A Betty le hizo gracia un cartel que decía “Nos enterraron sin
saber que éramos semillas”. A la hija de Betty le gustó todo: “Está hoy en Madrid
media España”, dijo. El zapatero se pone malo cada vez que oye lo de: “PSOE,
PP, la misma mierda es”, y le volvió a pasar; Honorio miraba encantado y sonriente desde sus gafas
de culo de vaso: “Como todos sean de Podemos, arrasan”. A la pelirroja, el
libro guardado en el bolso y un gorro de lana tapando rizos y orejas, se la oyó
gritar con fuerza: “Si se puede”. El taxista miraba con curiosidad, aunque sin
decir nada. Se sumó al grupo sin dudarlo y caminaba como si buscara a alguien
en la masa que se movía en los alrededores de Cibeles y subía por Alcalá.
Había sido la hija de Betty quien informó de la Marcha del Cambio.
“Eso qué es”, preguntó el portero, dispuesto siempre a completar la información.
La chica de la ORA lo explico desde fuera de la barra, porque también está en
Podemos. De hecho, desde que descubrieron las dos militancias y pertenencias,
se han vuelto íntimas. Las dos fueron aportando detalles y se puede decir que los
habituales del bar fueron los mejor informados, tanto de la organización de la
marcha como de las intenciones. La camarera no hablaba de otra cosa y cada vez
que aparecía una noticia o una imagen subía el volumen del televisor con su
mando a distancia. Y la colombiana aportaba lo que se le olvidaba a su
correligionaria. Las dos jóvenes se han hecho muy amigas y ambas parecen estar
igual de entregadas a la causa. Aunque a la vigilante le guste más Errejón y a
la bodeguera mucho más Pablo Iglesias. Coinciden ambas también en que Monedero no cae bien
y en que hace o dice cosas que perjudican. También convienen en que Alegre es
blando y Bescansa tiene algo de antipático.
Y así llevan un tiempo midiendo atractivos, y mensajes, y
estrategias y puestas en escena e importancias. Uno de los de la Telefónica les
dijo un día que se estaban liando, que el que valía realmente, el de mejor
cabeza de todos, era el de la silla de ruedas, “pero lo han dejado de lado”.
Pero ellas hacen caso omiso a otras preferencias que no sean las que las unen y
así han ido asentando su amistad y su militancia política. De hecho la chica de
la ORA a veces se queda a dormir en casa de la hija de Betty, o sea justo
encima del bar, que es donde vive Betty.
Cuando las dos hablan de los líderes de su partido, Honorio les
dice que lo hacen como si fueran clientas de la peluquería de Loli. “Los vais a
sacar en las revistas del corazón”, porque
se centran mucho en estéticas, en maneras de hablar, en atractivos. Incluso suelen comentar las relaciones sentimentales de cada uno. "No le pega Tania". La señora que prueba suerte en la tragaperras sin
hablar con nadie dijo un día ”son todos iguales”. La pelirroja suele sonreír
mientras lee, no se sabe si por lo que está leyendo o por los comentarios de
Honorio antes las preferencias de las dos de Podemos.
Fue Honorio quien propuso ir todos juntos a la Marcha del
Cambio. Es verdad que Betty últimamente se anima mucho a salir y manifestarse,
así que cuando ella dijo, vamos, todos se apuntaron. Por el tirón de la propia Betty,
por apetencia, por novedad, por indignación, por militancia, por rabia... Y porque el sábado
31 de enero, “por descanso del personal”, el bar estaría cerrado. “Si el bar se
cierra, qué vamos a hacer”, dijo el zapatero. Durante la semana estuvieron
preparando la cita. La hija de Betty decía que tenía que atender a sus
alojados. Así dijo: “a mis alojados”, porque había ofrecido la casa de su
madre, o sea la suya, para que se alojaran algunos de los que llegarían a
Madrid en autobuses. “Como venga Montoro, lo llevamos”, avisó el jubilado Honorio.
Pero justo esa semana el ministro no apareció por el bar.
Del bar de Betty salió hacia el metro un grupo compacto y ruidoso,
liderado por la propia Betty y Honorio. Junto a ellos la hija de Betty y la
chica de la ORA, sus tres alojados, el zapatero, el portero, los de la
Telefónica, el de la Cocacola, la pelirroja, el de la Caja, ahora Bankia, dos
chicas de la peluquería de Loli, el taxista, Paqui, la mujer del portero y el
Chispas, este hablando con las peluqueras y sin cambiar palabra con sus padres.
Antes de ponerse en marcha el grupo, Honorio le dijo al bancario que se quitara
la corbata, “donde crees que vas”. Y el de Bankia la guardó en el bolsillo del
abrigo.
Los veinte manifestantes llegaron a La Cibeles cuando la multitud ya
había ocupado calle, aceras y parterres. Se quedaron mirando la masa de cabezas
que se movía lentamente, las pancartas, las músicas, las voces, los dibujos de
tijeras recortadoras: “Si se puede”, “2015 empieza el cambio”, “Políticos, el
pueblo está despertando”, “Esta marcha empieza en Cibeles y acaba en Moncloa”, “El pueblo unido jamás será vencido”, “Luego diréis
que somos cinco o seis”, “Esto no hay
quien lo pare”, “Sí se puede”, “Es ahora”, “No nos representan”, “La casta,
enemiga del pueblo”, “Unidos sí podemos”, “Somos más”, “Hay que echarlos”, “Pablo
presidente”, “El viento del cambio”, “Hay que soñar”. El grupo de Betty dudó si
entrar en la marea, si seguir mirando, si aplaudir. Como si llegar allí hubiera
necesitado un consenso, y luego una decisión. “Y ahora qué”.
“Aquí nos vamos a perder”,
apuntó el portero. Y Honorio habló de agarrarse del brazo para ir todos juntos.
A todos les pareció bien y se anillaron. La casualidad hizo que Paqui tomara
del brazo al taxista, lo que provocó que Betty y Honorio y el portero se
miraran con intención. Marcharon apenas veinte pasos y la cadena que formaron
los veinte quedó hecha añicos. Intentaron recomponerla, pero fue imposible. “Nos
vemos en Sol”, acertó a decir Honorio, junto a Betty. La masa se tragó a los eslabones
que quedaron rotos. Algunos consiguieron seguir juntos: La hija de Betty y la
chica de la ORA con sus hospedados. La pelirroja con el Chispas y las
peluqueras... Dicen que Paqui no soltó el brazo del taxista en todo el
recorrido, y que este no hizo nada por soltarse; que llegaron a Sol juntos y
que sin oír a los líderes se fueron juntos.
El domingo por la mañana sí abrió Betty el bar. Bajaron a
desayunar Honorio en chanclas, el portero y el zapatero. Los cuatro se fijaron en el lugar donde el taxista suele mirar ensimismado el fondo de su vaso,
vacío.
En la tele del bar de Betyy hablaban de lo que cobra Monedero y de la beca de Errejón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario