El texto de Bono en el País del 14.09.2014 tiene la siguiente forma:
Así se ve de lo que habla el político socialista y ex presidente de Castilla La Mancha. Y estas son las palabras, los nombres y los conceptos que más repite en su artículo.
domingo, 14 de septiembre de 2014
sábado, 6 de septiembre de 2014
Ruta 20
Esa
línea no existe pero es la que daba servicio cada dia a los habitantes de la
Boquilla. Como no está, el viajero ni la ha hecho ni la ha comprobado, se trata
de una historia que le contaron. Así que no puede ser una crónica. Ni postátil
ni portátil. Se acerca al cuento real porque la fuente es fiable, el relato es
interesante; tiene información relevante,
su interpretación tiene sentido y además es bienintencionada. Pero le faltan
elementos claves para llegar a ser crónica: ni está reporteada por el autor ni
el autor estuvo allí. Tampoco se hace un relato de un tiempo determinado. Apenas se tiene noticia
de que pasó. De modo que no llega a crónica, aunque en alguno de los afamados
cronistas de América Latina, ciertos gallitos con nombre, presumidos de los
suyo, crean que en una crónica con que haya estilo ya es suficiente. No, ¿y el compromiso?
¿Y la búsqueda obsesiva de la verdad? Kapuscinski habría corrido a gorrazos a
los que sólo miran el estilo.
El
caso es que la inexiste ruta 20 realizaba el trayecto entre Cartagena y la Boquilla.
Es decir, sin ser legal, sin estar reconocida oficialmente, entraba en el
poblado de desplazados, junto a la playa, y los llevaba a Cartagena de Indias
al mercado, al trabajo, de paseo, de visita o para que en la ciudad turística
se buscasen la vida.
Fue
cosa de la sensibilidad, el avispamiento o sentido común del conductor de la
destartalada buceta. Los viajeros pagaban aproximadamente su recorrido. Es
decir, el que no tenía o no podía, se ve claramente quien no puede, viajaba
igual. Y el renqueante vehículo recorría los barrios miserables del
asentamiento. Hasta que el ayuntamiento puso una línea oficial y lo complicó
todo. El billete era mas caro, el torno instalado no discriminaba pobres de
ricos y el que no tenia plata, no subía. Tampoco el nuevo autobús recorría todo
el asentamiento, sino una línea paralela a la carretera. Y claro, quedó
prohibida la llegada de la buceta ilegal.
Los
vecinos se quejaron del mal servicio oficial y del despido inmisericorde del
generoso conductor que hacia bien su trabajo. Amenazaron con dos medidas: no
dejar pasar el autobús oficial o simplemente quemarlo. No hicieron ni una cosa
ni otra, pero lo dejaron dañado e inservible.
Ahora no hay ruta 20. Antes tampoco, pero
tenían el servicio.
sábado, 30 de agosto de 2014
Comediantes
Noche
de teatro, el mejor remate para las fiestas. Desde Bogajo a Peralejos, poco más
de veinte kilómetros, una propuesta irrechazable. Lo dijo Tere, esta noche vamos
a Peralejos, hay teatro, ¿te vienes?
A
cualquier cosa que hubiera propuesto Tere el viajero hubiera dicho que si. De
modo que a las nueve salieron para llegar a Peralejos con tiempo, que la
función daba comienzo a las diez. El local, amplio y en pleno griterío, estaba
atestado pero por alguna razón había unas sillas reservadas en las primeras
filas. No fue misterio, una de las que actuaba era prima de Tere.
Ambiente festivo de cierta resaca dichosa. Acababan las fiestas del lugar pero
habían tenido como estrellas a las Azúcar Moreno. Palabras mayores, dijo un
señor mayor con la boina en la coronilla cuando contaba la novedad. Un cartel
que se tardará en olvidar.
El
alcalde también forma parte del grupo de teatro, es el impulsor, el sostenedor,
el animador y uno de los miembros más entusiastas. Tomó la palabra en el
escenario, para presentar a sus compañeros presentes; los de la compañía a un
lado y los de la alcaldía al otro. Es decir, los actores aficionados y los
concejales. Pidió un aplauso para los comediantes y dio las gracias al pueblo
por el apoyo a cuanta iniciativa festiva se había producido. Y por las Azucar
Moreno, dijo otro señor con la boina también en la coronilla, un poco más ladeada que la del anterior.
Hizo
también uso de la palabra antes de empezar la función el miembro más veterano
del grupo. Un hombre de edad avanzada, de voz potente que recordaba al Fernando
Fernán Gómez cuando declamaba aquello de “Señoriítooo” en El viaje a ninguna
parte. La misma postura, parecida entonación: Idéntico entusiasmo por las
tablas. El veterano actor de Peralejos, que luego resultó ser guardia civil
retirado y familia de alfareros, improvisó un discurso que posiblemente llevaba
bien preparado. En él cantó al arte de Talía para aplaudir la comedia como el mas
noble arte del teatro. Se dio un paseo por los griegos, pasó por el minotauro
de Creta y llegó a los infiernos de Dante. Todo para demostrar la importancia, trascendencia y
antigüedad de la comedia. Perdió un poco el hilo de su discurso, seguramente porque
quiso acortarlo, pero nadie se enteró. Fue muy aplaudido, sobre todo porque el
salón de actos atestado, achicharrado por el calor humano y el del ambiente de agosto,
quería que empezara la función.
La
función comenzó y los seis miembros que forman la compañía se defendieron con
dignidad. Todos recordaban a Fernán Gómez porque han aprendido a impostar la
voz para elevarla y que se oiga en las
últimas filas. A todos se les oyó, se les entendió y se les aplaudió. Todos
arrancaron carcajadas entre un público entregado, dispuesto a que alguien les
hiciera reír. La compañía estrenaba obra, como hace cada año en las fiestas
desde hace catorce años. Durante el curso, en teoría el invierno, aunque las
ocupaciones de unos y de otros retrasan ensayos y decisiones, van preparando la
función del día de las fiestas. Luego, tras el estreno, hacen una cierta
tourneé por los pueblos de alrededor, no muchos, que no es fácil disponer de
fechas libres y cada uno de los comediantes tiene otras obligaciones.
Suelen
elegir una obra fácil, digerible, de no demasiada duración y sobre todo cómica.
Tienen comprobado que su público lo que más agradece es la comedia. De modo que
la acción se desarrollaba en la sala de espera de un médico dentista: la enfermera que va mandando pasar, el
señor que acude sin cita previa, el parlanchín que a todos cuenta su vida y dos
consuegros que se detestan y coinciden en lugar tan disparatado. Situaciones
reconocibles, juegos de palabras, chistes un poco gruesos, el temor al sacamuelas...Parecían la ecuación
ideal. Golpes de efecto bien medidos y si no bien impostados por los actores
aficionados que ya demuestran tablas en el escenario. Niños, jóvenes, adultos y
viejos disfrutaron. El descanso apenas dura cinco minutos para improvisar otra
pieza distinta que, como transcurre en la consulta de un médico, papel representado
por el alcalde, parece la continuación de la anterior.
No
lo es pero tiene perecidos efectos: risas, situaciones de malentendidos y contento de los espectadores. Una
de las actrices, la prima de Tere, explicaría que en realidad su papel no
debería ser de vieja, pero bueno, que se empeñó el alcalde.
Lo
que hacen en Peralejos lo hacían en muchos pueblos de Castilla hace años:
comedias. El ocio y la diversión pasando por el teatro. Las largas noches de
invierno dedicadas a preparar la función del verano. Entusiasmo y mérito y
afición por parte de un grupo de escogidos: tres amas de casas, un alcalde, un
jubilado y un agricultor que fueron pioneros y ahora son reserva cultural.
Una reserva también presente en muchos barrios de las ciudades, donde quedan grupos de aficionados que se empeñan en hacer teatro. Se trata de un circuito de ocio que merece la pena descubrir y apoyar
Una reserva también presente en muchos barrios de las ciudades, donde quedan grupos de aficionados que se empeñan en hacer teatro. Se trata de un circuito de ocio que merece la pena descubrir y apoyar
miércoles, 27 de agosto de 2014
Premio García Márquez, un atracón
Como colofón a su periplo colombiano, el viajero recibe un inesperado recado-propuesta-encargo: ser jurado de segunda ronda del premio García Márquez de periodismo. Tras moverse por Cartagena de Indias y algo por el país, luego de observar, de mirar, de escuchar, de intentar entender, de hacer amigos, le llega semejante honor. Es como el cierre perfecto, inesperado, a tres meses de aventura vital.
No puede decir que no porque en la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) lo han tratado muy bien. Ahí ha aprendido, ahí ha entendido. Así que no duda en decir que sí. Al mismo tiempo piensa que esa operación de evaluar los trabajos que se han presentado a tan alto premio le a va dar la oportunidad de leer lo que se escribe en el mundo de habla hispana, conocer lo que importa, ver qué se publica, qué interesa. En suma, comprobar en qué se ocupan los periodistas y escritores.
La FNPI es lo que se inventó García Márquez para fomentar el periodismo de calidad, un proyecto educativo internacional enfocado a la reflexión, los debates, la experimentación y la investigación. Tuvo el Nobel colombiano una preocupación y un sueño. La inquietud tenía que ver con la deriva que iba tomando el periodismo, alejado del rigor, de la comprobación, de la buena escritura, preocupados los medios solo por las prisas, por llegar primero, por la tecnología. Le dolía que el mejor oficio del mundo se estuviera desmoronando. Y la visión fue elegir a los mejores periodistas, los más vocacionales, los más prometedores, y prepararlos con la ayuda de maestros de prestigio. Es decir, soñó: ¿y si seleccionamos a un grupo pequeño de buenos periodistas jóvenes, los reunimos en un taller y los juntamos con un maestro reputado que les enseña lo que sabe? Esa fantasía se puso en marcha en 1995, hace casi veinte años, y por la Fundación han pasado ya cientos de periodistas y decenas de maestros. Los primeros son hoy la vanguardia del periodismo, hay incluso pulitzers, los segundos siguen siendo los más grandes. Los nombres de los que estamos hablando, mezclados, son el propio García Márquez, Tomas Eloy Martinez, Ryszard Kapuscinski, Jean Francois Fogel, Jon Lee Anderson, Alberto Salcedo, Cristian Alarcón, Carol Pires, Laia Guerriero, Juanita León, Patricia Nieto, Álvaro Sierra, Miguel Ángel Bastenier, Martin Caparrón, Alejandra Xanic von Bertrab, Juan Villoro, Marcela Turati, Silvana Paternostro.. por no hacer la lista más larga.
La fantasía de Gabo lleva dos décadas enseñando calidad, revelando nombres de impacto e impulsando redes entre los periodistas. Hoy la FNPI es un referente mundial en los estudios y la investigación sobre periodismo. Sus talleres, basados en la investigación, en la tertulia creativa, en la ética y en la buena narración, son deseados y buscados. Es el mejor master para un periodista iberoamericano, un excelente escaparate, la más grande experiencia. Pero el sueño se hizo realidad y creció. Hoy, además de los talleres, la FNPI organiza seminarios y encuentros, y tiene publicaciones, y convoca el premio García Márquez para elegir los mejores trabajos de cada año. El más importante galardón para incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación, la coherencia y la ética por parte de periodistas y medios que publiquen en las lenguas española y portuguesa en América y la península Ibérica
De manera que no es que no pueda negarse, es que es un honor contribuir a seleccionar los mejores trabajos, ayudar a decidir quien se lleva los treinta millones de pesos colombianos, como 15.000 dólares, y el prestigio que supone el galardón que lleva el nombre de Gabriel García Márquez. El viajero ha tenido la suerte de pasar tres meses completos en la sede de la FNPI, en la calle San Juan de Dios, en el centro de Cartagena de Indias. Le han prestado un despachito, han puesto a su disposición los archivos, su magnífica biblioteca de más de dos mil títulos de periodismo; han dejado que sea su sombra, que husmee lo que hacen, que acuda a algunas de sus reuniones, que asista a sus talleres. Le han abierto las puertas de par en par y lo han acogido.
Lo recibió con los brazos abiertos Jaime Abello Banfi, el director general, el alma de la FNPI, el jefe de la orquesta, el hombre que eligió Gabo para hacer posible su sueño. Jaime Abello tiene la Fundación, los talleres, los alumnos, los maestros y los aliados en la cabeza. Es parte de la historia. Vive entre Barranquilla, Cartagena y la sala de espera de los aeropuertos del mundo. Practica lo que dijo Gabo: "no basta con ser el mejor, sino que se sepa". Así que se encarga de que se sepa en todos los sitios del mundo, igual en la ONU que en Medellín, en Cartagena que en Paris, en México que en Madrid. Puede negociar un patrocinio para uno de los talleres o el premio, pensar en un nuevo maestro, atender una propuesta de colaboración con el Banco Mundial y al mismo tiempo interesarse por si el viajero esta cómodo. Y la 'cheveridad' de Jaime Abello se contagia a su segundo, Ricardo Corredor, que también viaja por el mundo, organiza, y se ocupa del invitado, y a todos los demás. Carlos, Cesar, Jesica, Paola, Natalia, Estefany, Teresita, Ana Teresa, Melisa, Delsy, el hermano del Nobel, Jaime, el otro Jaime, Yameli, Nilson, Alex: El equipo amable y eficaz. (Alguno de ellos en la foto)
Lo acogieron, se dejaron estudiar, soportaron que alguien fuera su sombra durante tres meses, contestaron a las preguntas, siempre cordiales... Cómo no iba a aceptar ser jurado del Premio García Márquez. No obstante el viajero tuvo un momento de vértigo, cuando supo que tendría que leer, no unos cien trabajos, como le dijeron en un principio, sino casi 140. Exactamente 139.
Y sí, se ha enterado de lo que se publica hoy, de las historias que se repiten, de los asuntos que importan. Ha leído trabajos sobresalientes, impresionantes. Los hay de gran nivel. Y los hay que son buenos como temática, o como investigación, o como literatura, u originales de enfoque, pero les falta alguna cualidad para llegar a la excelencia. Pero todos muestran lo que interesa, de lo que se habla: violencia, sobre todo violencia, en todas sus versiones: la de la calle, de las pandillas, de los narcotraficantes; la de la ciudad o la de las zonas rurales: pobreza, marginación, desplazados, emigración; violencia contra la mujer, o contra los niños, la prostitución. También se escribe sobre el cambio climático, explotaciones mineras, el mal reparto de la tierra; sobre personajes de la cultura, de la noche, de la ciencia. Entre todos los trabajos hay crónicas, reportajes, perfiles, entrevistas.
Todo se lo leyó el viajero. Primero a ratos, luego a tragos, después a toda prisa, ya que se cumplía el plazo. Hubo momentos de verdadero deleite, otros de sufrimiento y los hubo de mareo. Sobre todo las postulaciones de peor calidad, o las menos reporteadas, o en las que había excesiva literatura, es decir más preocupado el autor por el estilo que por el contenido, o las que resultaban innecesariamente largas.
Leyó en el Bellavista, en el despachito de FNPI, incluso durante algún taller. Continuó en Madrid y terminó en el Cuadrón, en el valle de Lozoya. Descubrió estilos, miradas originales, percepciones inesperadas, voces potentes, ecos sugerentes. Pero antes de terminar, el verdadero empujón lector lo dio en el ayuntamiento de Bogajo. No viene a cuento encontrar la razón por la que solo hay cobertura de red en la casa consistorial, pero lo cierto es que alguno de los mejores textos fueron leídos, casualidades, en el salón de plenos de un pequeño pueblo de Salamanca.
El periodismo y la literatura asociaron así a Bogajo con Cartagena de Indias. Una circunstancia accidental e imprevista, pero no la única. Existe un territorio mágico, Valjondo, en una novela inédita titulada Memoria de febrero, con indisimulables ecos de Macondo. Esa es otra historia, pero si al viajero alguien le hubieran dicho hace tiempo que estaría evaluando trabajos del premio García Márquez de periodismo en la sala de juntas donde ocurrieron algunos hechos que se describen en ese libro, justo encima de la cárcel donde se cuenta que vivió el protagonista, habría creído que era impensable. Pero el realismo mágico tiene esas providencias.
domingo, 17 de agosto de 2014
Insomnio
D.
tiene los ojos verdes, acuosos, el pelo cano enredado. Es una copia caribeña,
desmejorada, de Chico Buarque. Se le traban las palabras y gesticula con las
manos para ordenarlas, para que fluyan, pero no siempre lo consigue.
Por
su aspecto, anda entre príncipe y mendigo, aunque parezca más lo último. Parece
deambular por el Bellavista y es que vive ahí. Se le ve por el comedor, por los
patios, por los pasillos, sonriente y saludando. También se le encuentra por la
avenida Santander, pero no en la acera del mar, la de la playa, sino en la otra,
la de los estancos, los bares y los colmados enrejados.
Al
viajero se lo han presentado varias veces, diferentes huéspedes, y D. empieza a
pararse y conversar a pesar de su timidez. Antes saludaba con sus aparatosos
gestos de manos y brazos, como aspas de molino, siguiendo su camino. Porque es muy flaco y los
movimientos de las extremidades parece que lo van a llevar volando.
Los huéspedes del Bellavista cambian mucho, van y vienen. Responden a un canon
heterogéneo, que ni es turista ni gente de negocios exactamente, que pasan por
Cartagena por alguna otra razón que tiene que ver más con lo artístico, o lo
laboral. Aunque hay una categoría de fijos, de gente que tiene el Bellavista como
domicilio más o menos habitual. Gente que lleva años viviendo allí. En esa esta D.
Pero unos y otros, fijos y ambulantes, se miran, se saludan, se conocen, hacen
tertulia, y a veces coinciden en fiestas que surgen, organizadas o espontáneas.
Silvia mueve mucho, es una de esas relaciones públicas innatas, capaces de poner en
contacto a personalidades imposibles. Invitó al viajero a una barbacoa que
resultó que no era suya, sino del profesor francés. El viajero fue a comprar
unas cosas que hacían falta para las ensaladas y aportó lo que tenía a mano. Allí
fue donde habló más con D., mientras el francés no se entendía con la socióloga
a la hora de mantener el fuego, ni de colocar los pescados en el mismo, ni
alentar las brasas, la diseñadora de interiores fumaba, el marido de Silvia
miraba y un escritor tímido, amigo de D. callaba, sonreía y abría la botella de
aguardiente de Antioquía sin azúcar.
D.
había bebido antes, de manera que llevaba ventaja a todos, y seguía agitando los brazos, cada vez más,
para explicarse. Resultó ser profesor de latín y hermenéutica. Habló mucho de
su mamá y de su ex pareja. Las dos lo habían dejado unos cuantos meses atrás.
La primera se fue de este mundo, la segunda de su lado. Así que D. liquidó lo
que tenía en su apartamento, muebles y enseres, y se trasladó al Bellavista.
Entre los vapores del alcohol el viajero le oyó decir que tenía pena por su
mamá y por su pareja. A aquella la cuidó todos los últimos años de vida,
impedida. Al final se dejó morir, no tomó las medicinas, dice D. que porque no
quería ser carga. De su ex no tenia sino palabras de agradecimiento, es mucho
mérito lo que hizo, podía estar por ahí de rumba con gente de su edad, “y
prefirió quedarse conmigo y atender a mi mamá”. Agradecido se le veía, antes de
terminarse la botella de aguardiente.
Se
le ve a menudo en su deambular con una botella en la mano, accionando con los
brazos para decir algo. Otro día estaba el viajero en el patio, con su
ordenador, escribiendo una historia del Bellavista. Pasó D. y saludó con sus
largos brazos. Se paró a conversar, confiado. Volvió a hablar de su mamá, que decidió irse de la vida. De su ex también volvió a decir, pero ya no con más dolor. Encogiendo los hombros, accionado con sus brazos.
Acertó a decir que no dormía
bien, que había probado todos los métodos sin resultados. En realidad padecía insomnio desde que se fue su mamá y lo dejó
su ex pareja. Que se ayudaba con el alcohol para dormir pero que no lograba
dormir más que unas tres horas. Tras ese corto tiempo de descanso, de nuevo debía
buscar el alcohol. Eso es un círculo vicioso.
Comprende D. que tiene un
problema de adicción. Dice que está con el propósito de hacer algo para
desintoxicarse. Incluso pedir ayuda a un especialista.
sábado, 16 de agosto de 2014
Copago
En
urgencias del hospital de Bocagrande. Una ventanilla estrecha sirve igual para
administración, admisión, asociación, cobro y consulta. Tres mujeres jóvenes al
otro lado, enterradas en papeles, aturdidas por los teléfonos que no dejan de
sonar y los pacientes y visitantes, que no cesan de llegar. Una hace cobros,
otra, fotocopias, otra, atiende al público. Las tres desbordadas, asfixiadas,
ineficientes de tantos frentes al mismo tiempo. Porque además el teléfono no
para de sonar y se lo pasan unas a otras.
La
sala de espera, llena. Enfermos, familiares, reclamantes y acompañantes. Es un
nuevo hospital privado-público. El viajero ya estaba avisado, vaya por urgencias,
si no nunca lo van atender, le había dicho la dueña del Bellavista. Hay dos
hombres de piel oscura, junto a una de las tres chicas aturdidas. Quieren saber de su familiar
pero también desean ver la posibilidad de llevárselo. No obtienen respuesta
satisfactoria. Por un lado, aún no hay diagnóstico, ya que deben hacerle más
pruebas. Pero antes deben reunir 200.000 pesos. Ellos no tienen ese dinero,
entonces no se pueden hacer las pruebas. Y los hombres dicen que prefieren
llevárselo porque cada día que pasa sube la deuda. Sin embargo quien decide
cuando se va el enfermo es el médico. Y mientras no se hagan esas pruebas que
faltan no dejará que se vaya. Círculo vicioso. Perverso. Los hombres se miran
desesperados.
Hay
una mujer joven. Está con sus padres enfadados. Cada uno de los dos hace una
reclamación, contradictoria, y no avanzan, así que se pelean entre ellos y
reprochan al otro que no se entera. La señorita de la ventanilla agradece la
bronca conyugal, se evita la suya. Lo que dice el hospital, sus normas, es que deben
pagar el 10 por 100 de los servicios prestados. La chica cuyos progenitores no
se entienden y parece que tienen instaladas las disputas en sus
personalidades, es decir que no se aguantan, se defiende diciendo que tiene la
categoría plus en su seguro y que no le toca pagar nada. El padre afirma al
respecto una cosa y su madre la contraria. En la discusión a banda múltiple se
une otra mujer, tiene a su marido mareado, febril, con los ojos perdidos, lleva
más de una hora esperando y nadie los atiende. La auxiliar recepcionista para
todo explica que tienen demora, y al tiempo mueve papeles que se le caen. Al
tiempo dice a la pareja que se tranquilicen, y a la hija que han entrado por
urgencias, y que esa es la razón de tener que pagar el 10 por ciento y a los dos
hombres que lo primero es reunir los 200.000. Y al viajero le pide el pasaporte.
La
chica de los padres que no se aguantan habla por teléfono con su compañía. De
la conversación se colige que le dicen que es mejor que pague y luego reclamar.
Así que decide pagar, para que termine esta pesadilla, dice. El padre está de
acuerdo con la decisión. La madre, no. Se abre la puerta de urgencias de pronto
y entra el tipo de seguridad que ha preguntado antes al viajero donde iba. Tras
él, una camilla, encima de ella una señora visiblemente enferma, diferentes
cables la tienen conectada a otros tantos elementos que la mantienen
penosamente en la vida. Paso, paso. Y los enfermeros conducen a la señora con
los goteros la dirigen a un ascensor. Pasado el instante del revuelo se acercan a la
ventanilla la mujer del marido mareado, los hombres del familiar de las
pruebas, la pareja que no se soporta, una madre que espera con el hijo en
brazos, alguien que necesita un justificante de pago, una anciana que necesita
atención…
La
ventanilla de nuevo se colapsa y las tres chicas que la sirven se aturden. En
su intento de echarse una mano se atropellan y no resuelven. Es como si lo
complicaran más. Las instalaciones son nuevas. Una madre llega asustada, en un
taxi, con su hijo. Se ha caído. Espere, por favor. Se abre la puerta tras el
tipo de seguridad, otra camilla con gotero, que pase. Las tres empleadas
cambian papeles de sitio, triplican tareas, contestan al teléfono. Parecen
desbordadas, la cola no disminuye, la sala de espera no se vacía, el teléfono
no deja de sonar. Los hombres tristes, la familia mal avenida, la mujer con el
marido mareado, el viajero, la madre del hijo roto.
Cuando
pasa hora y media, una médica joven recibe al viajero. Tiene apuntado que se
llama Miguel Bravo. Su madre lo agradecería.
lunes, 11 de agosto de 2014
Club Europa
Un
taxi hasta la India Catalina, 5.300 pesos, lo que se supone que marca al tarifa
mínima aunque eso depende siempre de la voluntad y picardía del taxista.
El viaje entre Marbella y esa plaza donde pasa buena parte del caos de los autobuses
urbanos de Cartagena de Indias dura dos minutos. Tras pagar, sólo cruzar la calle, sortear el
tráfico, ignorar los olores agrios mitad a mierda de caballo mitad a aguas
estancadas, entrar en la Avenida Daniel Lemaitre y llegar a la altura de las
luces rojas de algo que se llama Club Europa. Discretamente se anuncia como club de billar y también
disco bar. El tipo de la puerta da la mano, que estrecha, y luego cachea.
Permíteme revisar. Pasa sus manos por los costados, los baja por el exterior, muslos, rodillas y tobillos y regresa por el interior hasta la entrepierna.
Adelante.
Fue
en el patio del Bellavista donde el francés preguntó al viajero si jugaba al
billar. Dijo que sí sin dudar y el primero informó que conocía un sitio. Así se
pusieron a buscar un día para quedar y echar unas partidas. El francés es profesor
de su lengua materna en una universidad de Cartagena y también vive en el hotel
de Marbella. Es agradable, educado, tímido y, por lo que se pudo observar en la
barbacoa de pescado que organizó, meticuloso.
Lo único, avisó, que se trata de un burdel. Bueno, estaban hablando de
billar, no importaba donde se encontrara la mesa. Además, todo son
oportunidades de conocer el país real.
Así
que un largo pasillo introduce a los recién cacheados hasta el fondo incierto del
local. Una barra oscura con espejos, cortinajes pesados que probablemente
comunican con rincones aún más oscuros.
Junto
a la barra unos taburetes están ocupados por los culos apretaros de una media
docena de señoritas que miran sin mucho interés a los recién llegados, atareadas con las pantallas de sus celulares inteligentes. Cruzan francés y viajero el salón oscuro y por la rendija de otras cortinas pesadas, puede que
aterciopeladas, acceden a un salón más amplio y apenas un poco más iluminado.
Seis mesas de billar americano bien alineadas, una de ellas ocupada por dos
jugadores, y un mesero que se acerca con la mano extendida, que choca y que
explica las condiciones. Pueden invitar a las chicas a beber, o se pueden ir
con ellas a un reservado. Las partidas de billar son gratis. Las cervezas,
colombiana, nacional, 7.000 pesos. De momento dos cervezas nacionales. Las
paredes en sus cuatro lados tienen colgadas pantallas de plasma como cuadros,
en todas salen imágenes de las películas porno que están emitiendo. Explícitas y mudas.
Choca de nuevo la mano el camarero, o lo que sea, y se va. Y sólo tras desaparecer viene otro
que también da la mano con mucho protocolo y pregunta qué han pedido. Y repite
lo de las chicas. El francés pregunta al viajero que si quiere invitar a alguna
chica. El viajero responde que no, que al billar. Pregunta a su vez al
francés pero no entiende bien su respuesta: entre que de momento no o no todavía. Y
aun llega otro tipo que parece mandar más, que da la mano con más protocolo y
pregunta si todo bien.
El
francés es seguro en el juego, no arriesga nada, se concentra en ir acercando
las bolas a los agujeros. El viajero intenta carambolas poco posibles y tiene
algún acierto sonoro, pero se dan más rebotes errados que mandan las bolas lejos. La táctica
conservadora, a pasitos, del francés, gana.
Durante la segunda partida entran en el salón siete tipos con cierto estruendo. Tocan
las mesas, rien, se agarran la entrepierna, señalan las imágenes de las
paredes. Y preguntan al francés, rodeándolo. Son marines americanos, han
llegado a Cartagena y andan conociendo la ciudad. Tras ellos las mujeres de la barra
trasladan sus culos apretados a otros taburetes situados junto a las mesas de
billar. El francés pide una segunda cerveza y el viajero otra.
El
tipo que parece mandar más vuelve a dar la mano, a preguntar si todo está bien
y a hacer una advertencia: el precio de la cerveza ha subido, cuando vayan a
pagar digan que acordaron con William, que les atendió William, que soy yo. Y
choca la mano de nuevo.
El
francés sigue pasito a pasito acercando sus bolas, no perdona una
penalización, y no se corta para cobrársela colocando con la mano la
bola blanca enfrente de la que le toca colar, a dos centímetros del agujero. Gana.
Las sirenas olvidan por unos instantes las pantallas táctiles y se interesan por los marines. El francés sigue ganado.
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