sábado, 6 de septiembre de 2014

Ruta 20


Esa línea no existe pero es la que daba servicio cada dia a los habitantes de la Boquilla. Como no está, el viajero ni la ha hecho ni la ha comprobado, se trata de una historia que le contaron. Así que no puede ser una crónica. Ni postátil ni portátil. Se acerca al cuento real porque la fuente es fiable, el relato es interesante;  tiene información relevante, su interpretación tiene sentido y además es bienintencionada. Pero le faltan elementos claves para llegar a ser crónica: ni está reporteada por el autor ni el autor estuvo allí. Tampoco se hace un relato de un  tiempo determinado. Apenas se tiene noticia de que pasó. De modo que no llega a crónica, aunque en alguno de los afamados cronistas de América Latina, ciertos gallitos con nombre, presumidos de los suyo, crean que en una crónica con que haya estilo ya es suficiente. No, ¿y el compromiso? ¿Y la búsqueda obsesiva de la verdad? Kapuscinski habría corrido a gorrazos a los que sólo miran el estilo.
El caso es que la inexiste ruta 20 realizaba el trayecto entre Cartagena y la Boquilla. Es decir, sin ser legal, sin estar reconocida oficialmente, entraba en el poblado de desplazados, junto a la playa, y los llevaba a Cartagena de Indias al mercado, al trabajo, de paseo, de visita o para que en la ciudad turística se buscasen la vida.
Fue cosa de la sensibilidad, el avispamiento o sentido común del conductor de la destartalada buceta. Los viajeros pagaban aproximadamente su recorrido. Es decir, el que no tenía o no podía, se ve claramente quien no puede, viajaba igual. Y el renqueante vehículo recorría los barrios miserables del asentamiento. Hasta que el ayuntamiento puso una línea oficial y lo complicó todo. El billete era mas caro, el torno instalado no discriminaba pobres de ricos y el que no tenia plata, no subía. Tampoco el nuevo autobús recorría todo el asentamiento, sino una línea paralela a la carretera. Y claro, quedó prohibida la llegada de la buceta ilegal.
Los vecinos se quejaron del mal servicio oficial y del despido inmisericorde del generoso conductor que hacia bien su trabajo. Amenazaron con dos medidas: no dejar pasar el autobús oficial o simplemente quemarlo. No hicieron ni una cosa ni otra, pero lo dejaron dañado e inservible.

 Ahora no hay ruta 20. Antes tampoco, pero tenían el servicio.

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