El viajero le cuenta a veces y Betty, después
en el bar, comparte con los que medio escuchan o medio parlotean. Luego Honorio
o el portero, o el zapatero o el amigo de Honorio repiten lo oído, y la
historia, y los hechos, se van deshilando, transformando, de manera que puede ocurrir
que se mejore el relato o se acabe tergiversando los hechos.
Lo que entendió Betty fue que el
Alentejo portugués es un paraíso por descubrir y encima tan cerca, al lado; que
tiene playas interminables de arena fina y limpia, que también tiene
acantilados impresionantes que guardan playas recoletas. Y que la gente es
encantadora. Luego también aseguró haber oído algo de unos palafitos como fantasmas
en el barro, de unos lagos separados del mar por una duna respetada, de las
espectaculares puestas de sol, del compromiso cívico de los gobernantes
portugueses para con sus costas, y que todo eso pasa en unos kilómetros al sur
de Lisboa, a la altura de Grandola, la vila morena que cantó José Afonso,
aunque ahora tiene poco que ver como ciudad.
El zapatero, a quien nunca gustaron los
portugueses hasta que llegó el que para él es el mejor futbolista que ha visto
en los campos de hierba, mezcló lo que
le oyó a Betty con su cosecha, ésta sacada de sus convencimientos estéticos y morales y de
la reciente Eurocopa, siempre alrededor del fútbol. Así que aclaró que el mejor
futbolista que había visto es portugués, pero no se llama Ronaldo, sino Joao
Alves y jugaba en la UD Salamanca con guantes negros. Proclamó que los
portugueses son melosos por naturaleza, aunque al ganar la Eurocopa se han
vuelto locos y que Grandola, el pueblo de la canción, se ha muerto. Y añadió por
su cuenta que si a él no le gustaban los portugueses es porque los conocía
bien, aunque era conocedor de su importancia en la historia, el mismo Magallanes
nació en el Alentejo portugués.
Nadie corrigió al zapatero ni le aclaró
que Magallanes era portugués, pero no del Alentejo, que era del norte. Quien sí nació en Sines fue Núñez de Balboa.
Así se entera la gente de las cosas. Lo
que contó el viajero fue lo de la chica simpática que trabaja en la oficina de
turismo de Alcacer do Sal, una de las ciudades más antiguas de Europa, cruzada
por el estuario del rio Sado. La chica portuguesa llenó al viajero de mapas y
de direcciones y le confesó que vivía en Grandola. No lo dijo con entusiasmo, pero
eso no evitó que al viajero le parecía algo mágico y de presumir. Pues no, no
solo no le decía nada a la muchacha, ni la historia ni el paisaje, sino que por
ella no volvería.
-Allí no hay vida ni nada que hacer.
El viajero buscaba una foto tanto como
pisar una tierra de leyenda, la vila morena que inmortalizó José Afonso con su
canción, la segunda señal de que la Revolución del 25 de abril iba adelante.
Hizo la foto, la de un lugar que hoy sestea olvidado. Hay un muro conmemorativo
en el centro del pueblo, en el que está escrita la letra de la canción: una
pared que nadie lee, conquistada por los jóvenes del monopatín.
Los clientes del bar de Betty tampoco
tienen en la cabeza ninguna magia con Grámdola. Solo Honorio se acordó de que
la canción fue prohibida porque el régimen de Salazar decía que era una música
del partido comunista de Moscú y se
convirtió luego en símbolo no solo de la revolución de los claveles sino de la
democracia en Portugal.
Y el viajero no habló nada de la Eurocopa,
tan solo que se veía a los portugueses agolpados en los bares y terrazas. Pero
si dijo de la playa de Comporta, o la de Santo Andres, o de la península de
Troia; o de los palafitos fantasmas de Carrasqueira, esos paseos de madera a
punto de caerse, sujetos por palos y postes en imposible equilibrio, sobre un
barrizal donde quedan varadas las barcas: hasta que sube la marea y los
pescadores salen de faena al estuario de Setúbal. Y contó del payaso de Porto Covo y de la playa
dulce y salada de Vila Nova das Mil Fontes; del efecto imponente que consiguen
las catedrales de piedra, en Zambujeira, o de la puesta de sol en la praia
Fonte del Cortizo. Acercamientos imprescindibles.
Lo que entendió Betty, y lo que más le
interesó, fue oír hablar del paraíso alentejano, de su descubrimiento. Con
Honorio compartió el aplauso por el cuidado de las playas, lo cívico, por la
idea de no explotar los recursos; los aparcamientos suficientes y fuera ellas.
Y la limpieza.
-Vamos, como las del Mediterráneo.
La dueña del bar sabía de lo que hablaba
por había estado allí. No de vacaciones, no. Y dijo que tuvo un novio portugués,
justo de Grándola, anda que, y del que no quiso decir más. Pero aprovechó para
señalar que los españoles tenían que aprender mucho de los portugueses en
muchas cosas. Ahí introdujo el zapatero el nombre de Joao Alves.
Honorio no reparó, ni en el novio ni en
el futbolista: estaba haciendo un discurso que solo escuchaba Betty.
-Los portugueses son más trabajadores
que los españoles y tienen más visión de futuro. Señor mío: si haces una
autovía, pues incluye área de descanso, unos servicios; si tienes una playa
pues cuídala, no mates la gallina de los huevos de oro. Hay que aprender de los
portugueses.
El zapatero preguntó si los portugueses
se acordaban de Joao Alves, y también si Cristiano Ronaldo es un héroe y si Portugal
se paralizó el día de la final de la Eurocopa.
El viajero quiso saber en qué tiempo
estuvo Betty con el novio de Grandola, si le cantó la canción, si estuvo cerca
de la alegría de los claveles.
Pero Betty desapareció por la puerta de
la cocina. Dejó a Honorio con la palabra en la boca y al viajero sin cuento.
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