La pelirroja, que seguro que tiene algo que ver con Betty, elegante y lenta, con un vestido blanco como si viniera de la alfombra roja de los Oscar, atravesó el bar como si se deslizara. Se sentó en el taburete de la esquina, sacó del bolso su libro y Betty le puso delante un zumo de melocotón sin que se lo hubiera pedido.
Enfrascada en la lectura, aparentemente se mostraba ajena a las conversaciones que se cruzaban en el bar.
Era la chica de la ORA la que le decía a Montoro que estaba con él, que lo apoyaba y que le gustaba más, de verdad, su peinado que el de los Guindos.
-Dirás el de De Guindos.
-Como sea, me gusta más el suyo.
El hombre del supuesto peinado, la cartera negra entre los pies, la Mirinda en la mano, no supo que contestar, si agradecer el cumplido o eludirlo. Tenía claro que su objetivo era conocer de cerca la España real y mezclarse con ella, estaba empeñado en ello, pero no le era fácil captar todos los matices.
-Pero si llevan los mismos rizos.
Lo había dicho Honorio, desde el taburete donde colgaban sus chanclas. La risotada fue general. Se rio Betty, el portero, la chica de la ORA, los de la Telefónica que llevaban dos meses por el barrio por lo de la fibra óptica, el mismo Honorio, el tapicero y su hijo, y la Juani , cuya presencia había tensado la atmósfera del bar. El taxista, no, o porque estuviera la Juani o porque siguiera sin encontrar lo que hubiera o no hubiera en el fondo de su vaso vacío. Tampoco pareció reír la pelirroja, metida en su libro forrado, aunque miró de reojo y se pudo ver un brillo listo.
-Una pregunta.- Dijo la Juani, animada por el escenario y las risas.
-Dígame usted. -Se apresuró, solícito Montoro, apretando la cartera entre las espinillas.
-Yo es que no distingo a uno de otro.
-Pues esta bien claro. Uno es el malo y otro es el bueno, como los policías. Este es el bueno y el otro es el macho, el que dice lo que hay que cortar. No hay más que ver la pinta de uno y de otro.-Ilustró Honorio.
-Las cosas no son exactamente así. Déjenme que les explique.
No le dejaron. Parece que intentaba exponer algo pero nadie le prestó atención. Lo que nos se sabe muy bien es la razón: si es porque se había vuelto de pronto invisible invisible, si porque la España real no permite fácilmente los acercamientos o porque en el televisor apareció la imagen de Urdangarín.
-Ese sí que sabe
El portero, experto en diplomacia, se dio cuenta de la situación en que había quedado Montoro. Así que aunque no dejaba de mirar las imágenes consideró que debía intervenir. Sabía hacerse cargo de situaciones difíciles
-Entonces baja el déficit o no baja
-Estamos en ello, pero no es fácil con la herencia que hemos recibido. -Empezó a explicarse con cierto alivio. No estaba todo perdido con la España real, debió pensar.
Entonces el portero se dio la vuelta definitivamente y se interesó por lo de Urdangarín. Debió considerar que ya había hecho bastante por el hombre que tomaba Mirindas.
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