La segunda Mirinda la toma en vaso largo como si fuera la
penúltima en un club nocturno. Agarra el paso con los cinco dedos por el borde,
dejando que cuelgue, los codos apoyados en la barra, con corbata pero en mangas
de camisa, arremangado. Tras la barra, la hija de Betty seca los vasos, Betty
repasa la encimera.
Frente al ministro, Honorio, su amigo y enemigo del mus, el
portero, el zapatero que por una vez no se ha ido y se ha quedado como en un
duelo a primer disparo, Paqui, la chica de la ORA y un no habitual que va por
la quinta copa de coñac. Magno.
-Otra de Magno. Dijo. Y a los señores lo que tomen.
Betty está ducha en tratar con habituales y no habituales de
mucho beber, así que sabe cuándo tiene que tomarse su tiempo y no responder
inmediatamente al servicio.
Estaban comentando los resultados electorales elucubrando los
pactos posibles y los imposibles, como si fueran ellos los que hubieran de firmarlos. En la
tertulia había bastantes coincidencias, han ganado todos, un par de ideas encontradas y mucho quórum
para pintar las últimas derivas de la ex condesa de Murillo y actual condesa de
Bornos.
Que es mala persona, que se le ha ido la olla, que no puede
aguantar que no mangonee ella, que ha quedado como el culo, que está rabiando
por las esquinas, que quiere montar otro tamayazo, que está salpicada de
mierda… eran las premisas que los presentes iban dejando posarse en el suelo
fregado del bar de Betty, sin aderezar demasiado ni matizar, con lo que sin
desarrollo alguno pasaban a ser conclusiones.
A veces la nota discordante era la del no habitual, el del
Magno, que ni conocía los tiempos de exposición y de discusión del bar ni tenía
muy elaborado su discurso, ya que pasaba de considerar que la susodicha era muy
lista a asegurar, casi al mismo tiempo, que era lo peor: tonta e hija de puta.
No era tenido en cuenta en un ambiente tan festivo y optimista.
La hija de Betty y su ya íntima amiga la chica de la ORA llevaban cuatro días
de celebración. El zapatero insistía que no había ganado Podemos, sino Manuel
Carmena. Y todos le veían su conformismo socialista. A Honorio le dolía lo de
Izquierda Unida, y a su amigo no estando el mus por medio, lo que dijera Honorio.
El portero, dado su trabajo, tenía claro que su aspiración era la
equidistancia, así que ni siquiera en el bar se pronunciaba. Y cuando el sentir
general disparaba sus salvas contra la
lideresa que se desquició en sus últimas elecciones, se limitó a asegurar: a
saber. Paqui no se quería meter en líos pero dejó muy claro desde el principio
que a ella la señora Carmena le parecía una señora.
A todos les extrañó, y no dejaron de manifestarlo entre tanto
comentario político, de pactos y de ofensas, que el taxista no hubiera
aparecido. Miraron a Paqui sin decir nada, pero ella no aclaró: se encogió de
hombros.
En esas estaban cuando llegó Montoro. En mangas de camisa
como si fuera verano, solo, los rizos pegados al cogote y sonriente.
-Pues no sé de qué se ríe, con la que le ha caído. Lo dijo el
zapatero sin dirigirse al él, pero con ganas de ser contestado.
La primera Mirinda la tomó a morro, como si llegara sediento,
sin respirar. La segunda ya la vació sobre los hielos del vaso de tubo. Fue
cuando se acodó en la barra, satisfecho y displicente.
Fue la chica de la ORA, exultante por la amistad de la hija de
Betty o por el resultado electoral, la que se dirigió a él para decirle que le
parecía haber oído que ahora estaba a favor del cine.
-En efecto, señorita. Pero es que yo siempre he estado a
favor del cine español. Nadie duda de que el cine ayuda a impulsar la Marca
España.
-¿Pero qué dice este hombre ahora?
-Lo que oye. La industria cinematográfica española es un
sector que tiene un gran relieve a nivel internacional.
-Por eso la han perseguido ustedes.
-¿Como que perseguido?. Aquí nadie ha perseguido a nadie. Al
contrario.
Fue cuando la hija de Batty dijo que eso era el efecto
Carmena, que ya se empezaba a notar. Todos, en su ánimo optimista, rieron la
ocurrencia. Su amiga corroboró: afirmó que el
ministro teme a Manuela y por eso se pone la piel de cordero y empieza a hablar
bien del cine.
Montoso no oye la reflexión.
Apoyado en la barra sobre los dos codos y en una pierna doblada, guarda
equilibrio de flamenco, balancea su trago largo de Mirinta y mira a lo lejos, a
través de la puerta abierta del bar, como vislumbrando un tiempo nuevo.
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