En el bar de Betty los parroquianos están
tan golpeados por la ola de calor como en el resto del país. La hija vaporiza el
ambiente cada rato, pero no consigue sino aumentar el sudor y que Honorio le
diga con sorna que no lo moje más. Los ventiladores que han colocado en las
cuatro esquinas apenas mantienen una barrera que se derriba en cuando alguien
abre la puerta metálica de la calle.
En esto que quien entra es Rafahernando.
Los presentes bastante tienen con el calor de ese septiembre como para alterarse por el recién llegado. Además, no son gente fácilmente impresionable. Llega realmente
acalorado, pide un sol y sombra con hielo, lo engulle sin que apenas haya hecho
efecto el hielo, se limpia la boca con el dorso de la mano y se encara con el
portero.
Los brazos de la camisa arremangados como un chulo de barrio rico, o como el
comercial aguerrido que sale cada mañana a la jungla de las calles. Cerca del
codo, perfectamente dobladas las mangas, la corbata suelta como uno que vuelve
de juerga, sudando la gota gorda de esta calorina de septiembre. Sorprendido del poco efecto causado, grandes manchas en los sobacos, le apunta con el dedo.
Le habla directamente,
salpicándolo con una lluvia de saliva como esputos. Y habla el portavoz, con
tono de mitin, aunque en realidad esté ensayando un monologo, de que Podemos “tiene las manos
manchadas de dólares de regímenes tiranicidas y liberticidas". Y sin
apenas pausa, añade que Pedro Sánchez está haciendo el ridículo, ”vaya uno al país que vaya de la
UE no entienden lo que está haciendo el PSOE”. Y le digo una cosa, “cada vez estamos
más cerca de que se rompa definitivamente España”.
-Que es lo que quieren algunos. Un sol
y sombra con hielo, por favor.
Si no fuera porque apunta de manera agresiva
con el dedo y salpica con su boca con espuma en las comisuras, pudiera parecer
que está ensayando un discurso, un argumentario o un mantra.
La chaqueta al hombro, los brazos
remangados, la corbata descorbatada, un palillo en la mano que pone entre los
dientes cuando quiere liberar el dedo que apunta al portero. Es como si
quisiera adaptarse a un paisaje que por otro lado demuestra desconocer por
completo. Quizá hace tiempo que no pisa la calle, desde luego en el bar de
Betty es como un extraterrestre, con y sin palillo, arremangado y sin
arremangar.
El viajero observa en silencio, en la
esquina, junto a la pelirroja que ha cerrado su lectura pero tampoco escucha a
Rafahernando. El amigo de Honorio se mete la cara y el pecho, no siempre en
ese orden, en el ventilador colocado en el centro de la barra. Dos que trabajan
en la línea 1 del Metro, miraron un segundo de reojo al recién llegado, pero
siguen a los suyo. El zapatero lleva ya rato con la tarea inútil de abanicarse
a sí mismo con la mano. Los del bar de Betty no dejan deslumbrar fácilmente, y
menos con Rafahernando. Bastante tienen con pedir que suban el aire.
-¡Que está a tope¡ pesado.
El taxista no pide nada, sigue mirando
al fondo del vaso vacío. Mucho menos le interesa lo que haga o diga el político
faltón. Paqui está a su lado, en silencio. De acuerdo con él también en esto. La
hija de Betty está en la cocina. Se asomó un segundo a la puerta, vaporizó una vez más, pero no ha vuelto a salir.
Rafahernando pide otro sol y sombra
con hielo, que también engulle antes de que hielo empiece a hacer su efecto. Se
echa la chaqueta al hombro, como si fuera a marchar tras la cabra de la legión.
Y habla de Venezuela, esta vez también salpicando e igualmente señalando con el
dedo, como si fuera una pistola, al pecho del portero.
Éste, acostumbrado a adoptar una
actitud de cierta docilidad, como darle la razón a todos los vecinos, defiendan
lo que defienda, acusen a quien acusen, se encoje de hombros. No es que se achante,
pero dado el brío del portavoz, podría parecerlo. El que toma partido y la
palabra, es Honorio, no se sabe si por echar una mano solidaria al portero o
porque le tiene ganas al portavoz del partido, el guardaespaldas del presidente
del Gobierno en funciones.
-¡Pero a él qué le dice¡.
No le falta razón al jubilado de las
chanclas, hoy sin calcetines dada la ola de calor. Y le hace ver que no
entiende cómo se dirige, con semejantes de maneras de matón, como si estuviera
advirtiendo a Rivera en el Congreso, al pobre portero.
-Perdóneme usted.
Eso dice, y sigue apuntando con el
dedo, no se sabe bien ahora si a Honorio o al portero. Lo que viene a explicar Rafahernando,
más o menos, que sigue pareciendo un chulo de barrio venido a más, es que no
tiene nada contra el portero, que es su manera de señalar, de expresarse, quizá
algo vehemente; que con quien sí tiene es con los bolivarianos de Podemos y con
los irresponsables del PSOE.
Betty sirve en silencio los sol y
sombras con hielo que va pidiendo y mira con sonrisa cómplice a la pelirroja,
al viajero, a Honorio, al taxista, que le devuelven el entendimiento. Bueno, el
taxista, no devuelve.
Honorio entonces da la espalda
ostentosamente al portavoz-guardaespaldas y le hace a la dueña del bar, en voz
alta, una pregunta retórica.
-Y el exministro Soria, bien, y el PP, también ¿No?
Rafahernando se cree que es su turno,
y se lanza, que ese señor “ha tenido una carrera
amplia en la Administración y reunía todos los requisitos para el puesto".
Nadie le presta atención, pero el sigue diciendo que “les pediría a algunas
personas más respeto".
-Parece
un vendedor cabreado, porque no le compran sus productos de mala calidad.
Dice el zapatero, a quien cae igual Rafahernado que Montoro.
-Joder, por lo menos Floriano dudaba.
La pelirroja se ríe con la comparación
de Honorio.
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