El
viajero había oído decir a una pareja de chilenos que por San Javier existía
una escalera mecánica, muy empinada, que permitía ver Medellín desde lo alto.
Eso era todo. Así que tomó el metro en Estadio y quiso asegurarse con una
información más certera. Vaya hasta allí y allí le informan, le dijo el guardia.
A ver, le pregunto a usted para evitar ir hasta allí. Allí le informan. Diálogo
de sordos. Así que fue hasta allí. Salió del metro y el guarda de allí le dijo
que el metro cable estaba en revisión, o sea fuera de servicio. Así que mejor
dar la vuelta, pero como ya había salido del metro y no lo esperaba nadie, pues
decidió merodear.
¿Y
no había por aquí una escalera mecánica? Se referirá a una escala. Pues eso.
Tiene que tomar un bus azul que lo lleva. Así que tomó el bus azul y ahí le
entró cierta paranoia, un conato de inquietud, en forma de preguntas para sí mismo.
Solo en un extremo de Medellín, la del cártel, en un autobús destartalado que
tomaba las curvas como si fuera Fernando Alonso, con dos pelaos que lo miran
desconfiados y una señora que intenta arreglarse la chancla con las llaves de
la casa. No se preocupe que yo le indico, dijo la mujer sin dejar de manipular la
zapatilla. Y tras veinte minutos sorteando motos que bajaban tan descontroladas
como ascendía el autobús: suba esa calle y al final está la escala. Al principio el viajero anda mirando a los lados, sin
atreverse a disparar la cámara, sintiéndose mirado.
La
escala está cortando de arriba abajo el barrio Independencia 1, en la Comuna
13. Lleva construida cuatro años y ha cambiado la vida al barrio. Antes los
viejos no salían de las casas, no había entre estas sino un pasillo por el que
solo cabía una moto, los peldaños ni siquiera eran de concreto, se llenaban de
barro si llovía. Ahora está todo limpio y es seguro, dice Leidy. Se llama así
porque fue el nombre que su madre leyó en una novela que le gustó mucho, así
que se lo puso, y trabaja como gestor pedagógico, es decir, auxiliar operativo
del sistema Escaleras eléctricas comuna 13, “un referente del urbanismo social,
de carácter público y gratuito”, como reza el folleto de la alcaldía de
Medellín.
Leidy
acompaña un tramo al viajero y le va explicando que tardaron dos años en
construir las escaleras y pasaron otros dos años enseñando a la gente a
usarlas, haciendo funciones para los niños, con juegos para que se dieran
cuenta de que no eran para jugar. Trabaja en las escalas de lunes a viernes y
el sábado estudia Recursos Humanos, una tecnología tras terminar el
bachillerato. Le muestra el dibujo de un tucán, que ha pintado otro auxiliar
que además es grafitero y firma como Chota. O el mural de los enamorados.
Porque cada recodo, cada descanso de los seis tramos que conforman la
construcción empinada, tiene una actuación artística que casa con los muros de
las casas pintadas de colores vivos, construidas unas sobre otras en la ladera
del cerro, en un equilibrio imposible.
Asegura
Leidy que antes había mucha violencia en el barrio, peleas y balaceras. Entre
bandas. Mucha violencia, dice pensativa. Pero ninguna como la que ella misma
vivió en octubre de 2002, cuando tenía 15 años, la Operación Orión. Y le cuenta al viajero que antes de
eso el barrio había sido invadido por la guerrilla, ella misma tuvo que cambiar
de colegio, se llevaron a un primo del que no han vuelto a saber, que andaban
con sus botas y sus correajes mandando en la Comuna 13. Y entonces llegó el
ejército con tanquetas y fusiles y cañones, y durante tres días seguidos, dia y noche,
bombardearon el barrio, casa a casa. Ella se escondía con su hermano debajo de
las camas, cada rato sonando balas y cañonazos. Un primo suyo murió de una bala
perdida, a otro lo detuvieron y se lo llevaron y nada tenía que ver con las
FARC. No salíamos de casa, todo el rato sonando tiros. Ilustra que hay videos y
fotos de eso en youtube.
La
Operación Orión acabó con la guerrilla en Comuna 13, se quedó el ejército un
tiempo y luego cuando se fue entraron los paramilitares. Esto no lo cuenta
Leidy, lo dicen amigos periodistas de Medellín, quienes afirman que no es tan
seguro el barrio y que el paseo por él fue una temeridad. Según ellos allí siguen
las pandillas, la oscura historia de las mafias, las familias enfrentadas por
mantener el poder. Dicen que habría hasta treinta pandillas censadas que viven
en una frágil tregua que podría romperse en cualquier momento a pesar de las
escaleras y la inversión hecha en zona tan marginal y violenta.
Así
que el viajero, inocentemente, sin saber
nada de la dura historia del barrio fue disparando su pequeña cámara de fotos. Tras dejar atrás las escalas pasea por la Comuna
13, caminaba despreocupado, alucinado con cada rincón, con cada encuadre, con cada esquina. Tomando imágenes sin parar de esas construcciones tan expuestas, tan livianas, tan coloristas, tan
vulnerables asomadas al aire, sin otra sujeción que otra casa debajo o encima,
con idéntica fragilidad y vulnerabilidad. Por lo que supo después, y tras
recordar las miradas silenciosas detrás de las puertas, puede que la presencia
de la gestora pedagógica fuera una suerte de escudo. Leidy como ángel de la
guarda.
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