Ganó
Colombia y las calles de Cartagena se inundaron de amarillo. Los taxis ya son
de ese color, pero además sus conductores se han puesto la camiseta amarilla y
prendido sus banderas en los retrovisores, así que se forman caravanas que
enloquecen a la ciudad con el pitido de los claxon. El limpiabotas, las
dependientas de la farmacia, el repartidor de helados artesanos, los meseros de
los bares y las camareras del restaurante, las empleadas de la zapatería, el
conductor del coche de caballos, la recepcionista del hotel, el manco del
parque Bolívar, los limpiabotas, todos tienen puesta su camiseta amarilla y no
se la piensan cambiar.
El
viajero ha visto los dos partidos de Colombia en compañía de colombianos y ha
comprobado que son las mujeres las más apasionadas. El primero fue en casa de
un profesor, con su mujer y sus dos hijos. Ella no podía quedarse quieta en la
silla, cada vez que un amarillo miraba a la portería contraria, aunque fuera en
el centro del campo, se ponía de pie, incapaz de sujetarse, vamos, vamos. Si era
el griego el que miraba de reojo desde esa misma distancia, gritaba peligro
como si llegara un incendio. Y cuando marcaba el gol abrazo a su hijo, a su
hija, a su marido, al viajero, a la persona que trabaja en la casa, al señor que
llegaba pedir una ayuda y que pasaba por la calle.
El
partido de Colombia con Costa de Marfil lo vio el viajero en una oficina que
quedó paralizada. La mitad del staff subió a verlo al despacho del director,
que estaba de viaje. Otro tercio, inferior en el escalafón, lo vio en una plataforma
de internet que pudo tomar la señal en el salón más amplio. El tercio restante,
la telefonista, el chico de los recados, la chica de administración y la encargada
de la cafetería y el mantenimiento lo vieron, todos con la camiseta amarilla puesta,
en la cocina de la empresa. El viajero prefirió este grupo. La señora que
atiende con agua fresquita y un cafesito, un tinto, en los ratos de calor bajo
el aire acondicionado salta tanto como la madre de familia del día de Grecia.
No puede permanecer quieta y grita, anima, salta y se va de la cocina porque no
soporta los nervios.
Cada
vez que marca Colombia un gol los gritos se oyen en todo el edificio antiguo,
se abrazan. Y ha pasado en los dos partidos, quieren como abrazar al viajero,
pero algo, será el viajero, los cohíbe y se paran para volver a los abrazos
patrios.
Fuera,
tras ganar Colombia los dos partidos, la locura amarilla. Es de suponer que si
sigue avanzando en la clasificación la marea no pueda parar.
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