-No
te jode. Que no tiene antena parabólica. Yo nunca la he tenido.
Y
se hizo el silencio en el bar de Betty. No es que hubiera pasado un ángel, ni
que ocurriera de pronto un apagón, ni que tocara el gordo de la lotería con el décimo
reservado por el camarero, ni que volviera a entrar Montoro, con las ganas que
le tenían, no solo el zapatero.
Es
que quien habló fue el taxista. Y todos se quedaron pasmados, Betty, su hija, Honorio,
el zapatero, el portero, la chica de la ORA, los de la telefónica, incluso la
pelirroja levantó los ojos del libro que
estaba leyendo. A Paqui se le soltaron las lágrimas. No dijo nada, pero sus
mejillas se inundaron y al intentar secarlas con el dorso de la mano el rimel las
convirtió en un barrizal.
El
taxista llevaba tres meses sin decir palabra, mirando obsesivamente su vaso vacío.
Llegaba al bar en cuanto abría Betty, a las siete de la mañana. Tomaba de un
trago el chato de vino tinto que le servían, ya sin pedirlo, y se concentraba
en aquel fondo de cristal, como si allí estuviera la explicación de sus
desgracias. A veces se iba a comer, nadie sabía dónde, o aparentaba tomar el
taxi. Y volvía al mismo taburete como un náufrago. A mirar el fondo del vaso.
Aquella
mañana de noviembre todos miraban la tele, más o menos atentos a las
explicaciones de Morago. “Vaya morro”, decía Honorio tocándose con insistencia su
propio rostro con la mano abierta, como si el presidente de Extremadura pudiera
entenderle que lo acusaba de tener mucha cara. El mismo gesto en cada justificación
de los viajes a Canarias desde Mérida, en todo el repaso a su curriculum, a su
papel de víctima perjudicada.
Pero
cuando dijo que no tenía antena parabólica en su domicilio fue cuando el
taxista saltó. Lo que no habían conseguido ni Betty ni los demás, unas veces compadeciéndolo,
otras animándolo, incluso en ocasiones provocándolo, lo consiguió la queja de Monago.
Y repitió:
-No
te jode.
Noventa
días sin decir una palabra, sin escuchar las de quienes le hablaban,
concentrado en el fondo de un vaso vacío.
Antes
no era así. Betty cuenta que el taxista era un hombre campechano y hablador,
pero se ensimismó cuando lo de Paqui.
Lo
de Paqui es una historia que se sabe a medias, porque el taxista, al no hablar,
no la ha contado. Paqui ha explicado algo pero de manera queda e incoherente,
el portero afirma que conoce bien al taxista y a su mujer, y también ha aportado.
La propia especulación de la barra del bar ha contribuido, de manera que lo que
se sabe de cierto es poco. Comprobado está que Paqui tuvo un problema gordo con
un cliente y que, desesperada y asustada, llamó al taxista. También que este acudió,
recogió a la mujer maltratada, semidesnuda y aterrorizada, la montó en su taxi
y la llevó a su casa. La casa del taxista. Las diferentes versiones coinciden
en estos extremos y salvo matices y redondeos así ocurrió. A partir de aquí es
cuando no queda claro casi nada. Parece que a la mujer del taxista le pareció
mal que su marido llevara a Paqui a su casa, o que vio lo que parecía pero no
era, o que no creyó, o ni escuchó, la historia del héroe salvador desinteresado.
El
caso es que puso de patitas en la calle, primero a Paqui y luego a su marido.
Betty dice que el orgullo del taxista le impidió explicarse bien y que entró en
un bucle raro que lo llevó a mirar obsesivamente el fondo del vaso. Y que,
claro, cuanto menos decía peor se ponían las cosas. Su esposa tampoco ha consentido
que Paqui se lo explique, parece que llegó a decir que no quería ver a la rubia
de bote ni en pintura. Aunque esto último tampoco está comprobado. Lo que sí
está visto es que el hombre no ha aceptado nunca los acercamientos y consuelos
de la rubia, por más que esta lo ha intentado con toda la paciencia del mundo.
Nadie
sabe exactamente, por ejemplo, donde duerme el taxista. Algunos aseguran que en
el taxi, que en casa de una hermana que no vive lejos. Se ha llegado a decir
que, en realidad, de extranjis en la pensión donde vive Paqui.
Tres
meses sin abrir la boca, sin dejar de mirar el vaso vacío. Y quien sacó por un
momento al taxista de su bucle fue una queja de Jose Antonio Morago.
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ResponderEliminarEstaré atenta a tu nueva entrada. El taxista tiene mucho que contar.
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