El hombre de la Cocacola con su uniforma color café con
leche largo de leche está montando un lío considerable. Tiene plantadas en el
medio del bar dos dobles torres, unas con cascos vacíos y otras con botellas
llenas.
-Pero que tienes montado aquí
Dice Honorio que está a punto de dejarse el dedo gordo del
pie derecho, protegido apenas por el calcetín sobre las chanclas, en la esquina
de una de las torres.
La pelirroja ha ensayado una postura de bailarina para
deslizarse entre las atalayas y llegar a su esquina y abrir su libro.
Betty mira a su hija y se encoge de hombros.
El hombre de la coca cola empieza a explicar que intenta ser
práctico, o sea para adelantar más. Se para entre las torres y empieza a
explicar a los presentes su plan estratégico, es decir, poner las cajas nuevas
en mitad del bar, sacar las consumidas y en un momento reponerlas
-Pues de un momento, nada. Vaya cisco que has montado.
Dice la hija de Betty
Y el hombre de la cocacola cambia de tema para no entrar en
explicaciones engorrosas
-¿El ministro ya no viene? Hace tiempo que no lo veo
-Ese se fue con el rabo entre las piernas el día de la
huelga. Fue la explicación de la hija de Betty que barría alrededor de las
torres
-¿Y eso? ¿que pasó? Pregunta el operario mientras apila y
descarga cajas como si estuviera construyendo un mecano imposible y
contradictorio.
-Pues que no lo dejamos entrar, estábamos de huelga. Explica
Betty con una sonrisa
-Normal.
El repartidor no entiende
la explicación o porque no atiende o porque no entiende la paradoja que le
explica con más detalle la hija de la dueña. Sólo cuando le ilustran cómo estando
el bar lleno de gente fue el ministro el
que no fue admitido.
-Bien hecho. Que se vaya con los suyos
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