La
tarde del lunes, 23 de junio, fiesta de Corpus porque en Colombia se tiende a
llevar los festivos al lunes, la plaza de San Diego en Cartagena de Indias
cambió de ambiente de manera brusca. Habitualmente está llena de artesanos en
su centro, de tiendas en un lateral, de restaurantes en el otro, y en los dos
que quedan, en uno Bellas Artes, cerrado y oscuro a esa hora, aunque el dia anterior, sábado, se abrió para una boda, como una iglesia de la ciudad de las bodas, y el exclusivo
Hotel Santa Clara, el antiguo convento transformado en establecimiento de lujo.
Un aire bohemio producido por los artistas, los estudiantes y los turistas, un
lugar tranquilo y seguro donde algunos viajeros encuentran una cara menos de
postal, aunque no deje de serlo.
Pero
esa tarde, o sea hoy, se revolucionó: una caravana de coches la tomó como al asalto y la
ocuparon. Muchos de la policía, otros de alta gama con los cristales tintados,
alguno camuflado. Y una nube de hombres de seguridad, uniformados, de traje
oscuro y pinganillo en la oreja, y camuflados y de seguridad privada. Revisaron
asientos, calles, bancos de madera, flora y fauna, nativa y extranjera. Sin
explicaciones, por seguridad, decían. La razón era que llegaba el presidente
recién reelecto, Juan Manuel Santos al hotel Santa Clara. Se supo porque lo vieron entrar y así se explicaron curiosos y comerciantes el alarde que cambió la atmósfera de la tranquila plaza.
No
hace falta preguntar a la señora de la tienda de regalos de una de las esquinas
por quien votó en las recienetes elecciones, si por Santos o por Zuluaga, a tenor de la inquina con que habla
de presidente, de la que se ha montado en la plaza. Por qué no viene como un
cliente más, se pregunta. Y añade que se arma tanto revuelo por toda la
parafernalia de la seguridad que montan.
Pero
la seguridad no descansa. Mientras la plaza de San Diego sigue impresionada por
la cantidad de coches ajenos que la pueblan, mientras la tendera critica,
mientras los artesanos siguen con sus creaciones como si nada, mientras los
curiosos preguntan qué pasa, dos personas están en pleno trabajo. Son dos hombres
de apariencia dura, metódicos, meticulosos. Uno sujeta del collar a un perro que
huele todo lo que entraña algún peligro y el otro porta un aparato que
incorpora un espejo en su extremo que pasa por debajo de los coches aparcados. De todo lo que ha podido oler en la plaza el
can se concentra en una furgoneta Nissan tipo Pick Up. No quiere salir de allí,
así que su cuidador le abre las puertas y habla con alguien por el pinganillo. El
vehículo donde insiste el perro es de la policía.
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