Honorio llegó indignado al bar de Betty. Se le notó nada más entrar
porque lo hizo empujando con estrépito la puerta y prepinando además un portazo para
cerrarla.
-Eh, que la puerta no tiene la culpa-. Reprendió la hija de Betty
El jubilado pidió un café para recuperar el aliento y la
tranquilidad
-¿Qué te pasa?- Preguntó Mariano, su amigo íntimo, salvo para el
mus.
-Calla, no me hables.
El amigo calló, sabía cuándo no debía decir nada y conocía bien que sería el propio Honorio quien hablara en cuanto tomara aliento. Y Honorio inició su monólogo, apenas interrumpido para dar sorbos
cortos a su café que se iba quedando frío con la pasión del hombre indignado.
Se puso a contar lo que le había pasado en la delegación de Hacienda
del barrio. Y se vio pronto que llegaba irritado por lo que le había ocurrido y
por la coincidencia: era el mismo día en que se supo que Aznar hizo trampas con
Hacienda.
Antes dijo, y fue aplaudido por el zapatero, que le parecía
alucinante que ningún periódico, ni El País, ni El Mundo, ni el ABC, ni La Razón
se hubiera hecho eco en la portada de la noticia.
-Son todos iguales, ya no se distinguen-. Aseguró la hija de Betty.
Y su amiga, la chica de la ORA, aprovechó para hacer
comparaciones:
-O sea que si es Monedero lo crucifican todos y en los
telediarios, igual. ¿Y lo de Aznar no es noticia?, qué vergüenza.
-Qué vergüenza de Aznar y del periodismo-. Añadió el zapatero.
El taxista ensimismado no parecía enterarse de lo que se hablaba y
Honorio se limitó a asentir con la cabeza porque ya estaba con su propia peripecia.
Que fue a entregar un papel al registro: una cosa que consiste en que
te pongan un sello para que conste que lo has entregado. Punto. Pues sacó
número... Bueno, no lo sacó él, que hay un funcionario junto a la máquina de
los números y pulsa él, para qué coño sirve la maquina si tiene que tener a un
tío al lado. Pues para esa gestión del registro le tocó el número 25, iban por
el 12 y esperó a que le tocara una hora.
Y a Honorio le dio tiempo a observar a la gente, en la sala de
espera atestada. Como no había llevado nada para leer y no le apetecía darle
conversación a la señora que se empeñaba en hablarle a su lado, se estuvo fijando
y cabreando.
El tipo de la máquina de dar los números no estaba
solo, había otra mujer a su lado, ésta sentada en una mesa que traducía a los
usuarios lo que decía el de la maquina o lo que indicaba otra funcionaria que
estaba tras un mostrador, a unos metros, la cual había dicho a un hombre
latinoamericano, que llegaba con su cita previa, que no obstante pasara a sacar
número. Ahí se liaron un poco el hombre de la máquina y la mujer sentada a su
lado, pero si ya viene con el número.
El hombre sudamericano, tranquilo, colaborador y algo sumiso,
se acercó a la máquina. El funcionario se encogió de hombros y su compañera,
sentada en la mesa, las piernas cruzadas, se erigió en intérprete: miró a su
compañero de los hombros encogidos y a su compañera del mostrador. y le dijo por su cuenta al hombre paciente que ya tenía número de la cita previa, que sí pero que se lo han dado para otra cosa.
-Y que tenía que pedirlo de nuevo.
Y el sudamericano paciente se
atreva musitar lentamente, pero si lo saqué hace una semana, ¿debo esperar otra?
-Y los tres funcionarios se encogieron de hombros.
La sala amplia estaba atiborrada de gente mirando a la pantalla, P1,
19, mesa 1, C43, mesa 2.
Y llegó la chica de seguridad, con sus cartucheras y su porra y sus esposas
colgando, que los que tengan número para la planta 2 suban a la planta dos,
aquí solo los de la planta 1.
La señora sentada junto a Honorio le volvió a sonreír, le intentó
contar que a ella, otro día le pasó lo mismo, que estaba esperando en la planta
uno y era en la dos.
Y de pronto la pantalla se quedó parada
Así que ni C2 ni N2, ni P4. Desde los mostradores iban cantando
los números, pero sin que nadie se aclarase, por el griterío, por la cantidad de
gente, porque unos eran de cita previa y otros del hombre que custodiaba la
máquina expendedora de números.
Una funcionaria salió del
mostrador a encararse con la sala, a decir que si no guardaban silencio nadie
se iba a enterar, y como viera el murmullos de hartazgo se defendió asegurando
que a ella no le hacía ninguna gracia salir a decir los nombres, que ella no
tenía la culpa de que se hubiera caído el sistema.
-La tenderemos nosotros-, parece que dijo Honorio, que
recibió inmediatamente el apoyo de la señora que intentaba entablar
conversación.
Al otro lado de la señora había tres miembros de una misma familia:
la madre y la pareja, a
Honorio no le quedó claro de quien era la madre si de la una o si
del otro, solo oyó lo que decía:
“A esta te juro que la voy a tirar de los pelos. Me ha hecho venir
tres veces la hija puta. Mira que cara de mal follá tienes. Ya el otro día me
quedé con ganas de mandarla a tomar por culo. Hoy como no me acepte el papel le
meto”. Los hijos la intentaban tranquilizar.
A Honorio no le sorprendió ni el lenguaje ni las intenciones
violentas de la mujer ni los valoró, porque iba
cargando su propia indignación y gastando su despensa de paciencia; tanto
por la espera exagerada como por la señora que insistía en conversar.
Desde la 9,15 que llegó hasta las 10. 30 que salió de la
oficina, acumuló todo el cabreo que llevó puesto al bar de Betty. Eso para
entregar en registro un papel.
Bueno pues tenía el número 25, en el 20 volvió a funcionar la megafonía
y la pantalla que mantenía atentos a todos los usuarios cargados de paciencia y
perdiendo su tiempo. Así que puesta en marcha, se puso a llamar al 14, al 15…hasta que se reconpuso.
Cuando se fue el 24 y Honorio pensaba que llegaba por fin, se puso a
hablar la funcionaria con quien parecía ser su jefe. Le planteó un problema
interno de organización, de horario, de otra compañera que se puso mala. El
jefecillo no tenía prisa y la auxiliar, su peloteo fue como lo definió Honorio, tampoco.
Y esos cinco minutos fueron los que hicieron estallar a Honorio. Pero como se
contuvo y esperó, apretada la mandíbula
sin mover un músculo, a que pusieran el sello a su papel, lo pagó con la puerta
del bar de Betty.
Cuando acabó de contarlo, el café se la había quedado frio. Pero parecía calmado, aunque se volvió a indignar con lo de Aznar, y lo del ministro Soria, y lo de Bertín Osborne.
-A esos no le da número el de la maquinita de la oficina, ni sacan
cita previa-. Se solidarizó el zapatero
-El día que vuelva Montoro le preguntas, por qué- apuntó Betty.
-A ver si tiene cojones de volver por aquí.
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