viernes, 25 de julio de 2014

Periodismo de base


El maestro anuncia que no quiere contar batallitas pero no puede evitarlo, tiene mucha experiencia y muchas historias. Comunica con palabras gruesas, en ocasiones calificadoras de un pueblo, de una nación, de un género, de una raza. No pretende ofender, pero su castellano viejo le sale como disparos, como pedradas. Los talleristas no se asustan, vienen avisados. Incluso alguno llega a decir que no es tan fiero como se lo habían pintado. Así que sonríen, celebran algún chiste y se miran con gestos de complicidad. Es en las pausas y en el hotel donde comentan los detalles.
El taller de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano se titula ‘Cómo se escribe un periódico impreso o digital’ y se celebra en una cómoda y acondicionada mansión del barrio del Cabrero, en Cartagena de Indias, fuera de la murallas, junto al mar. El que enseña es Miguel Ángel Bastenier, como cada año casi de manera ininterrumpida, y quienes aprenden en esta edición son periodistas de Argentina, México, Venezuela, Colombia, Nicaragua, Perú, Ecuador y Chile. Se trata de uno de los talleres más esperados, buscados y seguidos de la FNPI, esa fábrica de periodismo de calidad que busca la buena narración y el compromiso ético.
Lo que enseña Bastenier es periodismo de base y los periodistas crecerás a partir de este curso. Habrá cientos de cursos y miles de talleristas, pero si hay uno por el que empezar en la fundación es éste.
En lo que dice el maestro, en sus comentarios de sal gorda, incluso entre sus aseveraciones discutibles, hay mucha sabiduría periodística: concretas maneras de hacer, qué expresiones no usar en un texto, qué rigor, qué no puede aceptar nunca un periodista, qué verbos debe utilizar, qué adjetivos. “En el periodismo no hay sinónimos, hay una palabra para cada cosa”, dice. A veces hay que buscar con lupa, escuchar entre su cháchara, tamizar. El periodista veterano hace sentencias entre lecciones, junta soluciones estilísticas con ironías, trae a cuento amistades propias, da rodeos o se acuerda de chascarrillos. Asevera cosas que dejan sorprendidos a los alumnos. “A veces da miedo el castellano, de la potencia que tiene”, afirma de pronto. Y en expresión tan aparatosa, debajo de ella, lo que quiere reflejar es su gusto por el castellano bien usado. O cuando en un ejercicio práctico alguien escribe, “Las autoridades presumen que le grupo terrorista es el autor…”, salta: “presumen es un verbo agilipollado”. Y aporta otro verbo más apropiado: Temen, sospechan, apuntan.
Corrige cada texto sentado en una silla al extremo de la mesa en forma de U, aguantándose las ganas de fumar. Es rápido en ver fallos, en detectar incorrecciones gramaticales, en descubrir  carencias. Lo da la experiencia, el haber repasado miles de textos en talleres y en redacciones. Así queda dicho que no se cuentan las cosas que se mantienen sino las que cambian, que las siglas no van en los títulos, que una crónica sin protagonista es una naturaleza muerta. O señala el artículo que falta en un título: “Presidente chino busca invertir en Cuba”. No, siempre hay que poner el presidente porque las cosas son de una manera, no de tres. Entonces pregunta Alejandro, mexicano, ¿qué pasa cuando el título empieza con el verbo? Y la respuesta es: “una mexicanada”. Pero añade, suavizando, habrá veces, pero lo habitual es que no. No olvida incorporar la interpretación de viejo periodista de internacional: “que China visite Cuba es decirle a Obama que hace lo que le da la gana, lo que se sale de la punta de los cojones”.
Habla del “chip colonial”, para referirse a errores gramaticales o fórmulas locales. Tras el exabrupto, como un punto y seguido que tanto la gusta, empuja “tenéis que releer, se obtiene la información metiéndose en las cosas y se escribe saliéndose”. Les dice que han de buscar la perspectiva del lector y para lograrlo “tenéis que ser vuestros primeros lectores”. Habla de cultura general, “cómo vas a escribir de Inglaterra sin haber leído a Dickens”, de ideas, de citas, de nombres. Trae a colación a la nobleza bogotana, que según él sí entiende el castellano porque le son familiares expresiones como las cuentas del Gran Capitán o Zamora no se tomó en una hora.
Hace preguntas inesperadas y con un punto de brusquedad, “¿qué paso en 1939? algo muy importante”. La mexicana duda. “Piensa. Hija mía”. No le sale nada porque no tiene referencias. “Lázaro Cárdenas, que dio la nacionalidad a todos los españoles exiliados y eso cambió la faz de México”
Entre requiebros, anécdotas y sentencias van quedando claros los conceptos de lo que el maestro llama nota seca, es decir, la noticia pura y dura, la crónica, el reportaje. Los tres géneros básicos, las tres maneras de contar en el periodismo. Pone ejemplos que lee en la pantalla si Jessica se la ajusta y administra el ratón del ordenador. Encarga ejercicios para casa, como un maestro entre gruñón, salvo con el argentino,  y paternalista, que al día siguiente corrige línea a línea. “Esto es más largo que un día sin pan”. Lo que no anima a la autora, nicaragüense. “Haced lo que os dé la gana, pero en el mundo entero hasta diez se escribe en letras, luego del segundo dígito se escribe en números”.
Felipe De La Hoz

El maestro tiene algo de ogro come periodistas, “No lo hacéis peor que otros años. Lo hacéis igual de mal”. Los talleristas sonríen, unos más divertidos que otros, pero casi todos siguen pensando que no es tan duro como les habían dicho. Bastenier va fijándose, sobre todo en las chicas, le gusta repetir, y les regala comentarios, ideas preconcebidas, o les cambia el nombre. A Julia se empeña en llamarla Bárbara; a Edy, le dice la niña consternada; Martín con ser argentino, lo tiene todo hecho, aunque le dice “¿se entiende lo que digo? ¿Seguro? Me miras tan serio que no sé si lo sabes todo”.
Preguntan poco, dudan poco, y el viejo periodista no lo entiende. Se animan algo cuando discuten entre ellos, cuando aportan soluciones y opciones en lo digital. Bastenier ahí entra poco, pero lo que dice vale para cualquier entorno: “Cada párrafo de una información debería entenderse por sí mismo”. Son periodistas jóvenes, listos y atentos. Toman nota y el ejercicio del segundo día es mejor que el del primero. Aprendieron de las correcciones. De Argentina a México, son simpáticos y bullangueros los venezolanos y barranquilleros, aparentemente serios argentinos y peruanos, tranquilos los mexicanos, tatuada la chilena, cordial la española, avispada la ecuatoriana, enterada la nicaragüense, risueña la mexicana.
¿Se entiende lo que estoy diciendo?, insiste.. Viven todos en Getsemani, en el hotel One Day, de la calle de las Chanclas, compartiendo unas cuantas habitaciones. Si la intención de la FNPI con estos talleres es crear una red de buenos periodistas, este curso va a salir más enredado que ninguno. Encargan comida a 6.000 pesos en un chiringuito de El Cabrero y van y vienen andando desde Getsemani. La convivencia, el buen rollo, la disposición, la oportunidad, parecen asegurados.
Felipe mira y toma fotos y notas, Sheyla apunta lo que enseña el maestro. De lo que oyen en la sala salen seleccionadas frases para llevar a Facebook o a Twitter. Daniel el venezolano y Martín se presentaron al tercer dia uno con la camiseta del Atletico de Madrid y otro con la del Barza. Era una apuesta, un todo o nada a ver qué decía el maestro. Pero ni se fijó. Por la tarde las cambiaron, y tampoco. Querían ganárselo o ponérselo en contra, el argentino ya lo tenía hecho con la camiseta de cualquiera.
Bastenier cada vez se aguanta menos las ganas de fumar, se cansa, y corrige cada texto, verbo a verbo, porque replicar no es lo mismo que refutar, y se para en cada adjetivo. Repite mucho su preferencia por Argentina, su cultura, su manera de escribir en los periódicos, y sigue entre bromas más o menos pesadas, entre provocaciones, sembrando lecciones de viejo editor que mira. “Ya me he cansado de ser bueno. Vuelvo a ser yo mismo”. Pero los alumnos ya están avisados. “Y espérate Martin que ya vendrás tú. No pienses que por ser argentino te vas a librar”. Si fija en los nombres, o los confunde. Casi peor que se fije: “Eel Maria. No le pongo yo ese nombre a una hija mía ni loco. Priscila, bueno, la mujer de Elvis Presley”.
Es presumido, le gusta epatar, tiene fijación con su periódico, Argentina y el uso del castellano. Y va de la anécdota personal a la categoría. Pero tras dar una vuelta por los Cerros de Úbeda vuelve siempre a la lección: “Nadie habla en voz pasiva, eso lo hacen los periódicos de mierda”. Explica que el periodista es un tipo como un caracol, con un motón de conocimientos inútiles en la casa que lleva a cuestas. Conocimientos que no sirven para nada, “hasta el día que sirven”. 

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