viernes, 21 de diciembre de 2012

La España real


 

Estaban aquella tarde casi todos. Como cada día, pero además querían felicitarse las fiestas y desearse suerte con la lotería, así que era una reunión multitudinaria y especial. Y el ambiente era festivo, alegre, no en vano Betty había abierto un par de botellas de sidra. Brindaron todos. Menos el taxista, que aunque le llenaron el vaso de sidra él lo siguió mirando como si estuviera vacío.

Incluso la pelirroja cerró su libro para participar de la alegría y buen humor reinante. Honorio incluso ensayó unos torpes pasos flamencos en mitad del bar, que fueron aplaudidos por todos.

Así que la llegada del ministro los cogió por sorpresa, por inesperada y porque cortó el buen rollo.

-Buenas tardes, señores. Me gustaría desearles felices fiestas.

Además no llegaba solo. Lo acompañaba el guardaespaldas de la cara cortada que no dijo ni el saludo. Era una máquina  perfecta en lo suyo, seguro que no le quedaba entendimiento para ninguna otra cosa.

Así que entre que no les hizo gracia la aparición y lo mal encarado que sabían que era el de seguridad, pues optaron, como si se hubieran puesto de acuerdo, por no contestar.

El silencio no arredró al ministro, que ya llevaba tiempo en su empeño de conseguir llegar a la España real.

Así que le dijo a Betty:

-Ponga usted a estos señores lo que quieran

Betty avisó por si había dudas

-Os invita el ministro

Todos se quedaron mirándolo como si fuera un marciano con orejas salidas, de soplillo, y él hizo además de brindar con su vaso mediado de Mirinda.

Casi todos dijeron, muchas gracias. Pero ninguna era de aceptación, porque extendieron la mano ante Betty para que ella entendiera que no pusiera nada.

 -No me hace falta.- Dijo el portero. -Que no venga a dar limosna ni a hacer alarde. Le explicó a Betty y a los demás, con esa manera directa que tiene la España real de mostrar su orgullo. Decir las cosas, que las oiga quien interesa pero sin mirarlo ni concederle la categoría de interlocutor.

Y siguió diciendo, a Betty y a los parroquianos, incluso al taxista que seguía buscando razones en el fondo del vaso y la pelirroja que había vuelto a las páginas de su libro, que no recorte tanto. De qué va, no tiene  vergüenza, hace los recortes y deja en paz a los que defraudan. A qué coño viene aquí con esa sonrisita. Que se dedique a encontrar trabajo para los españoles, no a perseguir a los pobres y a despedirlos.

El portero solía ser más condescendiente, actitud que ha aprendido en el oficio, pero desde que despidieron a su hermano, no han renovado la beca a su hija, su hijo no logra encontrar trabajo, y a su mujer le han quitado la ayuda por cuidar a su madre, se ha ido haciendo más radical. Sobre todo en el bar de Betty.

El ministro tuvo un ataque de autoridad, la propia de su rango y de su educación, así que decidió que no era el  momento de hablar de eso. Pero al carecer de la sabiduría innata de la España real, se dirigió directamente al portero, evidentemente sin saber si era portero o no.

-Como comprenderá no es el sitio ni el lugar. Yo solo quería desearle felices fiestas.

Y el portero no perdió los papeles porque estaba en su sitio y en su ambiente. Siguió hablando a Montoro y de Montoro y del gobierno sin concederle el detalle de considerarlo interlocutor.

-Las felices fiestas las tendrá él, que le pregunte a los parados, o a los desahuciados, o los discapacitados.

El guardaespaldas abstemio notó la tensión de su jefe y, acostumbrado a actuar sin pensar, dio un paso adelante y se puso entre el ministro y el portero. Es decir, entre el gobierno y el pueblo

Y en ese instante  Monoro entendió que no había sido buena idea presentarse en el bar de Betty el día antes de la lotería. Y peor llegar acompañado. Y quiso arreglarlo.

-Espéreme fuera, por favor.

Y el que reaccionó fue Honorio, que se había olvidado ya de sus pasos flamencos

-Así son, los empleados a la puta calle. Espéreme ahí fuera que ahora iré yo.

Y el ministro ve que no sabe cómo acertar. Empieza a convencerse de  que haga lo que haga no le entienden

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