En el bar de Betty ha habido un verdadero debate y una auténtica
tertulia. Al menos tan reales, tan argumentados y tan apasionados como los que
se han producido en radios, televisiones, periódicos, redes y medios
afines al Gobierno.
El verdadero debate del bar de Betty se celebró el martes por
la mañana, es decir, al día siguiente del de la tele y no había ni cámaras ni
fotógrafos ni paraguas, ni tertulianos explicándolo. Por no estar no estaba ni
Betty.
En el remozado bar estaban a las diez de la mañana Honorio y
su amigo íntimo salvo para el mus. Los dos solos, mano a mano. Betty puso ante
ellos sendos cafés con porras, bajó el volumen de la tele y salió a sacar la
basura.
Así que quedó el televisor mudo con imágenes de la Sexta, el
bar vacío y los dos jubilados apoyados en la barra dando cuenta de las porras
Y la tertulia fue el viernes, pero más tarde, a la hora de
los aperitivos, con cañas y vinos y los pinchos de bacalao que sigue haciendo
Betty aunque haya remozado el bar, y con los que todos se chupan los dedos. Se
hizo no porque fuera la víspera del día de
la reflexión, sino porque en el bar de Betty se habla sin parar, se dicen cosas
al tuntún, se interrumpe, casi no se escucha, se eleva la voz, se insulta a
veces también a los presentes, pero se reflexiona mucho. En ambos casos, debate
y tertulia, llevó la voz cantante, como casi siempre Honorio.
El debate se centró en el presunto insulto de Sánchez a Rajoy,
eso de la decencia. Y la tertulia giró en torno al puñetazo que el sobrino de
la mujer de Rajoy propinó con su mano izquierda. El zapatero es ocurrente y
dijo que quizá por eso dicen algunos medios que fue un izquierdista. Pero el
comentario no tuvo mucho recorrido. Todos en el bar estuvieron de acuerdo en
que eso no se hace, sea quien sea el presidente del gobierno. Y dicho eso, se habló
mucho de la torticera utilización mediática y política del asunto.
El debate lo inició Mariano. Hablamos del debate del lunes, en
el que el que Pedro Sánchez dijo a Rajoy: “el presidente del gobierno tiene que ser
una persona decente y usted, señor Rajoy, no lo es”. Decimos que empezó Mariano
porque así se llama el amigo íntimo, salvo en el mus, de Honorio. Dijo que se equivocó gravemente, que el socialista tenía razón en todo lo que iba diciendo, que llevaba
ganado el debate y que ahí se pasó. Que no se puede insultar a la gente, que se
pierde la razón si se hace. Que ahí
embarró el debate porque el otro le dijo lo de “hasta aquí hemos llegado” y
luego lo de “Ruiz, mezquino y miserable”.
Honorio utilizó la táctica que suele. A saber, mira fijamente
a su interlocutor como si quisiera convencerlo de que escucha con atención e
incluso que lo que está diciendo tiene interés. Para decir, cono dijo a
Mariano, su amigo, que no sabía lo que estaba diciendo. Y enumeró, también como
suele hacer: primero, no dijo más que una verdad, lo que ha venido haciendo
Rajoy, con la Gurtel, que le paga las vacaciones, con Bárcenas, que le dice
aguanta Luis, con el Partido, que rompe a martillazos lo ordenadores…. Eso no
es decente. Y hay que decirlo así. Su amigo intentó colocar en ese punto, algo
así como pero es que insultar…pero Honorio no dejó terminar la frase, y la tapó
con un rápido pero es que los debates están para decir las cosas, más insultó
luego Rajoy. Y ya no hay un segundo punto, ni un tercero, aunque cambie de objeto. Y tras defender de nuevo el buen uso del concepto
de decencia, pasó Honorio a exponer
que lo que más le llamó la atención del debate de la tele fue comprobar cómo
los emergentes Iglesias y Rivera habían hecho pinza para atacar el viejo bipartidismo,
como si quisieran a cambiarlo por un nuevo bipartidismo, que para ese viaje no hacían
falta alforjas. Y que le había hecho más gracia todavía esa especie de troika de la
limpieza verbal que habían emprendido Ciudadanos, Podemos y el PP, como si
ellos no se hubieran pasado la campaña insultando. De modo que en un inesperado
salto, y sin dejar meter baza a su amigo, Honorio aseguró que al que merece la
pena votar es al olvidado de la campaña, al que no han hecho ni puto caso ni en
radios, televisiones, periódicos, redes ni, lógicamente, en medios afines al Gobierno: Alberto
Garzón.
En la tertulia del viernes volvió a decirlo, si bien, aunque
suele salirse con la suya desde que se jubiló y se convenció a sí mismo que no tenía
edad para gilipolleces, sus palabras no fueron escuchadas como lo hace Mariano:
en silencio y sin encontrar nunca una pausa para interrumpirlo. Dijo lo de
votar a Garzón después de que todos coincidieran, él el primero, en que no se
puede dar un puñetazo así a nadie, ni al presidente del Gobierno ni a un
guardia ni a un jefe ni a nadie. Qué precisamente ahí estuvo sensato Rajoy cuando
pidió, con el pómulo hinchado, que nadie sacara conclusiones políticas. Ahí ya
la tertulia perdió todo concierto y fue imposible seguir un cierto turno ni
orden. Por lo que lo de Garzón ni se escuchó. Pero no porque no hubiera moderador,
sino porque las tertulias del bar de Betty son así cuando hay un tema potente y
no están ni el taxista que mira el fondo del vaso ensimismado ni Paqui cuando
lo acompaña ni la pelirroja que leía en la esquina de la barra y no ha vuelto
desde antes de la remodelación.
Pero cuando están Honorio y su amigo, y el cartero, y el
zapatero, el portero, y la propia Betty y su hija y la chica de la ORA, incluso
la de la farmacia, es otra cosa. Y si hay un hecho violento, curioso, candente,
televisivo, como el baile de Soraya en el Hormiguero, o la colleja de Rajoy a
su hijo en la radio, o cómo Bertin Osborne no sabe encender la cocina o el
puñetazo… Entonces las palabras arden y todos tienen algo que decir, aunque no
se escuchen unos a otros. Pero mientras en los otros casos hubo chanza y risas, en
lo del guantazo hubo unanimidad: que eso no se hace y que no tiene nombre que
se utilice. Ahí se le vio el plumero sociata al zapatero cuando se preguntó a
ver si iban a querer sacar votos haciendo víctima a Rajoy. Y fue cuando añadió
sin mucha fortuna lo de la teoría izquierdista.
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