sábado, 10 de enero de 2015

Diálogos con policías

Honorio, la propia Betty y el zapatero decidieron ir juntos a la manifestación. Los dos primeros no lo dudaron, aunque en realidad quien lo propuso el sábado por la noche fue el tercero. Conoce muy bien el asunto porque su cuñado es enfermo de hepatitis C y le ha explicado cómo si dispensan el fármaco Sovaldi se curarían, pero que la farmacéutica que lo comercializa cobra un dineral y el gobierno no avanza ni en convencer a la farmacéutica ni en solucionarlo. De manera que los tres se integran en la marcha hacia la Moncloa que ha convocado la Plataforma de Afectados por la Hepatitis C (PLASFH)
Betty dice que abrirá el bar cuando vuelva, Honorio que se apunta a cualquier manifestación que vaya contra “este gobierno que va contra el pueblo” y el zapatero por su cuñado. Los tres se incorporan a la marcha cuando la marea roja pasa por Moncloa. Entre los tres van contando los eslóganes y los colectivos. No se ponen de acuerdo, Betty que poca gente, Honorio que mucha y el zapatero que así no se consigue nada. ‘Los recortes matan’, ‘Provida nuestra’, ‘Recortan salud y vida’. ‘Hepatitis, tratad a todos ya’, ‘Menos corrupción más medicación’, ‘Recortar en Sanidad, corrupción mortal’, ‘No se trafica con al vida’, ‘PP, vergüenza de España’, ‘No son muertes, son asesinatos’, ‘Nada, nada, nada para las privadas’



Los tres van alegres, sintiendo el sol tibio de enero, coreando ‘Si se puede’ o ‘Vergüenza’, avanzando hacia el túnel que lleva a la ciudad universitaria, comentando con compañeros de marcha cómo no se levanta todo el mundo ante semejante muestra de privatización de la sanidad.
-Hoy son los de la hepatitis, mañana serán los del cáncer, pasado  quien sabe. Tenía que estar toda la gente en la calle, dice el zapatero.
-Diga usted que si”,  afirma  una señora de sudadera roja. Para añadir, “Si se puede”
Betty da con el codo a Honorio para señalarle los policías que acompañan la marcha, como acordonándola.
-Como si fuéramos terroristas.
Durante todo el camino han circulado en paralelo, con cierta discreción, como acompañando. Cuando la marcha encara la avenida Complutense, su presencia es mayor, más descarada, y pasada la Facultad de Ciencias de la Información los tranquilos manifestantes observan carreras de policías y presencia de lecheras. Se colocan al final de la avenida para impedir que la marea roja llegue al Palacio de la Moncloa torciendo a la izquierda por la calle Profesor Aranguren y luego otra vez a la izquierda por la calle Eduardo Saavedra.
Vuelan helicópteros, llegan más lecheras, se agrupan los policías, el lado oeste de la ciudad universitaria esta acordonada. Han ido constriyendo un embudo que cierran dos lecheras de la policía nacional. Allí han decidido que termina la marcha, al principio de la calle Eduardo Saavedra, a quinientos metros largos del palacio de la Moncloa. A ese portillo va llegando el rio de la marea, imposible desembocar por tan estrecho pasillo de un metro. “Estas son nuestras armas”, corean levantando las manos lo que llegan y los que se agolpan ante los vehículos, junto a la fila que forman fornidos policías.



Honorio, con Betty pegada a él y el zapatero a unos metros, se acerca a un policía serio bajo su casco, alto como armario, de barba rubia. El jubilado con sus eternas chanclas y los calcetines desparejados quiere saber por qué no los dejan pasar. El policía se encoje de hombros como si no tuviera información, aunque explica que son 200 el cupo establecido, que ya han pasado y que no puede pasar nadie más.
-Establecido por quien. Pregunta, Betty
-Eso no lo sé, señora. Solo cumplo mi trabajo.
-Vaya un trabajo.
-Es lo que hay. Dice el policía con cierta displicencia.
-Anda que no hay sitios donde meterse. Sin pensarlo mucho le decía ahora una docena de trabajos, antes que policía. Asegura Honorio
Una señora se anima a participar en la tertulia, aprovechando que el policía parece aproximadamente dialogante.
-Es una vergüenza, defienden a los que nos recortar hasta las medicinas.
Pero al policía aparentemente conversador le sale una vena poco diplomática
-Señora, yo no tengo la culpa de sus problemas. Ni yo le cuento a usted los míos.
Ahí Honorio se enfrenta con el policía sin importarle ni la diferencia de envergadura ni la situación.
-Parece mentira. Estáis defendiendo un sistema corrupto y encima se pone chulo. Señor mío que esta señora y yo, y esta, somos los que le pagamos el sueldo.
-Pues cuando venga otro sistema tendremos que defenderlo igual. Es nuestro trabajo.
A la charla se une entonces otro espontáneo, más joven que Honorio y la señora pero menos que el policía.
-Pues vaya trabajo de mierda que tienes, majete.
Ante lo que se observa la reacción de otro policía que aparta a Honorio
-Cuidado, sin tocar.
-Caballero le digo por las buenas que se aparte.
-Cómo que por las buenas. Y por qué me tocas. Y por qué me tengo que apartar.
El policía primero, el que ya había parlamentado algo, hace un gesto a su colega, como diciendo, yo me encargo, y vuelve a explicar que es cosa de la organización, que son 200 los que ya han entrado y por eso el compañero le invita a que se vaya. Cosa que no convence a Honorio, que dice que tiene derecho a protestar por lo que está haciendo este gobierno con la sanidad en general y con los enfermos de hepatitis C en particular y que tenía que darle vergüenza a su compañero venir encima empujando.
Llega la sábana blanca y los que la portan cantan, “oee oee, oe oa, al señor presidente le queremos preguntar, cuantos Sovaldi se podrán comprar con los recortes de la Sanidad”. Son del comité organizador y afirman que no hay ningún acuerdo de 200, que es una manifestación pacífica. A lo que el policía más cercano responde: “estoy haciendo mi trabajo, me dicen que no pase nadie y no pasa nadie”.
Las dos lecheras están paradas y en marcha, sus tubos de escape además de impedir el paso están atufando la cabecera de la manifestación. Así que Betty pregunta si no pueden apagar esos coches.
Un policía contesta con un lacónico, “no”. Y otro añade que si lo apaga tendrá que comparar una nueva batería.
-Pero si la pagamos nosotros, gilipollas, todos los que estamos aquí manifestándonos. Se oye decir a otro manifestante.

El espontaneo asiste a los diálogos con policías y no deja pasar ocasión de participar. Observa que el cronista los está apuntando y que el policía preocupado por la batería, está mirando lo que escribe. Así que lo avisa
-Te está leyendo.
-¿Está leyendo lo que escribo? Es privado
-No, no lo estoy leyendo. ¿Qué pasa? ¿tiene algún problema?.
-No. ¿Y usted?
El espontáneo ha tomado claro partido y le dice al policía
-Ves, él te habla con educación y tú ya estas contestando agresivo.
Honorio también apoya:
-Este hace lo que le mandan, pero le gusta lo que le mandan: putear a los trabajadores.
El policía resopla. El cronista sigue tomando notas. Pero se coloca de manera que aquél no pueda leer lo que escribe.

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