El
maestro anuncia que no quiere contar batallitas pero no puede evitarlo, tiene
mucha experiencia y muchas historias. Comunica con palabras gruesas, en
ocasiones calificadoras de un pueblo, de una nación, de un género, de una raza.
No pretende ofender, pero su castellano viejo le sale como disparos, como
pedradas. Los talleristas no se asustan, vienen avisados. Incluso alguno llega
a decir que no es tan fiero como se lo habían pintado. Así que sonríen,
celebran algún chiste y se miran con gestos de complicidad. Es en las pausas y
en el hotel donde comentan los detalles.
El
taller de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo
Iberoamericano se titula ‘Cómo se escribe un periódico impreso o digital’ y se
celebra en una cómoda y acondicionada mansión del barrio del Cabrero, en
Cartagena de Indias, fuera de la murallas, junto al mar. El que enseña es
Miguel Ángel Bastenier, como cada año casi de manera ininterrumpida, y quienes
aprenden en esta edición son periodistas de Argentina, México, Venezuela,
Colombia, Nicaragua, Perú, Ecuador y Chile. Se trata de uno de los talleres más
esperados, buscados y seguidos de la FNPI, esa fábrica de periodismo de calidad
que busca la buena narración y el compromiso ético.
Lo
que enseña Bastenier es periodismo de base y los periodistas crecerás a partir
de este curso. Habrá cientos de cursos y miles de talleristas, pero si hay uno por el que empezar en la fundación es éste.
En
lo que dice el maestro, en sus comentarios de sal gorda, incluso entre sus aseveraciones
discutibles, hay mucha sabiduría periodística: concretas maneras de hacer, qué
expresiones no usar en un texto, qué rigor, qué no puede aceptar nunca un
periodista, qué verbos debe utilizar, qué adjetivos. “En el periodismo no
hay sinónimos, hay una palabra para cada cosa”, dice. A veces hay que buscar
con lupa, escuchar entre su cháchara, tamizar. El periodista veterano hace
sentencias entre lecciones, junta soluciones estilísticas con ironías, trae a
cuento amistades propias, da rodeos o se acuerda de chascarrillos. Asevera
cosas que dejan sorprendidos a los alumnos. “A veces da miedo el castellano, de
la potencia que tiene”, afirma de pronto. Y en expresión tan aparatosa, debajo
de ella, lo que quiere reflejar es su gusto por el castellano bien usado. O
cuando en un ejercicio práctico alguien escribe, “Las autoridades presumen que
le grupo terrorista es el autor…”, salta: “presumen es un verbo agilipollado”. Y
aporta otro verbo más apropiado: Temen, sospechan, apuntan.
Corrige
cada texto sentado en una silla al extremo de la mesa en forma de U,
aguantándose las ganas de fumar. Es rápido en ver fallos, en detectar
incorrecciones gramaticales, en descubrir
carencias. Lo da la experiencia, el haber repasado miles de textos en
talleres y en redacciones. Así queda dicho que no se cuentan las cosas que se
mantienen sino las que cambian, que las siglas no van en los títulos, que una
crónica sin protagonista es una naturaleza muerta. O señala el artículo que
falta en un título: “Presidente chino busca invertir en Cuba”. No, siempre hay
que poner el presidente porque las cosas son de una manera, no de tres. Entonces
pregunta Alejandro, mexicano, ¿qué pasa cuando el título empieza con el verbo?
Y la respuesta es: “una mexicanada”. Pero añade, suavizando, habrá veces, pero
lo habitual es que no. No olvida incorporar la interpretación de viejo
periodista de internacional: “que China visite Cuba es decirle a Obama que hace
lo que le da la gana, lo que se sale de la punta de los cojones”.
Habla
del “chip colonial”, para referirse a errores gramaticales o fórmulas locales.
Tras el exabrupto, como un punto y seguido que tanto la gusta, empuja “tenéis
que releer, se obtiene la información metiéndose en las cosas y se escribe
saliéndose”. Les dice que han de buscar la perspectiva del lector y para
lograrlo “tenéis que ser vuestros primeros lectores”. Habla de cultura general,
“cómo vas a escribir de Inglaterra sin haber leído a Dickens”, de ideas, de
citas, de nombres. Trae a colación a la nobleza bogotana, que según él sí entiende
el castellano porque le son familiares expresiones como las cuentas del Gran Capitán
o Zamora no se tomó en una hora.
Hace
preguntas inesperadas y con un punto de brusquedad, “¿qué paso en 1939? algo
muy importante”. La mexicana duda. “Piensa. Hija mía”. No le sale nada porque
no tiene referencias. “Lázaro Cárdenas, que dio la nacionalidad a todos los
españoles exiliados y eso cambió la faz de México”
Entre
requiebros, anécdotas y sentencias van quedando claros los conceptos de lo
que el maestro llama nota seca, es decir, la noticia pura y dura, la crónica,
el reportaje. Los tres géneros básicos, las tres maneras de contar en el periodismo. Pone
ejemplos que lee en la pantalla si Jessica se la ajusta y administra el ratón
del ordenador. Encarga ejercicios para casa, como un maestro entre gruñón,
salvo con el argentino, y paternalista,
que al día siguiente corrige línea a línea. “Esto es más largo que un día sin
pan”. Lo que no anima a la autora, nicaragüense. “Haced lo que os dé la gana,
pero en el mundo entero hasta diez se escribe en letras, luego del segundo dígito
se escribe en números”.
Felipe De La Hoz
El
maestro tiene algo de ogro come periodistas, “No lo hacéis peor que otros años.
Lo hacéis igual de mal”. Los talleristas sonríen, unos más divertidos que
otros, pero casi todos siguen pensando que no es tan duro como les habían dicho.
Bastenier va fijándose, sobre todo en las chicas, le gusta repetir, y les
regala comentarios, ideas preconcebidas, o les cambia el nombre. A Julia se
empeña en llamarla Bárbara; a Edy, le dice la niña consternada; Martín con ser
argentino, lo tiene todo hecho, aunque le dice “¿se entiende lo que digo?
¿Seguro? Me miras tan serio que no sé si lo sabes todo”.
Preguntan
poco, dudan poco, y el viejo periodista no lo entiende. Se animan algo cuando
discuten entre ellos, cuando aportan soluciones y opciones en lo digital.
Bastenier ahí entra poco, pero lo que dice vale para cualquier entorno: “Cada
párrafo de una información debería entenderse por sí mismo”. Son periodistas
jóvenes, listos y atentos. Toman nota y el ejercicio del segundo día es mejor
que el del primero. Aprendieron de las correcciones. De Argentina a México, son
simpáticos y bullangueros los venezolanos y barranquilleros, aparentemente
serios argentinos y peruanos, tranquilos los mexicanos, tatuada la chilena, cordial
la española, avispada la ecuatoriana, enterada la nicaragüense, risueña la
mexicana.
¿Se
entiende lo que estoy diciendo?, insiste.. Viven todos en Getsemani, en el hotel One Day, de
la calle de las Chanclas, compartiendo unas cuantas habitaciones. Si la
intención de la FNPI con estos talleres es crear una red de buenos periodistas,
este curso va a salir más enredado que ninguno. Encargan comida a 6.000 pesos
en un chiringuito de El Cabrero y van y vienen andando desde Getsemani. La
convivencia, el buen rollo, la disposición, la oportunidad, parecen asegurados.
Felipe
mira y toma fotos y notas, Sheyla apunta lo que enseña el maestro. De lo que oyen
en la sala salen seleccionadas frases para llevar a Facebook o a Twitter. Daniel
el venezolano y Martín se presentaron al tercer dia uno con la camiseta del Atletico
de Madrid y otro con la del Barza. Era una apuesta, un todo o nada a ver qué
decía el maestro. Pero ni se fijó. Por la tarde las cambiaron, y tampoco. Querían
ganárselo o ponérselo en contra, el argentino ya lo tenía hecho con la camiseta
de cualquiera.
Bastenier
cada vez se aguanta menos las ganas de fumar, se cansa, y corrige cada texto, verbo
a verbo, porque replicar no es lo mismo que refutar, y se para en cada adjetivo.
Repite mucho su preferencia por Argentina, su cultura, su manera de escribir en los periódicos, y sigue entre bromas
más o menos pesadas, entre provocaciones, sembrando lecciones de viejo editor
que mira. “Ya me he cansado de ser bueno. Vuelvo a ser yo mismo”. Pero los
alumnos ya están avisados. “Y espérate Martin que ya vendrás tú. No pienses que
por ser argentino te vas a librar”. Si fija en los nombres, o los confunde. Casi
peor que se fije: “Eel Maria. No le pongo yo ese nombre a una hija mía ni loco.
Priscila, bueno, la mujer de Elvis Presley”.
Es
presumido, le gusta epatar, tiene fijación con su periódico, Argentina y el uso
del castellano. Y va de la anécdota personal a la categoría. Pero tras dar una
vuelta por los Cerros de Úbeda vuelve siempre a la lección: “Nadie habla en voz
pasiva, eso lo hacen los periódicos de mierda”. Explica que el periodista es un
tipo como un caracol, con un motón de conocimientos inútiles en la casa que
lleva a cuestas. Conocimientos que no sirven para nada, “hasta el día que sirven”.
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