
que ganar”, “ahora podemos hacerlo”, “nos podemos perder en tiempos muertos
inútiles”, “no hacer personales”, “no fallar triples”. Mensajes para las otras
sensibilidades, las otras posturas.
Los
días históricos como este se fijan por las anécdotas y las categorías, las
coincidencias y los hechos. Unas y otras son el baloncesto, la megafonía, las
declaraciones de unidad, las apuestas de futuro y el paisaje. Este junta gente
entregada, con ganas de celebrar, necesitada, ilusionada. Hay foto de familia
pero en ninguna están Echenique e Iglesias juntos. Hay tierra de por medio. En
los discursos, en las intervenciones de los círculos, en las preguntas y en las
respuestas, los líderes escuchaban atentamente, separados, alejados. Desde el
escenario salen mensajes de unidad, condena a la casta, “nos tienen miedo”,
propuestas muy aplaudidas, sobre todo las relacionadas con la ética, pero las
dos posturas no se acercan ni para la foto. No hay puesta en escena por tanto,
ni disimulo, ni hipocresías.
Los
detalles a veces marcan. Aunque no sean significativos producen relatos. A Echenique
se le ve solo. Pablo Iglesias es muy aplaudido. Juan Carlos Monedero agita y
provoca algunos silbidos. Cada grupo hace su propuesta y la intervención de Monedero
es caliente, habla de “tumbar las puertas giratorias, abrir todas puertas”. Sale detrás de ordenadas exposiciones, de serias
y tranquilos ideas, la suya suena a
mitin y en el calor de la euforia se alarga. Entre los aplausos se oyen pitos y
se observa el rulo de un mar de brazos, tal vez unos centenares. Le están diciendo que se extiende, que cambie de tema,
que se acabó su tiempo, como en las asambleas.
Quizá
es un mensaje. Los siete mil que medio llenan la antigua plaza de toros tienen
ganas, ilusión, entrega, están hartos, empujan... Pero saben y avisan.
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