La orquesta acababa de tocar Wisling Rufus, Soldiers in the park, 'The stars and stripes for ever, Down south' y otras composiciones inglesas y yanquis. ¡ Todo sonaba y olía á anglosajón en el café ! De pronto, en la pizarra donde se inscriben los « trozos selectos » que va pidiendo, fuera de programa, el público, leí :
DEMANDÉ ESPAÑA !...
¿Quién se había atrevido á pedir allí, entre ingleses y yanquis, cuyas marchas musicales suenan á triunfo y parecen hechas para marcar los rapaces pasos del conquistador, la España, mutilada en su ortografía á la francesa, como mutilada fue en su gran Imperio ? Contra mi costumbre de no enterarme de lo que hace el vecino — ya que un vecino es para mí bastante menos que un perro — quise averiguar quién había sido... Para cobrar ánimo, empecé por tomar un cocktail, de brandy, Luego tomé otro cocktail, que tuvo que ser de whisky, puesto que dos de brandy hubiera sido faltar á la reunión.
Y, hecho un brazo de mar, me dirigí al mostrador.
— ¿ Sabe usted — pregunté á la madama elegantona, distinguida y perfumada — sabe usted quién ha pedido España ?
— Aquél — contestó ella casi sin mirarme, porque tenía puestos todo sus sentidos en contar calderilla.
Aquél tenía ojos fosforescentes y bigotes así.
Me acerqué con recelo, y le dije, ensayando una sonrisa :
— Si no está mal preguntado, ¿es usted, por casualidad, español?
— Español y gato, para servir á usted.
¡ Gato ! ¿ Cuánto tiempo hacía que no oía yo eso de gato, aplicado, no sé por qué, á una villa que se llama del oso.
— ¿Conque gato, eh ?
— De Madrid, sí, señor.
Cambiamos nuestros nombres. Llamábase él — y seguirá llamándose, si no ha muerto desde anoche — Fernández y Fernández. Como notara yo que mi nombre no le decía nada, no pude refrenar un impulso de vanidad herida. Y me tiré una plancha.
— Siendo usted español, y por añadidura de Madrid, me conocerá usted de referencias, tal vez de malas referencias... ¿No ha oído usted nombrar á Bonafoux, de la Prensa de Madrid, Luis Bonafoux, periodista distinguido, casi eximio?...
— Le diré á usted. Yo hace muchos años que falto de España y que nada sé de España.
— ¡Pero de mí por fuerza sabe usted, señor Fernández y Fernández, alguna cosa !
— Ni de usted ni de nadie.
Para pasar á tragos esta horrible decepción, pedí otro cocktail, que, no debiendo ser de
whisky, fue un martini cocktail.
— Yo, señor mío, vivo en Pourville, y en la soledad de esa playita abrupta y arisca he refugiado el dolor que me causan el recuerdo y las cosas de España — me dijo, con campanuda voz, el Sr. Fernández —. Difiero del modo de ser de mis compatriotas, que son suicidas por temperamento; suicidas, sí, señor. España, la gran España, se ha convertido en un pueblo narcotizado, narcotizado por discursos kilométricos, por artículos kilométricos, por kilométricos programas de café, en cuyas mesas todos los parroquianos arreglan en un dos por tres la situación del país. Lo que necesita España es un sable...
— ¡ Pues apenas hay sables en la Puerta del Sol y calles adyacentes !
— Un sable, he dicho, que corte muchas, muchísimas cabezas.
— ¡ Señor Fernández!
— Porque ha de saber usted, señor mío, que así como la calentura no está en las sábanas, tampoco las desgracias de un país están exclusivamente en sus Gobiernos. Costumbres, costumbres públicas y privadas, eso es lo que necesita principalmente España. Un prurito de crítica corroe todas las manifestaciones del país, y los que peroran y escriben contra los defectos del mismo son los primeros en incurrir en ellos cuando están en condiciones de poder corregirlos. Es una broma y una lata. Pero parece que el país vive á gusto entre bromas y latas...
— Vea usted- — prosiguió el Sr. Fernández, alzando la voz y dando golpes en la mesa — vea usted la tertulia de este café : tertulia fina, circunspecta, silenciosa, y que de once á doce, y sin que nadie la obligue á ello, se retira á casa; tertulia de ingleses, en su mayoría, de franceses y también de norteamericanos. Españoles no hay más que usted y yo.
— Sí, señor Fernández, y si usted continúa dando voces y pegando testarazos en la mesa verá usted que muy luego no quedará aquí ningún español...
Y como la orquesta acabara de tocar España, entre aplausos de la concurrencia, no pude menos de decir al Sr. Fernández:
— Puesto que tanto aflige á usted el recuerdo de España, ¿por qué hace usted que se lo resucite la orquesta de este café?...
— Pues le diré á usted: todos los veranos vengo de Pourville á Dieppe nada más que á hacer tocar esta música. ¿Sabe usted por qué?
¡Pues para que rabien los extranjeros!...
Y dando otro testarazo en la mesa, el señor Fernández rompió una copa de granadina, cuyo líquido fue a mojar los blancos y vaporosos bajos de una miss, que le miró severamente.
— ¡Vámonos, pues, señor Fernández, antes que nos echen del café !...
De Luis Bonafoux hacia 1899
De Luis Bonafoux hacia 1899
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