Es
viejo y nadie lo quiere porque lo temen. O no tan viejo, pero todos lo
consideran peligroso. La fauna del Bellavista anda a sus anchas por los patios,
los tejados, los pasadizos, los árboles, los rincones y los baños. Gatos,
perros, palomas, garzas, lagartijas, arañas, iguanas… son bienvenidos y si no
adoptados, que también, vistos con simpatía de buena vecindad. Pero aparece el
gato negro y todo se revoluciona, los animales y las personas. Como si llegara
una turba, la marabunta, el peligro.
La
Negra es la perra del patrón, gorda y
tranquila como él. Tanto que un día le preguntó el viajero si estaba
embarazada. “No, es que esta gorda, como yo”, contestó Enrique. Tiene andares
lentos y pacíficos, como una vaquita pequeña bien alimentada. Da la impresión
de que fuera a estallar de un momento a otro, como un globo. La Negra va donde
va su amo, a quien imita incluso en su manera de andar, y nunca se mete en
broncas, sabiendo como sabe que es la perra privilegiada, la reina del hotel.
Bien, pues cuando la Negra ve o presiente que el gato negro anda cerca, se pone
como loca. Encendida y rabiosa. Saca unas energías, una fiereza y una rapidez
impensables, y lo persigue, a él o a su sombra, por el patio hasta hacerlo
huir. Por amenazar al intruso hasta se ha llegado a subir por una gruesa rama
del centenario árbol del caucho que preside el patio del establecimiento, con
evidente peligro de descalabrarse.
Las
palomas se alteran y erizan las plumas si aparece el bandido. Las lagartijas se
esconden, las iguanas se quedan paralizadas en mitad de la pared blanca, haciendo
creer que son un trazo verde.
Los
demás gatos más que perseguirlo, lo temen, de modo que se quitan de en medio.
Pero hacen ruido, muecas, para que todos sus congéneres sepan que anda cerca el
gato negro. Pero también los humanos se agitan. Lili vive con sus dos perras,
la madre y la hija, Mariana y Maria Eliana. Ésta es todavía joven, juguetona e
ignorante de los peligros. Pero la grande no puede ver al gato negro. Ni Lili
tampoco. Explica que es malo y está enfermo. Parece que roba la comida a los
demás animales. En el caso de sus perras, no solamente les roba la comida, es
que también les mea sus juguetes. Así que Lili está harta y lo persigue con lo
que tenga a mano en cuanto lo ve. Porque la perra madre, Mariana, vigila bien
hasta las diez de la noche. Pero en esa hora y momento cae dormida como un saco
y no hay manera de despertarla, hasta las tres de la mañana. Claro, un espacio
de tiempo en el que el gato negro campa por sus respetos.
La
patrona, doña Mónica, la hermana de Enrique, tiene querencia por todos los
animales. No es casual que el Bellavista parezca el Arca de Noé. Pero no por el
negro, por malo y por ladrón.
El
viajero no alcanza a ver la diferencia
entre la vida, la actitud, los sentimientos y las maneras entre el gato negro y
los demás. Se le ha ocurrido que se trata seguramente de un verso suelto, un
incomprendido. Irreverente, rebelde, insumiso y probablemente republicano.
Posiblemente un día pensó obrar por su cuenta porque no le gustaba el sistema,
porque prefería hacer y pensar lo que su naturaleza de gato le dictara en cada
momento, sin someterse a los dictados cerrados e interesados de alguna troika.
Y
ahí fue donde empezaron los problemas. Por diferente. Primero envidiado en su
independencia por los demás bichos del hotel y luego odiado porque ni mear
quiere donde se espera que lo haga. Una metáfora social y política.
Aunque
la realidad es que el viajero nunca ha visto al gato negro. Como mucho lo ha
intuido al notar el rebullir de la colonia. Es como una leyenda que le cuentan,
una de las muchas historias del Bellavista. Pero no le queda duda de que el
gato negro existe y de que es tan odiado como temido. Y ha podido comprobar la
furia que le entra a la pacífica Negra en cuando lo siente.
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