martes, 22 de julio de 2014

Gato negro


Es viejo y nadie lo quiere porque lo temen. O no tan viejo, pero todos lo consideran peligroso. La fauna del Bellavista anda a sus anchas por los patios, los tejados, los pasadizos, los árboles, los rincones y los baños. Gatos, perros, palomas, garzas, lagartijas, arañas, iguanas… son bienvenidos y si no adoptados, que también, vistos con simpatía de buena vecindad. Pero aparece el gato negro y todo se revoluciona, los animales y las personas. Como si llegara una turba, la marabunta, el peligro.
La Negra es la perra del patrón, gorda y  tranquila como él. Tanto que un día le preguntó el viajero si estaba embarazada. “No, es que esta gorda, como yo”, contestó Enrique. Tiene andares lentos y pacíficos, como una vaquita pequeña bien alimentada. Da la impresión de que fuera a estallar de un momento a otro, como un globo. La Negra va donde va su amo, a quien imita incluso en su manera de andar, y nunca se mete en broncas, sabiendo como sabe que es la perra privilegiada, la reina del hotel. Bien, pues cuando la Negra ve o presiente que el gato negro anda cerca, se pone como loca. Encendida y rabiosa. Saca unas energías, una fiereza y una rapidez impensables, y lo persigue, a él o a su sombra, por el patio hasta hacerlo huir. Por amenazar al intruso hasta se ha llegado a subir por una gruesa rama del centenario árbol del caucho que preside el patio del establecimiento, con evidente peligro de descalabrarse.
Las palomas se alteran y erizan las plumas si aparece el bandido. Las lagartijas se esconden, las iguanas se quedan paralizadas en mitad de la pared blanca, haciendo creer que son un trazo verde.

Los demás gatos más que perseguirlo, lo temen, de modo que se quitan de en medio. Pero hacen ruido, muecas, para que todos sus congéneres sepan que anda cerca el gato negro. Pero también los humanos se agitan. Lili vive con sus dos perras, la madre y la hija, Mariana y Maria Eliana. Ésta es todavía joven, juguetona e ignorante de los peligros. Pero la grande no puede ver al gato negro. Ni Lili tampoco. Explica que es malo y está enfermo. Parece que roba la comida a los demás animales. En el caso de sus perras, no solamente les roba la comida, es que también les mea sus juguetes. Así que Lili está harta y lo persigue con lo que tenga a mano en cuanto lo ve. Porque la perra madre, Mariana, vigila bien hasta las diez de la noche. Pero en esa hora y momento cae dormida como un saco y no hay manera de despertarla, hasta las tres de la mañana. Claro, un espacio de tiempo en el que el gato negro campa por sus respetos.
La patrona, doña Mónica, la hermana de Enrique, tiene querencia por todos los animales. No es casual que el Bellavista parezca el Arca de Noé. Pero no por el negro, por malo y por ladrón.
El viajero  no alcanza a ver la diferencia entre la vida, la actitud, los sentimientos y las maneras entre el gato negro y los demás. Se le ha ocurrido que se trata seguramente de un verso suelto, un incomprendido. Irreverente, rebelde, insumiso y probablemente republicano. Posiblemente un día pensó obrar por su cuenta porque no le gustaba el sistema, porque prefería hacer y pensar lo que su naturaleza de gato le dictara en cada momento, sin someterse a los dictados cerrados e interesados de alguna troika.
Y ahí fue donde empezaron los problemas. Por diferente. Primero envidiado en su independencia por los demás bichos del hotel y luego odiado porque ni mear quiere donde se espera que lo haga. Una metáfora social y política.


Aunque la realidad es que el viajero nunca ha visto al gato negro. Como mucho lo ha intuido al notar el rebullir de la colonia. Es como una leyenda que le cuentan, una de las muchas historias del Bellavista. Pero no le queda duda de que el gato negro existe y de que es tan odiado como temido. Y ha podido comprobar la furia que le entra a la pacífica Negra en cuando lo siente. 

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