Estaban todos en el bar de Betty, como si fuera la final del
mundial del fútbol. Acodados en la barra, mirando la tele, conversando, indignados. Bueno,
todos menos el taxista y la pelirroja. Aquel parecía ajeno a tanta
concurrencia, mirando el fondo de su vaso vacío. Ella, también, enfrascada en
su libro.
El cierre del bar estaba
a medio echar, mitad subido mitad bajado. Montoro llegó solo, con la
gabardina blanca sobre los hombros, cubriendo el traje, la cartera de ministro
colgando de la mano derecha, apurado, como si lloviera o huyera de algo.
Empujó la puerta de cristales y aterrizó dos pasos dentro.
-Está cerrado.
Se oyó tras la barra. Betty no dudo en informar de la
situación, o porque tenía claro que no entraba
ni un alma más o porque conoció enseguida al recién llegado.
-Buenas tardes, ¿como están ustedes?.
Intentó ser amable, llamar al reconocimiento, por si la
presencia de la gabardina hubiera llamado a engaño a sus colegas de tantas
tardes en el bar. Incluso, sonriente, afirmó desear lo de siempre, como si la
referencia a la Mirinda sirviera para abrir cualquier puerta.
-Estamos de huelga, ¿no lo ve?
Era la hija de Betty, también tras la barra, quien hacia la
aclaración.
-Permítame que le diga-, empezó a explicarse el recién llegado.
-Usted sordo no es, ¿verdad?, preguntó de pronto Honorio.
-Pues, no, ¿por qué lo dice? Dudó, antes de aclarar Montoro.
-Porque se le ha dicho que esta cerrado el bar, que hay
huelga.
-Yo no veo que esté cerrado, ironizó el hombre calvo de los
rizos en el cogote y las orejas disparadas.
Nadie entendió la gracia y. como si se hubieran puesto de
acuerdo, se situaron en posición de ignorarlo. La dieron la espalda como si no
existiera. Nadie lo miró, nadie lo escuchó. Como si no estubiera
El hombre intentó decir que el derecho a la huelga era
sagrado, tanto como el derecho a moverse, a ir a trabajar, a entrar en un bar
público o a pasar por la calle. Vana tentativa porque ni una sola de las
palabras llegó a ningún sitio.
También pensó decir que cómo le podían decir que estaba cerrado
si estaban en el local más personas que ningún día. Pero no lo hizo, en su
proyecto sincero de acercarse a la
España real no podía cometer más errores. Seguiría
aprendiendo.
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