Fueron todos. Lo propuso Betty y a
nadie se le ocurrió dudar. Echó el cierre y se pusieron en marcha todos juntos,
como cuando las manifestaciones. Del brazo y en silencio bajo la lluvia.
Calándose por las calles de Madrid un sábado, chapoteando por el Barrio de las
Letras, hasta el número 40 de la calle Lope de Vega.
Honorio, desolado junto a su amigo
menos para el mus, fue quien se lo dijo a Betty y ya la dueña del bar se
encargó de ir informando a todos, tanto a los que estaban junto a la barra
como a los que iban llegando.
-Ha muerto Marcos Ana.
-No jodas.
Así se fueron enterando el portero, el
zapatero y su hijo, la hija de Betty y la chica de la ORA, la pelirroja, la
señora que siempre prueba suerte en la máquina tragaperras, Paqui, el taxista
que pareció salir de su ensimismamiento, la rubia del estanco, incluso los dos
de la fibra óptica que al ser sábado en principio no tendrían que estar allí.
Betty le puso un whatsApp al viajero.
Todos conocían a Marcos Ana. O estaban
al corriente de quién era. Lo habían visto alguna vez en el bar en compañía de
otro amigo de Honorio, a quien conocía del Partido, y también sabían de él por lo
que contó el viajero, que lo había tratado o hablado con él. Lo admiraban por
lo que tenía pasado y lo querían por lo que representaba. Su elegancia, la paz
que irradiaba a pesar de la vida que había llevado, su ausencia de rencor, su
esperanza de cambiar un mundo injusto. Se dice pronto, 23 años en la cárcel
franquista, entre los 19 y los 42. Dos condenas a muerte. El preso político que
estuvo en prisión más tiempo y salió, gracias a la ayuda de Amnistia
Internacional, sin odio. Y con 96 años seguía paseando, haciendo gimnasia, acudiendo
a manifestaciones.
Respetaban al poeta y se pasmaban con
lo que les contaba el viajero que había dicho: Agradecía los homenajes y los premios “que están por ahí colgados en
algún sitio, pero para mí era suficiente porque yo he vivido la vida que he
querido vivir y no tengo que sufrir por eso. Desgraciadamente otros compañeros
pasaron también por la cárcel, dejaron allí lo mejor de su vida y luego se han
hundido en un abismo, en el anonimato y nadie se ha preocupado de ellos. Y sin
embargo yo sigo vivo y en la memoria de
la gente”.
Los
parroquianos del bar de Betty lo tenían por hombre íntegro y admirable. Muchos no
sabían que en realidad se llamaba Fernando Macarro Castillo y que lo de Marcos Ana
era seudónimo para escribir sus poemas clandestinos y que tal nombre que le
quedó para siempre lo sacó de su padre, Marcos, y de su madre, Ana. Tampoco sabían
que, tras salir de la cárcel, con tantos años de vida perdida, recorrió el
mundo contando su peripecia y buscando la solidaridad internacional con
los presos del franquismo, que dirigió desde París el Centro de Información y
Solidaridad (CISE) con Pablo Picasso de Presidente de Honor. Sí, que escribió
sus memorias en 2007, que las tituló como uno de sus poemas, ‘Decidme cómo es
un árbol’.
Honorio supo, por la nota que repartió
el PCE que había sido ingresado en el
hospital Gregorio Marañón de Madrid, con pronóstico grave. Y por lo que le contó Diego,
el amigo que cuidaba de Marcos, que se cayó, que se hizo mucho daño en la
espalda y ya en el hospital le encontraron de todo. Ya no salió.
Los dieciséis echaron a andar juntos desde el
mismo bar, agarrados del brazo. Llamaban la atención porque parecía manifestación. Ocuparon casi media
fila del auditorio Marcelino Camacho de la sede
de CCOO de Madrid, donde estaba instalado el velatorio. Se colocaron en
silencio mirando el cuerpo tapado con la bandera republicana, viendo la cara
serena, como dormida. Agradecieron haber llegado con tiempo, porque el
anfiteatro se fue llenando hasta los topes. Llegó un momento en que no podía
entrar más gente. Los del bar de Betty vieron caras conocidas de la política,
el sindicalismo y la cultura honrando la memoria del poeta. Alguien les señaló a Marcos
Macarro, el hijo, que no pudo contener la emoción y recitó Mi casa y mi corazón, uno de
los poemas más conocidos de su padre. Y vieron a la actriz Tina Sainz
que llegó con un ramo de rosas. Y al también actor Juan Diego Botto, que recitó el poema Decidme como es un árbol y hizo que saltaran
las lágrimas de Honorio, cuando dijo de Marcos Ana: “Él es lo que este
país debería haber sido”.
Los del bar de Betty, confundidos entre el gentío, también levantaron
el puño y cantaron La internacional,
mientras veían las fotografías que se iban proyectando de la vida Marcos Ana:
de la cárcel, de sus recitales, de sus manifestaciones.
Volvieron a desandar el Barrio de las Letras bajo la lluvia,
en silencio, cabizbajos. Honorio les levantó algo el ánimo cuando les contó lo que había dicho en una
entrevista: “yo me acuerdo del director de una prisión que era bastante bestia.
Un día me cogió por las solapas, me dijo, pero tú por qué cojones luchas. Y le
respondí, pues, mire usted, yo lucho por una sociedad donde no le puedan hacer
a usted lo que usted me está haciendo a mí”.
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