lunes, 7 de julio de 2014

A Bazurto sin sacar el celular


El viajero llegó el día antes de que lo cerraran para limpiarlo, asi que se lo encontró en su ser. Antes de ir había recibido todo tipo de recomendaciones: ni se te ocurra ir allí, no vayas sin compañía, no vas a encontrar más que suciedad, con lo bonito que es Cartagena cómo es que quieres ir ahí. Si te empeñas, dos recomendaciones, ve sin reloj, sin celular, sin dinero. Y desde luego no se te ocurra sacar el celular.
Como en muchos otros casos de este tiempo colombiano el viajero fue, entró, paseó, miró y no encontró ninguna violencia, ningún peligro, ningún rechazo. Sera que anda con suerte. El mercado de Bazurto es inmenso, se asienta en el medio de una gran avenida y al lado de una ciénaga. Antes había ahí un puente elevado y ahora es una inabarcable ciudad verdadera, fuera de la ciudad escaparate de Cartagena de Indias. Es más que un barrio grande, es una concentración comercial con sus leyes internas aunque quien pasee por sus entrañas, por entre su suciedad y sus olores fuertes no las entienda.  Es una concentración comercial que hace 34 años estaba dentro de las murallas, en el barrio de Getsemani y lo alejaron hasta donde está hoy. Y parece que lo alejarán más.
Dice el Heraldo que el traslado de los 2.500 vendedores del antiguo mercado a Bazurto comenzó a las siete de la mañana del 22 de enero de 1978. Que fueron trasladados en camiones de la Base Naval los víveres, los abarrotes, y los muebles de cerca de mil comerciantes. Y a la semana siguiente los enseres del resto. Donde estaba entonces el mercado hoy es el lujosos y espectacular Centro de Convenciones de Cartagena. Hoy los vecinos del barrio donde está el mercado de Bazurto se quejan mucho del impacto negativo en seguridad y salubridad que ha tenido para sus vidas el crecimiento desordenado del mercado.
Así que lo trasladan de nuevo. Las ciudades alejan sus miserias para que no se vean. Usualmente no ponen remedio, ni hacen planes serios de desarrollo. Se limitan a trasladar los problemas más lejos. Otra modalidad es echar a la gente, de sus locales o de sus casas, y eso no es exclusivo de Cartagena. En su lugar florece un centro de convenciones, un hotel o unos apartamentos que a alguien dejan un pingüe beneficio.
El mismo taxista que llevó al  viajero iba opinando en ese sentido, a ver si quitan eso de ahí, atrancan el transito, no se puede pasar, está sucio. Ahí no va nadie. Pero en lugar de abogar por un ordenamiento, una limpieza, lo que propone es eliminar el problema quitándolo de la vista. Y no es cierto que a Bazurto no vaya nadie. Era un continuo ir y venir caótico de gente comprando y vendiendo, sobre todo lo primero.
Todo el mundo vende algo en ese caos con leyes internas que no se conciben desde fuera. Pero si uno se fija, aunque no entienda y no perciba lógica alguna, hay sectores, el del calzado, el del vestido, el de la alimentación, el del pescado, el de la carne, el de las hortalizas, el de las frutas, el de la electricidad, el de la droguería, el de carga y descarga, el del sonido, el de las comidas y restauración. Claro que luego hay líneas de actividad que se cruzan y desdicen toda lógica, cuando está  el taller del sastre entre una mujer que cocina y otra que vende fruta. Taller es mucho decir, en realidad es el espacio que ocupa su máquina de coser. Quien no tiene espacio el alguien que mira lo que otros han comprado y le ofrece una bolsa de plástico. Ese es su paupérrimo negocio. El colmo de ese rastro caluroso y oliente caribeño es un destartalado cuarto con máquinas tragaperras  a pleno rendimiento.
Capítulo aparte, junto al caos y la inmensa superficie ocupada, son las condiciones higiénicas y de salubridad. En el corazón del mercado, al lado de la ciénaga, donde se concentran los comestibles, crudos o cocinados es donde se produce una suerte de carnaval de los sentidos. El que sale más tocado de la prueba es el del olfato. Los otros se administran más o bien. El de la vista se regala con los contrastes, con las figuras inesperadas, con los colores que explotan en la oscuridad de los cuchitriles. El del oído acaba algo atormentado por las músicas estridentes, pero le da tiempo a distinguir las voces de los vendedores, sus ofrecimientos amables, a la orden. El del gusto no se atreve sino con una botella de agua helada que hidrate su cuerpo sudado. El del tacto se limita a barruntar las superficies que ya le traduce la vista.
Imposible identificar los olores tan intensos que florecen en la zona de comestibles, fatalmente coincidente con espacios permanentes de aguas estancadas. La fragancia del pescado expuesto es potente y no parece en las mejores condiciones de conservación. Los cortes que hacen a la carne y los desperdicios que ésta genera, en una ambiente tan húmedo y caluroso, también contribuyen a la ceremonia de la confusión de aromas, de modo que el viajero, en su baño de conocimiento de la otra Cartagena, seguramente de la Cartagena de verdad, sale algo mareado. Sin ser capaz de distinguir si los hedores provienen de los peces en venta, del tasajo machacado, de algunas especias desconocidas, de los quesos demasiados expuestos o de las condiciones de higiene del lugar. El caso es que decidió que tenía bastante y buscó la salida hacia las zonas textiles, menos enemigas de su pituitaria.

Solo que no fue fácil escapar en tal caos. Cada salida lo llevaba, una y otra vez, a pasillos estrechos que parecía los mismos  y sin embargo eran diferentes. O no. El mareo producido por tanta mezcla de esencias no ayudaba a su sentido de la orientación. Por un momento dio la razón a quienes describen  Bazurto como un territorio desorganizado, caótico, sucio, agobiante e inseguro. Pero siempre se sale con sólo mantener la calma. Y él salió chorreando sudor pero no por el peligro sino por el sofoco. Y efectivamente no sacó el celular en todo momento ni tampoco la cámara fotográfica. Evidentemente tampoco supo lo que tardó en salir porque no llevaba reloj.
Todo ese caos a veces fétido, en ocasiones pestilente, siempre ruidoso va a ser cerrado los días 8 y 9 de julio para ser limpiado. El siguiente paso es alejarlo. Pero los vendedores dicen que no piensan moverse: “no nos vamos a mover si no nos resuelven la situación, cuando cada quien sepa para donde va”.

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