Nadie sabe cómo llegó allí pero empujó la puesta y entró. Iba solo y dijo algo parecido a buenas tardes. Todos, extrañados, se volvieron. Menos el taxista, que seguió mirando el fondo de su vaso vacío. Junto a él y Betty, estaban en el bar el portero, la chica de la ORA, dos ecuatorianos de la obra, el cartero y un señor con traje que parecía Montoro.
Betty, antes de preguntar al recién llegado qué iba a tomar, miró al taxista. Este, como siempre, no dijo nada, ni cambió la mirada, para la dueña del bar lo entendió.
-Está cerrado, dijo.
El portero también entendío al taxista que no dijo nada:
-Tiene razón, uno del Madrid no hace eso.
El cartero también estaba de acuerdo, aunque añadió:
-Pero la culpa la tienen otros.
Así que el futbolista se tuvo que ir por donde había llegado. Nadie iba a servirle nada en el bar de Betty.
No hay comentarios:
Publicar un comentario