Fue
en el viaje a Medellin. Los pasajeros ya acomodados en sus asientos, los
cinturones abrochados. Y sin previo aviso una azafata se puso a abrir todos los
compartimentos de las maletas de mano. Tras ella un policía iba revisando y
preguntando de quien era cada maleta, cada mochila, cada bulto sospechoso o no. Parece
que alguien entró por la puerta de atrás de avión y salió por la de adelante.
De manera que pudo dejar alguna cosa en algún sitio.
El
policía suda literalmente la gota gorda por el cuello de su uniforme. Una a una:
esta maleta de quien es. Y esta, ¿y esto? ¿El bolso de quién? Suda el
funcionario porque mueve cada maleta, la levanta, la saca y la vuelve a poner
en su sitio. Claro, no tiene mucho cuidado y de alguna se caen cosas. Una mochila deja
una lluvia de pilas
El
tipo del asiento de al lado tiene aspecto de sicario o como mínimo de guardaespaldas.
El hecho de que el viaje sea a Medellín, la de cártel, y los avisos que ha
recibido el viajero, desbordan una cierta paranoia. Zapatilas verdes con listas
amarillas, cantosas, vaqueros, camiseta, tripa, brazos musculosos, tatuados y
quemados a la altura de los codos. Un accidente o una tortura o una señal. Corte de pelo a medio
camino entre el lolaylo y matón. Peinado hacia atrás, flequillo corto, patilla
ajustada a la linea superior de las orejas, largo el resto, hasta el cuello.
Nariz aplastada. Tópica imagen, antiguo boxeador, actual gánster.
Traía
un balón en la mano que le han requisado. La azafata ha intentado sacar el aire
de la pelota, pero como no ha podido lo lleva a la bodega por si acaso. Dice al
matón que lo reclame al llegar a Medellín. Él asiente sin decir nada, en apariencia contrariado.
Y
el policía se tira al piso, gateando, mira debajo de los asientos. Sigue
sudando, ahora a chorros. De pronto empieza a caer agua de arriba. De quien
esto. Todo el compartimento empapado. Se ha roto algo y empapa a los pasajeros
de debajo. “Algo se ha regado”. El dueño de la mochila empalada dice que es
agua, pero la mujer elegante que ha resultado calada no lo cree del todo y se
huele con aprensión.
El
viajero sigue pensando, y el vecino de asiento le parece ahora que puede ser un sicario o quizás
un cantante de rock. Ha observado que
tiene la cara fiera y las uñas esmaltadas. ¿Puede tener esa manicura
alguien que mata?
Falsa
alarma. El policía lleno de sudor desaparece. El avión recorre la pista, toma
impulso y despega.
El
vecino que parece matón pregunta al viajero, que tiene asiento de ventanilla,
si por favor le importa hacer una foto. “Para que vea mi hijo lo que se ve
desde el aire”. Y pasa al viajero su pequeña y ya antigua cámara digital. Éste dispara al aire.
El
balón que requisó la azafata también era para su hijo. Y se le enciende al tipo, en una
sonrisa apocada, la cara de malo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario