Cada vez entienden menos los parroquianos las visitas de Montoro
al bar de Betty. Comprendieron al principio que quisiera acercarse así,
departiendo, a la España real. Pero coinciden en que ya se habrá percatado de que no
son de su cuerda, que hay quien se va cuando él aparece, que alguno ya no se
corta en afear su presencia tanto como sus hechos. A veces pensaron que aparecía por escaparse de
sus protocolos, que en el fondo de su apariencia arratonada, mezcla de Gollum y
chulapo de zarzuela, había un aventurero que al no poder ir a Africa por sus múltiples
trabajos se perdía en el microcosmos del bar de Betty, como el fin del mundo a
donde no iría a buscarlo ni un presidente ni un subsecretario ni una prima
asesora. Pero cuando llegaba, como había llegado, con sus guardaespaldas esa
teoría se venía abajo.
A veces Honorio y el zapatero, ociosos, se enzarzaban en esas
especulaciones. El segundo, aparte de salir escopetado del bar en cuando
aparecía el ministro, no como huida sino como re reafirmación de que no estaría en
el mismo ambiente de semejante tipo, solía juntar y mezclar argumentos: porque
no le admiten en otros sitio, porque no tiene amigos, porque es un rata y sabe
que aquí todo es barato, porque es el único lugar donde no hay prensa, porque no
aguanta a su mujer. El portero, acostumbrado a lidiar con diferentes sensibilidades, suele mediar para dar la razón a los dos, en realidad para afirmar que todo es
posible.
Zanja Honorio con seguridad, aportando que por la Mirinda
Y entra Montoro. Solo. Los guardaespaldas se han quedado a la
puerta, como si fueran a revisar si el próximo que llegue al bar de Betty lleva zapatillas de deporte o calcetines blancos. Serios, encorbatados, con
caras de malos.
Vacía la Mirinda que ya había puesto Betty sobre la barra en cuanto lo vio entrar y pide otra con un gesto.
Honorio mira al portero, el zapatero ya ha salido al entrar
Montoro, como diciendo, qué te dije. Junto a ellos está otro jubilado
de la banca. Y levantando la voz, sin dirigirse al ministro pero asegurándose que
lo oye bien, pregunta si el Equipo Económico podría asesorarle a él para pagar
menos a hacienda.
Montoro suelta la segunda Mirinda y empieza a explicarse como
si fuera una rueda de prensa. Cada vez que Honorio logra que el ministro entre
al trapo sin haberse dirigido directamente a él, lo considera un triunfo de los
de su clase.
-Ya sé por dónde va usted. Pero le tengo que decir lo que ya
he dicho, y no es la primera vez. Lo dije en el mismo parlamento ya hace dos
años, en 2013: ¿como quiere que explique algo de una empresa donde no estoy?. Esa
empresa no es mía.
Honorio habla para el tendido, el ministro para el jubilado.
Como en dos mundos aparte, en un diálogo imposible pero que incluye réplica.
-Claro, no es suya, es de su hermano. Y los que buscan
asesoría en esa empresa, como los de la Comunidad de Madrid, lo hacen por
enemigos. Los contratos que firma esa empresa son por casualidad.
El hombre de las gafas de pasta cuadradas, los rizos en el cogote y la
corbata amarilla levanta los brazos hacia su interlocutor esquivo. No se sabe
muy bien si para persuadirlo o para reconvenirlo. A última hora opta, sin
cambiar el gesto, por imitarlo y explicarse sin dirigirse a él.
-Muchos hablan por hablar. Ahora resulta que fundar una
empresa es pecado. Sí yo firmé una empresa y luego la dejé para ser diputado.
-Claro, claro. Y aquí nos chupamos el dedo. Y los amigos a los que asesora pasaban por allí. Estos deben pensar que somos gilipollas. Honorio habl sin
dirigirse al ministro pero asegurándose de ser oído, por él y por todos los clientes
del bar en ese momento.
-No te pases. Interviene conciliadora Betty.
Honorio se enfada con Betty porque siempre lo está
censurando, porque parece que defiende a estos estos tíos, porque es demasiado
buena y no se da cuenta de que a estos tipos hay que decirles las cosas, que se
creen que la gente es tonta y se lo llevan crudo. Y mirando al ministro:
-Más vale que no amenace tanto y se mire lo suyo.
El amigo también jubilado de la banca asiente con la cabeza. Se llama Matías y aparece
por el bar en ocasiones, para ver a Honorio, para buscarlo. Están de acuerdo en
todo, en la política, en lo de las jubilaciones, en los hijos con dificultados
a los que hay que ayudar, en el aprecio que tienen por Montoro.. En todo salvo
en el mus. Ahí son enemigos aunque jueguen siempre como pareja
El interpelado, Montoro, al comprobar que no es el día de la
persuasión, que la opinión de Honorio parece unánime, opta por una salida
cínica:
-Le ruedo que me deje tomar mi consumición.
Y Honorio ve confirmada su teoría, le dice al colega del
banco.
-Te lo dije, viene por la Mirinda
Pero Matias no lo escucha. Está diciendo al ministro que le
parece un poco demasiado que comparen al PP con Cáritas o con la Cruz Roja.
-Se lo explico
-Mejor no que no te explique nada. Honorio se lleva a su
pareja de mus al otro lado de la barra. Y agranda el espacio entre el ministro
del refresco y la realidad social.
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