Por fin encuentro el bar de Betty. Tras meses de seguir pistas falsas, direcciones equivocadas, huellas mentirosas y textos ilegibles, he dado con él. No ha sido fácil. Pero una vez descubierto, tampoco es sencillo el acceso. Hay que pasar entre los coches mal aparcados, cruzar el callejón oscuro, empujar la puerta de alumino y esperar que ésta se abra. Se abre. Y la veo tras la barra del bar, fumando. El taxista mira el fondo de su vaso vacío. Ni uno ni otra prestan atención alguna a la pantalla de la televisión, donde pasan imagenes de Fraga, joven y viejo, bañadose en el mar y paseando con Franco. Alguien asegura que fue "un servidor público intachable".
-Está cerrado.
Dice Betty sin mirarme. Habrá que volver otro día.
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