sábado, 27 de diciembre de 2025

Algarve desde la furgo, catorce días 1.Trujillo y Monesterio

 

1.     Trujillo y Monesterio

La idea es andar por Portugal, descubriendo o confirmando sensaciones, intuiciones y lecturas. Con dirección, pero sin rumbo. Hacerlo desde la furgo te da la oportunidad de parar, mirar, volver, quedarse o marchar sin otro compromiso que el de la propia real gana. Una intuición, una cara, una calle, un paisaje, un valle, un acantilado pueden ser motivos suficientes para pararse, seguir adelante o para permanecer un poco más en el lugar

No hay plan ni tiempo ni prisa. Solo gasoil y dirección al sur, para entrar en Portugal por abajo. Va la cama, el baño, la ducha, la cocina y la mínima nevera como soporte suficiente para no depender de ayudas ajenas para solventar necesidades básicas o apremiantes. Así que en marcha por la carretera de Extremadura. Pero antes hay que pasar por la comisaría de policía porque alguien ha entrado en el trastero. No se sabe cuándo ha sido, puesto que en todo el verano nadie de la casa accedió a él. El caso es que han entrado y revuelto todo. Básicamente hay cajas de libros amén de documentos, papeles, cartas, sillas de piscina, ventiladores, tablas... colocado todo en estanterías de aluminio que rodean por los tres lados, menos el de la puerta, las paredes del habitáculo. Pues esta todo mezclado y pisoteado. Las cajas de libros rasgadas y despreciado su contenido, las carpetas y legajos revueltos, revisados con saña, como si buscaran algo de valor que evidentemente no hay en ese desván. Pero no se le puede indicar al policía ante el que se hace la denuncia el cálculo del valor de las pérdidas ni siquiera  indicarle lo que se echa en falta, puesto que habrá que entrar en ese revoltijo e ir mirando papel a papel, objeto a objeto. El policía firma la copia de la denuncia que entrega.

Así que el plan de salir pronto en dirección suroeste no se cumple. Y pasado Navalmoral de la Mata hay que ir pensando donde parar a comer.  Tras Almaraz ya no hay que cavilar mucho más, la necesidad aprieta. El día ha salido lluvioso y desapacible, tampoco era lo previsto. Así que un luminoso en una curva de la autovía que lleva a un pequeño desvío como vía de servicio nos puede servir. Restaurante Ventilla del Camionero. El aparcamiento es amplio en esa especie de Siberia extremeña así que se come en la furgo, que la nevera va llena de preparados ricos. El café, bajo el paraguas, si se toma en la cafetería del restaurante. Las comidas están cumplidas y los camareros están desocupados, deseando quizá tomar un descanso. El café descafeinado en vaso en la tarde destemplada y los expositores de la barra llenos de guisos fríos y tristes. No es mejor que hemos tomado.

De nuevo a la carretera tras dejar el desvío y van pasando ante los atareados limpiaparabrisas dehesas y hondonadas. No queda mucha tarde para llegar al sitio que he señalado para pernoctar, pero lo bueno de moverse en la furgo es que se puede improvisar y tomar decisiones sobre la marcha. Pensando que quizá merecía la pena parar, después de tantos años, en Trujillo, o Mérida. Así que a la altura de Belén nos desviamos por la antigua nacional V para acceder al primero. Una norma que cumplimos, cierto que a veces se olvida, es aparcar fuera del centro histórico de los sitios, evitar las calles estrechas y empinadas que pueden dar un susto a la furgo. Así que no encontramos con el monolito bien conservado con una cruz en lo alto. Como una señal de aviso, como si el monumento dijera mejor empezar a ver la ciudad desde aquí. Un rollo judicial como el que se ve en algunos pueblos de Castilla. Una columna de piedra erigida en localidades que tenían capacidad de administrar justicia, un símbolo de la jurisdicción local, que además marcaba los límites territoriales y servía como monumento conmemorativo de la concesión del villazgo. Monumentos que incluso tuvieron funciones de ajusticiamiento.

El monolito alargado que hay a la entrada de Trujillo está muy bien conservado y está construido con singularidad. Está a la entrada de la ciudad, luego sabríamos que en la plaza del Campillo, como vigía que da la bienvenida a quienes llegan y avisa que mejor aparcar en su derredor, llano y ancho. Así que vamos subiendo por la Ronda de la Piedad, congratulados de haber dejado la furgo atrás e intentando reconocer pasa a paso las casas y calles y escudos y soportales que visitamos treinta o cuarenta años atrás. La Plaza Mayor, la Torre del Alfiler, La Iglesia de Santa María, el Castillo, todos los palacios, los escudos, las piedras indican un aroma medieval, como escenario de película. Llovizna y es domingo por la tarde, así que las terrazas están medio vacías y los bares andan en un semicierre de siesta y se pregunta uno cómo se vive en un escenario así, como es la cotidianeidad. La visita de hace tanto tiempo no concuerda en sensaciones con esta. Aquella imagen tiene los mismos edificios, parecidos empedrados gastados, similar aire de belleza parada en el tiempo. Pero las iglesias entonces no tenían una taquilla en la puerta. La mayor, tiene incluso una suerte de tablones verticales que impiden ver nada del interior y conducen a la venta de tiques. Parece como una vuelta de tuerca de la administración de ese patrimonio.

A pesar de esas paradojas turísticas el paseo reconforta, y eso que no hay mucho tiempo en este alto en el camino. En la explanada del castillo, un  guía local pastorea una treintena de turistas a quienes recuenta las series y películas que se ha rodado, tante en exteriores como en interiores en calles y plazas y edificios de Trujillo, desde Juego de Tronos a la Marrana, desde la Lozana Andaluza a la Familia de Pascual Duarte. Títulos y protagonistas que proporcionan quizá tanto orgullo a los moradores de hoy como la historia que guardan sus edificios. Y al volver hacia la furgo, nos percatamos de que habíamos cometido otro error, no apuntar la ubicación. Así que empezamos a caminar hacia el lado contrario y al preguntar no sabíamos qué referencias dar. Lo que nos guio fue el Rollo. Cuando al vecino que paseaba le referimos el monolito, nos pudo guiar.

El tiempo, insuficiente, empleado en Trujillo, acorta el que disponemos para llegar a Monesterio, el lugar elegido para dormir. La lluvia y la noche se van echando encima, pero el tener la referencia de la aplicación no importa mucho, y la disposición a reaccionar y variar el plan también ayuda. No obstante, ya con noche cerrada, un desvío de la Autovía de la Plata nos lleva al pueblo pacense. Una planicie bien asfaltada y llana, a la trasera de un supermercado parece la propuesta del navegador que se acaba de perder. Por las dudas seguimos conduciendo hasta lo que podría ser el centro del pueblo, pero ni hay un alma para preguntar ni se ve otro lugar que pueda indicar que sería el Area de Autocaravanas. De modo que volvemos al descampado asfaltado y nos alineamos junto a tres autocaravanas, una furgoneta y un invento de habitáculo montado sobre la caja de un Pick up.

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