Betty decidió declarar a su bar ZONA LIBRE DE CAMPAÑA. Es
decir, que nadie fuera allí ni a repartir papelitos, ni prospectos, ni
programas, ni banderitas ni chapas.
-¿Ni a debatir? -Preguntó Honorio
-Ni a debatir. Después de lo visto, ni a debatir ¿O te crees
tú que debaten?
Y explicó que iba a poner un letrero grande: en lugar de decir,
como se decía antes, Prohibido blasfemar, pondrá Prohibido hacer campaña. Ni para elecciones municipales y autonómicas ni para las generales
cuando vengan.
Y lo puso. En la pizarra que está junto a la máquina tragaperras escribió en letras mayúsculas: PROHIBIDO HACER CAMPAÑA
Y lo puso. En la pizarra que está junto a la máquina tragaperras escribió en letras mayúsculas: PROHIBIDO HACER CAMPAÑA
Lo decidió tras asistir, pasmada desde detrás de la barra, a
la pelea, física, del de Podemos y el de Ciudadanos, tras los insultos entre el
del PSOE y el del PP y de la bronca entre dos de Izquierda Unida que llegaron
juntos y se fueron separados. Todo la misma mañana.
A las 9 de la mañana del lunes entraba por la puerta del bar
un chico joven cargado con un taco grande de folletos y una mochila que lo
derrengaba. Sobre la barra, los churros dispuestos, algunos cafés humeantes; junto a ella, los parroquianos, los habituales y otro no habituales. De los
primeros, Honorio, su amigo del mus, el zapatero, la chica de la ORA, el
taxista mirando su vaso ya vacío, Paqui jugando en La tragaperras, los dos de
la Telefónica que aunque ya hacía tiempo que terminaron con el cableado del
barrio se habían querenciado con lo de Betty y el de la cocacola. De los segundos,
además de un barrendero, el del banco, dos tipos trajeados, se supone que
representantes o comerciales de algo, un hombre con gafas leyendo un periódico, dos
peluqueras y una señora con carrito esperando que Paqui dejara la máquina libre
El chico de la mochila llevaba coleta y las mangas de la
camisa blanca cuidadosamente dobladas hasta el codo. Entró deseando un buen día
a cada uno de los presentes y les ofreció un folleto con la imagen de Manuel
Carmena.
En eso estaba cuando llegó el de Ciudadanos. También joven, éste bien peinado y lavado, el pelo corto, cuidadosamente descamisado. Es decir,
chaqueta entallada, camisa blanca y con la corbata en el bolsillo. También
llevaba carga de folletos y de tarjetas postales, en este caso en un maletín, y la intención de
repartirlos entre los presentes. La foto de las tarjetas era de Albert Rivera
-¿Puedes esperar por favor?
-¿Por qué voy a esperar?
Y se lio. No se sabe
muy bien qué paso exactamente, el caso es que en segundos estaban enzarzados.
Uno le decía al otro que les dictaban los tweets desde Venezuela, el otro que
era un yogurin pepero y relamido. Lo que no entendió nadie es que se liaran a
hostias y el maletín y la mochila quedaron rasgados y por los suelos. Ellos
salieron del bar y éste quedé sembrado, y sucio, de medidas impresas de
regeneración democrática.
A las 10 el que entró, con traje y corbata, engominado
hasta el cogote, fue el del PP. No iba solo. Una azafata como de líneas
aéreas del Este lo acompañaba. El daba la mano y ella daba el folleto,
sonriendo. Con la cara impresa de Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy, que también sonreían. Y llegó el del PSOE, también con traje pero sin corbata. Y se puso a
saludar a los parroquianos habituales y no habituales, o por conocerlos a todos o por no saber quienes eran unos y otros. Lo que éste repartía eran chapas con la imagen de
Carmona. Cosa que no gustó nada al primero porque dijo:
-¿También aquí vas a venir a tocar los cojones?
Contaba luego Honorio que no quedó claro si lo que molestó al
del PP fue la chapa, la invasión de un lugar donde estaba él o la animadversión
personal. Porque por los términos que emplearon uno y otro no era la primera
vez que tenían diferencias. Uno a otro se llamaron corruptos y miserables.
A última hora fueron dos de Izquierda Unida, conocidos de
Honorio, que los llamó pensando que si los otros habían pasado por el bar de
Betty por qué no sus amigos. Uno quería hablar con todos los presentes y el
otro dijo que era preferible comunicarse de uno en uno. El caso es que llegaron
juntos y se fueron separados.
-Se acabó, aquí no entra ni uno que venga de campaña
Fue la sentencia de Betty.
Al zapatero no le gustó la medida de Betty porque considera
que no son todos iguales, por lo que no fue justa, pero no dijo nada. Explicaría
luego a Honorio que el del PSOE tenía toda la razón en decir lo que dijo. Quiso
explicar que su argumento no tenía que ver con que se tratara de su partido y fuera su sobrino el interpelado por el
engominado que se hacía acompañar por la azafata de falda corta.
-Han robado, se han repartido sueldos y empresas. Han
desmantelado la Sanidad, han distribuido empresas entre sus amigos. Entienden
lo público como un pastel suyo. Y encima le dan la vuelta a la tortilla y dice
que es mi sobrino el corrupto. No me jodas, Honorio, que tu sabes que mi sobrino es legar, que no ha
hecho otra cosa que trabajar por el barrio.
Honorio apena oía al zapatero y no estaba dispuesto a
desautorizar a Betty. Fueron los trabajadores de Telefónica los que hicieron de
servicio de orden y sacaron del bar, sin empujones pero de manera firme, a los
de los insultos, el del PP y el del PSOE y a los que llegaron a las manos, el
de Ciudadanos y el de Podemos. Los de IU se irían solos. No faltó luego debate,
que además del zapatero con el PSOE, también la chica de la ORA y la hija de Betty
defendieron la causa del representante de Podemos.
-Los únicos que lo tienen claro.
-Sí, como en Andalucía.
-Pero si Podemos no se presenta, que no os enteráis
-Que lo sé de sobra, pero yo me entiendo.
-Me dan ganas de no votar a ninguno.
-Otro apolítico. Así seguirá ganando la corrupción. Hay que
echarlos
-Pues yo voy a votar a Izquierda Unida, no puede desaparecer.
-Pues esos sí que están peleados.
Betty se quedó pensando, ante la discusión y la tertulia
entabladas, si no debería quitar el Prohibido.
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