La
cita era en un salón del tercer piso del hotel Almirante, en Boca Grande, Cartagena de Indias. Dos docenas de periodistas estaban dispuestos a ver, oír y
ser discretos con lo que allí se dijera sobre lo que está pasando en La Habana
entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC. Quienes comparecían
eran expertos, asesores y negociadores del Alto Comisionado para el proceso de
paz. De qué se habla, quién habla, qué se ha avanzado, que se espera que pase o
qué consecuencias tendrá lo que pase. Eran las preguntas que flotaban en el
ambiente.
Organizaba
la Fundación García Márquez para Nuevo Periodismo Iberoamericano en su apuesta
por el periodismo de calidad, por la ética y por el compromiso con los procesos
democráticos. A su director general, Jaime
Abello, le gusta decir que lo que hace la FNPI es crear espacios, y
efectivamente ese seminario taller era un espacio donde se iba a hablar de algo
tan periodístico como lo que está pasando en Cuba en una mesa donde se sienta
un grupo guerrillero que sigue en armas y el gobierno que lo combate porque se
está hablando sin que haya un cese del fuego. De algo tan sabroso como los
pormenores de una negociación dura y lenta, la cocina de unos encuentros
delicados.
Dado
el interés se dispusieron algunas reglas, ya que siendo asunto tan delicado
convenía tratarlo con esa misma delicadeza. Lo que en salón se dijera tendría
una consideración de off de record. Se adquiría el compromiso de que los
nombres, y sobre todos las declaraciones, no serían utilizados. Así que no lo
serán en esta crónica posttátil, que mantendrá la discreción, pero contará lo
que supo de La Habana y de quien se reúne allí.
Los
periodistas aceptaron ser discretos pero se mostraban expectantes. Los
expertos y negociadores fueron también discretos pero se revelaron ilusionados
por conseguir la paz: querían transmitir que se trataban de un momento muy importante
y muy especial. Parecieron gente tranquila acostumbrada a evaluar cada detalle, cada
palabra. Han tenido que medir con regla y cartabón desde la ubicación de la
mesa de negociación hasta los horarios, los turnos de cada parte, los
protocolos, las palabras que se ponen en cada comunicado, los nombres de los observadores,
la manera de sentarse, las formas de entrar cada mañana, el número de
intervinientes. Ellos participaron desde el inicio en la mesa
de negociación, y ahí está el acuerdo del que partieron.
En
el curso del seminario quedó descrito el escenario habanero: un salón discreto,
una mesa, cinco miembros de cada lado, plenipotenciarios, y los observadores,
en silencio, dos cubanos y dos noruegos; quienes son los jefes, quien corre con
los gastos y sobre todo el exquisito cuidado que se tiene en cada palabra, en
cada gesto. Los jefes de las delegaciones son Humberto de la Calle, por
parte del Gobierno colombiano, e Iván Marques, por parte de las FARC. Junto a
ellos, el alto comisario Sergio Jaramillo, Frank Peal y los generales Oscar
Naranjo y Jorge Mora. Por los guerrilleros, conocidos por sus alias, Ricardo Tellez, Pablo Catatumbo,
Marcos Calerca, Andrés Paris y Jesús Santrich. Quienes pagan la estancia, la manutención
y la casa del Laguito, son Cuba y Noruega.
Los
nombres y algunos hechos son sabidos, pero el relato de esas relaciones
diarias, cotidianas, es apetitoso desde el punto de vista periodístico: cómo se
tratan, cómo se miran, cómo se aguantan. Lo que transmitieron negociadores, asesores
y comunicadores era un cierto aire de normalidad diplomática, si bien el
estiramiento de los primeros tiempos había dado pasado a un aire, si no de
cordialidad, sí de alguna afabilidad. Aunque insistían en que se trata de un momento
histórico, una ocasión única. Y eso había que explicarlo bien.
Es
verdad que la nación anda polarizada, habiendo como hay partidarios y
detractores acérrimos al dialogo con la guerrilla sin que haya un cese del
fuego. Por eso es tan complejo y todos quieren saber qué se cuece exactamente
en la Habana. La población recibe mensajes contradictorios, mezclados e
intercambiables: guerrilla, narcotráfico, violencia, paramilitares es cóctel
explosivo. Y ahí hay derivan de asuntos tan candentes como la reconciliación o las
biografías estigmatizadas De manera que unos están ilusionados por construir la
paz y otros creen que se les está entregando el país a la guerrilla.
Por
eso a los dos lados de la mesa van con pies de plomo avanzando, negociando coma
a coma. Primero hubo conversaciones exploratorias y confidenciales, luego ya
sesiones de trabajo reservadas. Ambos bandos quieren una paz estable y
duradera, ese es el punto de partida. Y los periodistas del taller entendieron
que debían hacer más que nunca periodismo para que no quepa la especulación, ni
la información sesgada o interesada. Ya hubo muchos otros intentos de paz y
todos fracasaron.
Desde
el discurso de Oslo, en octubre de 2012, se acordaron seis puntos. Se ha llegado
a tres, ahora están con el cuarto, el de las víctimas, uno de los más delicados.
El comunicado conjunto número 39, del 17 de julio último, rezaba en su primera
línea: “Criterios de elección: Equilibrio, pluralismo y sindéresis”. De lo
último dice la RAE: “Discreción, capacidad
natural para juzgar rectamente”.
Como se ve, no es que
se la cojan con papel de fumar, es que hacen ejercicios malabares con el lenguaje
porque ambas partes buscan que no se joda lo hecho hasta hoy, que lleguen a buen
puerto todos los intentos, todos los acercamientos. Aún quedan los elenos, los del ELN, con
quien también ha empezado el gobierno conversaciones exploratorias. Pero esa es
otra historia.
El
taller del hotel de Cartagena de Indias enseñó, con toda la confidencialidad, que a los periodistas les incumbía leer entre líneas, comparar los textos, atisbar
posturas, observar tendencias y variantes; no suponer, no especular: sólo interpretar
a la luz de los hechos y los datos. O sea, periodismo. Con sindéresis, pues también.
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