Honorio,
la propia Betty y el zapatero decidieron ir juntos a la manifestación. Los dos
primeros no lo dudaron, aunque en realidad quien lo propuso el sábado por la
noche fue el tercero. Conoce muy bien el asunto porque su cuñado es enfermo de
hepatitis C y le ha explicado cómo si dispensan el fármaco Sovaldi se curarían,
pero que la farmacéutica que lo comercializa cobra un dineral y el gobierno no
avanza ni en convencer a la farmacéutica ni en solucionarlo. De manera que los
tres se integran en la marcha hacia la Moncloa que ha convocado la Plataforma
de Afectados por la Hepatitis C (PLASFH)
Betty
dice que abrirá el bar cuando vuelva, Honorio que se apunta a cualquier manifestación
que vaya contra “este gobierno que va contra el pueblo” y el zapatero por su
cuñado. Los tres se incorporan a la marcha cuando la marea roja pasa por
Moncloa. Entre los tres van contando los eslóganes y los colectivos. No se ponen
de acuerdo, Betty que poca gente, Honorio que mucha y el zapatero que así no se
consigue nada. ‘Los recortes matan’, ‘Provida nuestra’, ‘Recortan salud y vida’.
‘Hepatitis, tratad a todos ya’, ‘Menos corrupción más medicación’, ‘Recortar en
Sanidad, corrupción mortal’, ‘No se trafica con al vida’, ‘PP, vergüenza de
España’, ‘No son muertes, son asesinatos’, ‘Nada, nada, nada para las privadas’
Los
tres van alegres, sintiendo el sol tibio de enero, coreando ‘Si se puede’ o ‘Vergüenza’,
avanzando hacia el túnel que lleva a la ciudad universitaria, comentando con
compañeros de marcha cómo no se levanta todo el mundo ante semejante muestra de
privatización de la sanidad.
-Hoy
son los de la hepatitis, mañana serán los del cáncer, pasado quien sabe. Tenía que estar toda la gente en la
calle, dice el zapatero.
-Diga
usted que si”, afirma una señora de sudadera roja. Para añadir, “Si
se puede”
Betty
da con el codo a Honorio para señalarle los policías que acompañan la marcha,
como acordonándola.
-Como
si fuéramos terroristas.
Durante
todo el camino han circulado en paralelo, con cierta discreción, como
acompañando. Cuando la marcha encara la avenida Complutense, su presencia es
mayor, más descarada, y pasada la Facultad de Ciencias de la Información los tranquilos
manifestantes observan carreras de policías y presencia de lecheras. Se colocan
al final de la avenida para impedir que la marea roja llegue al Palacio de la Moncloa
torciendo a la izquierda por la calle Profesor Aranguren y luego otra vez a la
izquierda por la calle Eduardo Saavedra.
Vuelan
helicópteros, llegan más lecheras, se agrupan los policías, el lado oeste de la ciudad universitaria
esta acordonada. Han ido constriyendo un embudo que cierran dos lecheras de la policía
nacional. Allí han decidido que termina la marcha, al principio de la calle
Eduardo Saavedra, a quinientos metros largos del palacio de la Moncloa. A ese
portillo va llegando el rio de la marea, imposible desembocar por tan estrecho
pasillo de un metro. “Estas son nuestras armas”, corean levantando las manos lo que
llegan y los que se agolpan ante los vehículos, junto a la fila que forman fornidos
policías.
Honorio,
con Betty pegada a él y el zapatero a unos metros, se acerca a un policía serio
bajo su casco, alto como armario, de barba rubia. El jubilado con sus eternas
chanclas y los calcetines desparejados quiere saber por qué no los dejan pasar. El policía se encoje de
hombros como si no tuviera información, aunque explica que son 200 el cupo establecido, que ya han pasado y que no puede pasar
nadie más.
-Establecido
por quien. Pregunta, Betty
-Eso
no lo sé, señora. Solo cumplo mi trabajo.
-Vaya
un trabajo.
-Es
lo que hay. Dice el policía con cierta displicencia.
-Anda
que no hay sitios donde meterse. Sin pensarlo mucho le decía ahora una docena de trabajos, antes que policía. Asegura Honorio
Una
señora se anima a participar en la tertulia, aprovechando que el policía parece
aproximadamente dialogante.
-Es
una vergüenza, defienden a los que nos recortar hasta las medicinas.
Pero
al policía aparentemente conversador le sale una vena poco diplomática
-Señora,
yo no tengo la culpa de sus problemas. Ni yo le cuento a usted los míos.
Ahí
Honorio se enfrenta con el policía sin importarle ni la diferencia de envergadura
ni la situación.
-Parece
mentira. Estáis defendiendo un sistema corrupto y encima se pone chulo. Señor mío
que esta señora y yo, y esta, somos los que le pagamos el sueldo.
-Pues
cuando venga otro sistema tendremos que defenderlo igual. Es nuestro trabajo.
A
la charla se une entonces otro espontáneo, más joven que Honorio y la señora
pero menos que el policía.
-Pues
vaya trabajo de mierda que tienes, majete.
Ante
lo que se observa la reacción de otro policía que aparta a Honorio
-Cuidado,
sin tocar.
-Caballero
le digo por las buenas que se aparte.
-Cómo
que por las buenas. Y por qué me tocas. Y por qué me tengo que apartar.
El
policía primero, el que ya había parlamentado algo, hace un gesto a su colega,
como diciendo, yo me encargo, y vuelve a explicar que es cosa de la
organización, que son 200 los que ya han entrado y por eso el compañero le invita
a que se vaya. Cosa que no convence a Honorio, que dice que tiene derecho a
protestar por lo que está haciendo este gobierno con la sanidad en general y
con los enfermos de hepatitis C en particular y que tenía que darle vergüenza a
su compañero venir encima empujando.
Llega
la sábana blanca y los que la portan cantan, “oee oee, oe oa, al señor
presidente le queremos preguntar, cuantos Sovaldi se podrán comprar con los
recortes de la Sanidad”. Son del comité organizador y afirman que no hay ningún
acuerdo de 200, que es una manifestación pacífica. A lo que el policía más
cercano responde: “estoy haciendo mi trabajo, me dicen que no pase nadie y no pasa
nadie”.
Las
dos lecheras están paradas y en marcha, sus tubos de escape además de impedir
el paso están atufando la cabecera de la manifestación. Así que Betty pregunta si
no pueden apagar esos coches.
Un
policía contesta con un lacónico, “no”. Y otro añade que si lo apaga tendrá que
comparar una nueva batería.
-Pero
si la pagamos nosotros, gilipollas, todos los que estamos aquí manifestándonos.
Se oye decir a otro manifestante.
El
espontaneo asiste a los diálogos con policías y no deja pasar ocasión de participar.
Observa que el cronista los está apuntando y que el policía preocupado por la batería,
está mirando lo que escribe. Así que lo avisa
-Te
está leyendo.
-¿Está
leyendo lo que escribo? Es privado
-No,
no lo estoy leyendo. ¿Qué pasa? ¿tiene algún problema?.
-No.
¿Y usted?
El
espontáneo ha tomado claro partido y le dice al policía
-Ves,
él te habla con educación y tú ya estas contestando agresivo.
Honorio
también apoya:
-Este
hace lo que le mandan, pero le gusta lo que le mandan: putear a los
trabajadores.
El
policía resopla. El cronista sigue tomando notas. Pero se coloca de manera que aquél
no pueda leer lo que escribe.
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